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En los comienzos de la humanidad nada podía ser moderno y lo antiguo no había sido aún descubierto. No se podía hablar de evolución sino de las proezas de la curiosidad, pues los inventos, la gente que se proponía revelar intrigas, los filósofos que intentaban explicar la naturaleza del hombre y los secretos de la eterna juventud, eran sólo vehículos progresistas contra el atraso que se exhibía en lo desconocido y la ignorancia de las personas. Al principio sólo era cuestión de sobrevivir a los enemigos que se contaban entre la naturaleza y dentro del cuerpo; de allí surgen las armas y la superstición: las primeras para contrarrestar los avances de las bestias, la segunda para aferrarse sobrenaturalmente a un ser superior que nos condene a creer que estamos vivos gracias a él y nos ayude a sobrellevar el miedo en forma de sagrada adoración a nuestras creencias ancestrales. Cuando el hombre descubre que siendo nómade cazador y recolector sólo huye hacia sus propios miedos, resuelve ensayar lo que puede generar la tierra y la agricultura sedentariza a los elegidos y podemos encontrar los primeros atributos de una sociedad entre estos nuevos seres. Códigos nuevos aparecen y con ellos nuevos comportamientos. El rigor libre del nómade se transforma en un embrión de conducta social entre los sedentarios, y desde entonces hemos comenzado a dispersarnos en sociedad y a luchar ya no contra las bestias sino entre bestias civilizadas. Con la sociedad aparece el mercado y con el mercado la democracia necesaria para sostenerlo o pervertirlo. Ya las guerras no son de supervivencia sino de aplastamientos de avances de civilizaciones con intereses contrapuestos. Surgen los imperios y con ellos los esclavos, los feudos y los aristócratas, los vasallos y los empresarios. Siempre y con distintos nombres han surgido confrontaciones entre los débiles y los fuertes. En la época prehistórica sobrevivía el fuerte y morían los débiles; ahora que hemos progresado el débil se somete al fuerte pues éste le necesita para reproducir sus sueños de hegemonía. Ya no es suficiente la hegemonía territorial, ahora se ha avanzado a la conquista de las conciencias.
Surgió el mercado y vender resultaba muy fácil y natural; todos podían vender y muchos querían comprar, y al mismo tiempo surgen la fortuna y la miseria, tesoros ausentes en la prehistoria donde se acumulaba para las estaciones secas y se cazaba y recolectaba en las estaciones húmedas. El hombre de fortuna no es afortunado pues sólo acumula para erguir sus intenciones de sometimiento económico, acaparando para levantar el monumento a su orgullo social. Las conciencias eran limpiadas por la religión y mientras, los continentes se iban colonizando, surgen piratas y coronas ricas, imperios colosales y se empieza hablar casi al mismo tiempo de desarrollo y subdesarollo y de ecologistas, ambientalistas y la desigualdad en el mundo. Triunfan los ambiciosos y los débiles se confinan al misticismo de la pobreza y terminan sus días en rebelión contra lo dictado por la sociedad.
Toda esta carrera nos ha llevado a que la mala distribución de la riqueza nos obligue a admitir que ya no es suficiente con querer vender, pues ahora hay gente que no está en condiciones de consumir, y para decidirla a comprar debemos incentivarla: surge el marketing y la publicidad para fomentar compras que antes se decidían sin el exabrupto de la promoción y el precio bajo para desacumular lo que antes con tanta codicia nos empeñábamos en hacer subir.
Toda esta carrera nos ha llevado a no poder vivir tranquilos con el consuelo insuficiente de la religión. La curiosidad de unos pocos, para la necesidad de muchos afligidos, dio origen a la exploración de la conciencia por encima del dogma religioso elegido y nace la psicología, el psicoanálisis y los terapeutas, que de alguna manera, se despegan de la moral y las buenas costumbres y nos depositan en un sendero de encuentro personal que la religión no proporciona o proporciona acotadamente, no para descubrirnos sino para castigarnos por ser imperfectos.
Toda este molde histórico nos ha conducido a no conformarnos con la realidad y salir a la búsqueda de algo mas confortable y menos peligroso, que vé la luz en la virtualidad, un sistema de valores y honores que merecen nuestra aprobación y adaptación, porque no nos ponemos a prueba mas que en un universo volátil e inexistente: la computadora, como virtud del progreso y como factor impersonal de las relaciones sociales.
El hombre se autoincrimina, pues, como parte culpable de un modelo de vida que no provee los ingredientes para combatir a la soledad, ya no obtiene suficiencia de las campañas publicitarias que nos incitan a consumir desmedidamente, ni de los terapeutas que nos impulsan a caer en una dependencia temporal para vivir sólidos, ni mucho menos de los alcances lejanos de la virtualidad, que poco privilegian nuestras necesidades interiores. Estamos en la mira del tiempo, y con esto no quiero desdeñar el progreso , sino que dudo que estemos progresando. Siento que las llamadas revoluciones sólo han logrado acentuar la soledad del hombre y desde los escombros, sacamos la cabeza de vez en cuando para protestar contra un orden que nosotros mismos hemos favorecido.
Tal vez mi visión sea apocalíptica, mas creo apocalíptico el estado actual de millones de insurgentes que vomitan sus ansias en la sed de la miseria, quienes se cuentan por millones, y debajo del nivel de pobreza medido por organizaciones internacionales creadas para mitigarla. En el mundo de las estadísticas, los pobres están indocumentados, y existen sólo para justificar el enriquecimiento de unos pocos privilegiados.
No sé cual sea el objetivo de este escrito

Texto agregado el 25-12-2005, y leído por 111 visitantes. (0 votos)


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