El malestar del último místico
Corre el año dos mil cinco y en Moorea vive Johnny, el último chaman polinesio. Johnny se sintió desde niño predestinado a perpetuar la tradición de sus antepasados milenarios. Su padre, un “tahua” reconocido, lo adoctrinó a edad temprana en el saber chamánico. Para su padre Raymond, el conocimiento era transmitido de generación en generación a los elegidos y su hijo Jhonny demostraba ya en la cuna aptitudes naturales para elevarse hasta alcanzar a comprender los misterios originales de la conciencia. Con alguna guía paterna, fue pronto capaz de remontarse a la memoria original del mundo, a contactar los espíritus de los animales tótems que sin duda, lo ayudarían a rescatar de la enfermedad a un sinnúmero de mortales necesitados. Jhonny es hoy un hombre feliz, pues su padre murió satisfecho del progreso que su primogénito había logrado en el arte de la sanación espiritual, que manaba de sus campos energéticos sutiles.
Si bien se granjeó una considerable fama mundial gracias a los clientes agradecidos, supo conocer también cara a cara a sus detractores, quienes, frente a la impotencia de “su” medicina occidental, terminaban acudiendo resignados a sus invocaciones rituales de emergencia. Los “Médicos, sin Fronteras” lo consideraban un gurú improvisado y excéntrico, que en ciertas ocasiones entonaba cantos gregorianos con voz pastosa incomprensible y en muchas otras oraba un rock’n roll erotizado susceptible de encantar a la serpiente más desmotivada. Injustamente, la organización humanitaria catalana recoge en la frase anterior la carga metafórica de una disgresión lingüística!!!!
Jhonny vivía, reía y curaba. Su familia era el mundo todo, no solamente sus clientes. Era capaz de sentir el dolor de una persona a miles de kilómetros de distancia y erradicar telepáticamente la agonía que percibía. En estos casos había una persona agradecida que no tenía a quién agradecer: o sí tenía: al viento, el agente que ayudaba al chamán en estos eventos particulares. Sus prácticas solitarias lo habían transportado a estados profundos de conciencia, superiores a la vigilia natural, que facilitaba los trances obligatorios a los que le era preciso acceder cuando llegaban los pacientes. No sólo solucionaba los problemas de otras personas sino que podía Él jactarse de no haber tenido nunca un problema consciente insoluble……hasta comienzos de este año.
El asunto se originó cuando comenzó a sentir una tortura dentro de su cabeza. Una persona le dirigía la palabra deliberadamente, reclamándole:
- ¿Qué has hecho conmigo?
Jhonny estaba aterrado: ¿Quién era este desconocido que lo acusaba de quién sabe qué?. Él no le debía nada a nadie y lo horrorizaba sentirse preso del descontrol. Sí, justamente Él, que podía relatar con suficiencia haber tomado el control de situaciones límites, donde la desesperación del paciente se conjugaba felizmente con su saber ancestral.
- ¿ De qué estás hablando y quién eres tú para quejarte ante mí? – contratacaba el chamán sin saber de qué nivel provenía este ajetreo provocativo.
- Tú sabes quién soy, Jhonny. Fuí más famoso que tú, sólo que no me reconoces. Has destrozado mi saber, - recalcaba la voz, implacable.
Sus nervios comenzaron a tensarse y la creciente desorientación dio campo a una brutal expansión de su conciencia, que lo depositó en su vida anterior, en su paso eminente por un pequeño país europeo, luego en su reencarnación actual…..de pronto, súbitamente, la cronología de los recuerdos lo transportaron a Suiza, región pastoril y alpina, a libros que escribía en idioma alemán, que sorprendía a las mentes estrechas de principios de siglo. Un malestar intenso se apoderó de Jhonny cuando admitió que su conciencia despertaba en el pasado. No estaba seguro por primera vez en su vida. Por prudencia, decidió seguir oyendo a esta voz para conocer la naturaleza de su pecado (¿qué había hecho? ¿Cuál pecado?) . Su intuición patinaba. El pecado es una farsa. Sólo existe el error y la enmienda y el castigo viene a ser un sistema de enseñanza que no es punitivo en manera alguna, – se autojustificaba sin saber la causa -. Desgobernado y paciente, recurrió a una actitud de falso reportero académico, preguntando cortésmente:
- ¿ Podría saber dónde quedó tu saber destrozado?. Sabré llegar a él por la trascendencia de tu dolor.
- Mi saber está en los libros publicados. Con tu presumida ingenuidad no haces más que envenenarme aún más de lo que estoy!!. No siento dolor. Sólo furia, porque me esmeré en no dejar grietas (léase discípulos que opacasen mis originales descubrimientos) y tú te paseas por el océano pacífico desacreditando mis teorías con curas milagrosas a padecimientos crónicos, con accesos a la memoria colectiva sin el menor asidero científico, me entiendes?
- Cada vez menos – reconoció, nervioso.
El chamán había revivido muchas de sus vidas anteriores y nunca había revuelto ninguna tumba. Se había visto como amerindio, como medieval, como griego, como egipcio, pero eso de haber sido una eminencia Suiza era tropa de otro combate. Y que se lo anuncie una voz proveniente de ninguna parte provocaba una herida mortal en su orgullo de rastreador cósmico. Además ¿ porqué habría de sentirse molesto un muerto? ¿ la sacrosanta envidia nunca muere, acaso?. No obstante, rendido ante la evidencia de no tener idea de quién había sido en su última vida, se animó a obtener la revelación sin más anestesia que la inoportunidad:
- ¿Quién has sido, o mejor dicho, quién he sido yo en mi última reencarnación?
- Hace cincuenta años moría Sigumund Freud, padre de la psicología moderna – respondió.
Jhonny acabó por entender todo. Los recuerdos de su vida pasada se arremolinaban en su mente ahora con inusitada claridad. Había interpretado sueños y seducido tías guapas, había analizado la represión sexual y el advenimiento del estrés; había estudiado con la razón la complejidad de la mente humana y ahora el poder se lo confería la naturaleza y la tradición chamánica, suficiente razón para hacer resucitar el encono de un espíritu indomable que al parecer nunca había muerto del todo y que se sublevaba al paso del tiempo. Freud celebraba los cincuenta años de su muerte gritando al oído de un chaman el reconocimiento de su derrota doctrinaria.
Jhonny no pensaba discutir con la legión descuidada de su historia olvidada. Sólo dijo lacónicamente:
- Los libros nacen, crecen, se concluyen - con buenos editores, se publican – y tarde o temprano sus hojas se vuelven amarillas y tu editor se equivoca. Mi saber ha sido transmitido por la narración oral desde tiempos inmemoriales: la editorial más económica de todos los tiempos. El chamanismo provino de la intuición, de saber escuchar los sonidos de la naturaleza, agudizando la percepción potencial de los sentidos; por eso mi saber no tiene fecha de vencimiento.
Duerme en paz, que cada uno en su época ha sabido hacer historia con sus facultades de elevación hacia lo que está oculto a los ojos del mundo!!
El chamán jamás volvió a oír la misteriosa voz y continuó riendo, viviendo y curando.
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