NO SÓLO PASA EN LAS POSTALES.
Una postal no es sólo una foto, es más que una representación de lo que fue en algún lugar y de lo que será en otro.
Comprar una postal es querer comprar un momento, algo que no vivimos, que no es nuestro pero que lo asumimos como parte de nosotros.
Es querer compartir una imagen que no vimos con alguien que tampoco la vio para crear un ciclo, que se regenerará cuando alguien más acuda al mismo lugar a buscar la imagen de la postal y no la encuentre más que en otra tarjeta impresa.
A èl le gustaba viajar, y odiaba enviar postales.
Le gustaba mirar y odiaba tomar fotografías, solo lo hacía cuando sentía que el momento era tan débil que prefería recordarlo tal cual era, sin que el le aumentará nada.
Le gustaba escribir, y sin darse cuenta el era el verdadero inventor de su odio, ya que sus cuentos, los cuales aparentemente iban a parar a una recopilación de jóvenes talentos, siempre terminaban en manos de la empresa de las postales, aquella que un día decidió partir su misión, crear un mundo mejor, un mundo mas lúcido, mas colorido, pero que sólo existiera en papel, que nadie pudiera destrozarlo, que nadie pudiera siquiera tocarlo, solo mirarlo, y que al mirarlo no hiciera más que querer encontrarlo al caminar por las calles.
Tal empresa resulto ser un éxito, y no porque el mundo no fuera digno de ser una postal, si no porque una postal era más que el mundo, era llevar las palabras de cualquier mentiroso viajero a un papel.
El viajero, siempre con su necesidad de encontrarse, sólo se acerca a su destino cuando escribe sobre él, cuando le cuenta alguien lo majestuoso de viajar, de aparecer aquí sin dormir allá; el viajero, ese que crea mundos que no existen, ese que inventa imágenes para cartas de amor, que inventa colores para anuncios de soledad fue el principal impulso de la postal.
Mi amigo veía más allá de las postales, aparentemente las vivía, como en su cuento acerca de la espada de sol reflejada en el mar, o el cuento de su pareja en las pirámides llenas de magia , o en su encuentro entre rascacielos y supermercados modernos.
Pero al parecer un día se quedó en una de sus postales y nunca más pudo salir.
Aunque lo volvimos a ver, en sus ojos solo se reflejaban los colores de su postal, las hojas cayendo, la lluvia sonando.
Su primer otoño y no había logrado superarlo.
Por primera vez podía vivir una postal sin escribirla primero, por primera vez no era él el que creaba el fondo, el era el fondo mismo, siempre tan naranja, siempre tan reseco, siempre tan otoñal.
Cada vez que regresaba era la misma historia, no era necesario preguntarle de su viaje, ni del clima, no, el siempre buscaba regresar al otoño, en primavera para nosotros el viajaba al otoño de otro país y cuando en ese país era invierno, viajaba al otoño de otro continente perdiéndose nuestro verano, para verlo regresar en otoño, siempre perdido, siempre buscando esa imagen que el mismo reflejaba, siempre buscándose.
La última vez que lo ví tomaba fotos, de niños en caballos, de perros en el sol, de hojas cayendo, como si quisiera armar un otoño en base a las otras estaciones, lo saludé y cuando me di cuenta ya no estaba más ahí, seguía caminando, y yo atrás de él, seguía fotografiando y yo atrás de el, sin darme cuenta ya de lo obsesivo que me había vuelto en comprar postales de lugares que nunca he visitado..
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