Las marcas que dejó él vagabundo en el camino, no eran ni mucho menos huellas, a cada paso que daba sesgaba profundamente el firmamento, dejando sensaciones difícilmente perecederas.
Cuando le vi marchar yo era mas que un niño, pero aquella imagen de destrucción y creación jamás me abandono.
Gracias a ella, a esa visualización del caos más absoluto, comprendí desde la distancia en la que me encontraba, que la lucha interna por la realización personal era mucho más sencilla que todo aquello que me preocupaba, entendí perfectamente la diferencia entre huir y vagar por las sendas del destino.
Me encontré después de mucho tiempo de fuga interior, sin más, empecé a ver las cosas de otra manera y con ese pensamiento crecí, con la imagen del vagabundo dando la espalda de aquella forma que el solo sabia, sabedor que era un ser de paso, un gallo que con la salida del sol debía despertar a la gente que dormía a su paso.
Crecí sin tristezas ya que su marcha era simplemente un futuro reencuentro.

Para Carlos.