Mis labios latentes,
buscaron refresco
sobre el manantial de tu bello cuello.
Me rogabas te bebiese
sorbo a sorbo hasta ahogarme,
mientras me invitabas al edén,
que mi boca te devorase
hasta hacerte perder en el infinito,
anestesiando el deseo febril
y descontrolado,
pues la pasión decías te inundaba,
quemándote como antorcha
en el interior de tus entrañas.
Tus pechos aun frescos y erectos,
me recordaron al mar,
que hora nos acariciaba los pies,
su sabor salado,
tu frescura intacta,
mientras me abría paso
entre tus largísimas piernas,
tersas, bellas y prietas.
Mi lengua
bebió de tu goloso néctar,
mientras tú como poseída,
hiciste con tus inocentes labios y garganta
levadura de placer
para mi sexo,
ya rudo y descontrolado,
latiendo tan fuerte e irguiéndose tan convincente,
temía reventase de forma fraccionada
sin posible control.
Giramos y nos anudamos hasta reencontrarnos,
cuando al sentirte violentada por sorpresa
por tal grosor y empuje,
tus movimientos se tornaron en deliciosos espasmos,
húmeda y gimiendo sin control,
excitándote al oírte a ti misma,
de forma desbocada y animal,
sonidos tan guturalmente sexuales.
Pediste sollozando te insultase,
querías te azotase cual animal al trote
y sentí cada poro de mi cuerpo,
el cual respiraba erizándose,
duro, viril y caliente,
mientras retrocedías una y otra vez,
como yegua en rodeo,
mientras te tocabas orgásmica
alrededor de tu fogoso volcan,
llegándome a cortar con tu agitación
mi ya descoordinada respiración.
Te agarré fuertemente el pelo
cual riendas de salvaje corcel
y el moviendo de ambos fue tan violento y sincronizado,
que por un momento alzaste tus brazos en cruz
endureciendo hasta el mas insignificante músculo
de tu cuerpo precioso,
de dulce piel color canela,
sintiendo levitabas mientras me hundía mas y mas
hacia el mas tempestuoso orgasmo,
eléctrico y contagioso entre ambos,
como si fuésemos uno
y pudiese sentir en mi
tu cuerpo espasmódico,
como si fuese el mío propio.
Caímos exhaustos y desorientados,
como si un rayo hubiese repelido
de forma muy violenta nuestros cuerpos,
y ambos respirábamos
como si todo el aire que el mar nos traía,
no fuese suficiente para estabilizar
nuestro arrítmico ritmo.
Pasaron unos minutos
y te acercaste casi arrastrándote,
haciendo un sutil surco en la arena,
buscando tu boca estar cerca de mi oído.
Esperé y deseé como siempre
escuchar tus dulces palabras de amor,
con tan sensual acento caribeño
que me hipnotizaba y subyugaba
haciéndome volar,
pero esta vez tu boca
susurró con tono entrecortado, suave y mágico:
“Eu seré seu mais sedienta puta
para el resto de seus días carinho,
agora,
preciso faço-me o amor outra vez”.
© Mattfisk
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