"De tarde en tarde alguna ráfaga
hacía circular sobre el paisaje
jirones dormidos de bruma".
Knut Hamsun.
…Melchor señaló aún más hacia el norte.
-¡Ahí está!
Pero Baltasar le colocó los prismáticos al derechas.
-No, está ahí.
Gaspar carraspeó, conteniéndose la risa, al tiempo que las tres monturas encaminaban sus pasos duna abajo…
Mucho antes de atisbar la ciudad el ruido ya delató su presencia. Bordearon la autopista para evitar que el tráfico, ahora fluído, asustara a los animales. Cuando entraron en la ciudad aún circulaba gente por las calles. Baltasar se acercó a Gaspar que se había quedado algo rezagado.
-No te preocupes, te he dicho mil veces que están acostumbrados…
Melchor aguardó a que ambos llegaran a su altura para hacerles partícipes del plan:
-Sería mejor ir pensando en dónde dejar los animales si queremos trabajar más cómodos, ¿qué os parece allí…?
Se trataba de una solitaria parada de autobús que aquella noche no se llenaría. Casi todos los servicios de aquella ciudad dejarían de funcionar sin tardar, abandonados al sueño de un nuevo día de ilusión.
Una vez libres de la montura cargaron los sacos a la espalda para adentrarse en el nudo de travesías que desembocaba en la plaza principal. A la vuelta de una esquina se toparon de frente con un grupo de niños que regresaban con sus padres de retirada a sus casas. Todos bromearon con ellos y contestaron a sus preguntas, entre risas nerviosas de algarabía. Todos, excepto aquel muchacho que, inmóvil y con la mirada fija, se mantenía distante…
-¿…Y tú? –le preguntó Baltasar, que se había percatado de su tensa actitud- ¿Tú no has pedido nada?
El muchacho contestó adusto, serio.
-Yo ya lo sé.
-¿…Cómo dices, hijo? ¿qué…?
-Ya soy mayor, a mí no me engañáis…
A Baltasar se le enfrió el gesto mientras contemplaba al chico alejarse hacia el jardín de la urbanización cercana; desde el otro lado de la verja aún les dirigió una última mirada desafiante, antes de entrar corriendo en la casa. Melchor no perdió detalle del incidente y, solícito, acudió en apoyo de su colega…
-Anda, vamos, queda mucho por hacer…
-No me acostumbraré nunca… -A Baltasar le desconcertaba el desprecio de la humanidad hacia el tesoro de la niñez. Sabía que formaba parte del misterio, que los hombres acababan perdiendo el brillo inicial, adulterados por la desesperanza y el desamor, hasta terminar enfermos, avejentados de ilusiones, sin solución. En eso consistía su misión, en combatir la carencia con el regalo, apenas una minúscula muestra ante tanta necesidad. El mundo y la magia iban de la mano, nunca nada lo disolvería, pero en él recaía la responsabilidad de aquella semilla, apenas un intento en medio de tanto desatino.
Cuando logró alcanzar a sus compañeros estos ya habían vaciado considerablemente la carga de sus regalos, pero le esperaron para regresar juntos. Al pasar junto a la verja de la casa ajardinada, Melchor les conminó a seguir adelante solos…
-Seguid, no tardaré, enseguida os alcanzo…
Traspasó la verja del jardín hasta el umbral donde momentos antes había desaparecido aquel muchacho rebelde y, sobre la repisa de la ventana, posó los prismáticos que le habían acompañado durante el viaje. Luego, regresó raudo hasta donde sus compañeros, que ya estaban listos sobre sus monturas. Los camellos resoplaron, parecían también impacientes por abandonar el asfalto.
-¿Y ahora? –le espetó Gaspar, con ironía- Tan amigo que parecías de las nuevas tecnologías…
-Era un último regalo, tal vez haya suerte…
-Tal vez… -apostilló Baltasar- ¡Para lo que servían!...
La risa contenida de Gaspar se les contagió a los tres que, entre sonoras carcajadas, reanudaron la marcha. La caravana de los tres viajeros se perdió tras la loma, al otro lado de la autovía, mientras la ciudad dormida, soñaba una nueva cosecha de estrellas…
El autor:
http://leetamargo.blogia.com
*Es una Colección "Son Relatos”, (c) Luis Tamargo.-
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