Pasado un rato de insoportable silencio en el cuartucho, escuché de fondo una melodía, una melodía cualquiera, pero la carencia de ella en los minutos anterires juzgaba esa canción como la mas poderosa y embriagadora nunca escuchada. Dos personas dábamos vida al habitáculo, y dos personas estábamos plenamente sumergidas en un sonido. Después de una discursión mónotona, y poco ordinaria, causada por mi decisión convencida, no se podía pedir más ni rezando. Ella había rezado y dudo que fuese aquella su plegaria. Sin embargo mis oidos estaban ejerciendo la potestad sobre mi cuerpo, y lo que antes era silencio, ahora era armónico, y ello conllevaba que mi decisión convencida se sintiera unadina. Cada segundo era un pensamiento, y una nota, cada segundo estaba más lejos de mi arcaica decisión y mas cerca del final de la cancón. Estaba tan convencido de mi error que pensé en rectificar mis palabras en el momento que cesara el sonido. Demasiado tarde sería entonces. Al parecer no era el único que había estado pensando en cada segundo. No era el único que había sentido una alegría invasora desde el oido al resto del cuerpo. La mujer que tenia sentada enfrente de mí cogió un cuchillo lleno de mantequilla y se lo clavó en el coraón sin pensarselo. Lo primero que mi voz pudo articular, instantaneamente, fue: ¿Por qué?. A lo que ella respondió, hundida en sangre y con los ojos cerrados: Tanta alegría recordada, me hacía recordar que no viviria más dicha sensación.
Yo me quedé anonadado, al tiempo que volvía a sonar la melodía. Mirando el cuerpo de una muerta repentina y pensando en sus palabras comencé de nuevo a sumergirme plenamente en el sonido. Al llegar el silencio cogí un papel, una pluma, y lo escribí. Segundos después mi cuerpo podia hallarse muerto, y mi corazón manchado de mantequilla, mientras volía, y volía a repetirse el sonido. Ahora era una canción la que daba vida al habitáculo, con dos personas detrás. |