Mi yo real está atrapado en mi cabeza,
buscando el escepticismo que se perdió,
buscándote a vos que ves que yo
soy solo una mancha de infinito,
unas líneas escritas al revés,
una sensación que inunda los sentidos,
un vómito violento que te sacude el alma
gritando sus verdades,
tragando tus mentiras.
Ajena a mí, veo el río,
turbulento, azul y vacío,
que ahoga a los peces violetas y verdes.

El vacío tenebroso que sentís cuando estás solo,
y que no se admite por miedo a que te salven,
por miedo a que te maten, por miedo a que te ayuden,
por miedo a que te abracen, por miedo a que te entiendan.

Y el arte sólo es arte si es un fuego que quema adentro,
que se expresa con llanto,
que golpea las puertas de lugares prohibidos,
y arrasa con todo, sin permisos ni arrepentimientos.
El artista está siempre solo, al servicio de sí mismo,
al servicio de un don que jamás pidió,
atragantándose con sus libertades,
riéndose de la vida, nutriéndose de la muerte
y sintiendo en algún lugar oculto
las nubes oscuras que son él,
las burbujas de color,
los aromas de su infancia.
Y cuando eso sale, está más solo,
porque nada lo completa.

Y vos miras, inmóvil al borde del camino,
cómo caigo en ese abismo del que no puedo escapar,
intentando alcanzar tus manos, con tu nombre marcado en mis ojos.
Te busco, entre las multitudes que claman,
que piden castigo.
Y te veo, y me mirás,
y te vas, porque sabés que, a pesar de todo,
no es posible estar conmigo.