Un viaje desde Babel

La torre de Babel fue construida
con arcilla, entre los
ríos Eufrates y Tigris. Logró
tener 365 peldaños, de los
cuales 300 eran de plata
y 65 de oro.
SPLH


Fue un sábado, durante nuestro segundo encuentro, llegaste con ropa de Babel. Milenios de vida y sangre impregnaban los tejidos prestados que fueron cayendo sin retorno. Entendí tu idioma musical, cada gesto de tus manos descubría una invitación, un perfume gentil acompañaba una piel comprometida a ser eterna. Un dulce ahogo (entre dos ríos) nos resucitó.
Te pensé la noche de un viernes, viajaste del interior de la arcilla y flotaste a mi lado, adelantando tu cuerpo sonriente me desafiabas a tocarlo y decías: «nunca encontrarás mis huesos». Vestías una túnica pecaminosa, el resto de tu ser se veía amortajado, «las vendas cubren mis penas» señalabas siempre sonriente. Al abandonar el cuarto recibí tu promesa de mañana, incierta como el futuro, pero sugerente, te escuché decir: «te daré mi vida por sacarme de Babel».
Tu despedida fue un beso que sentí prolongado y trascendente, pero con pasión retenida, como mi vida antes de ti, vislumbré. Volviste antes de salir, desnuda, sin vendas. Al tomar mis manos confesabas que anhelabas sus impulsos, pero que esta noche una cinta roja y un sendero del mismo tono no serían cómplices entre túu y yo. «A cambio, prometes, mi boca eliminará todos tus recuerdos». Te acercas a horcajadas, tu exterior de ceniza desprende calor y frío, al final sólo quedan restos cubiertos por un pelo alborotado que cubre tu figura con colores que se confunden.
Cuando intentas volver a la arcilla, la torre no te recibe. Sólo adornan las nupcias de tu último viaje, el de este sábado.
Nupcias reales, ruta imaginaria.
Hoy no estás en mi mente, sin sitio deambulas por las noches, tras de ti una estela de mortaja denuncia tu presente de polvo. Marcan las vendas el olvido de quienes te creímos interrenal.