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Había nacido en un lejano poblado, se podría decir que su alma se forjo entre el viento de la puna y el andino cielo, creció oyendo el silvar del viento y la preocupación constante de todos los niños del ande, poder sobrevivir y crecer más alla de 5 años pues la miseria es la que más arrecia en las agrestes punas conchucanas.
Era un niño vivaz, su alegría brotaba a borbotones, era un placer verlo correr por entre el ichu o las champas de los puquiales de la punas, sus juegos imitaban el vuelo de las perdices o los cóndores o el saltar de las ranas verdes de los puquios, es decir, todo cuanto en él había, estaba relacionado con el medio en que vivía.
Decía su madrina, la parturienta que lo vio nacer o que ayudó a su madre a traerlo al mundo, que había nacido de pie, en un parto que casi mata a su madre. Contaban que un tío suyo se había sentado en el vientre de su madre para ayudarla a ésta a pujar a fin de que el pequeño que nacía por fin viera la luz, y este nacimiento insólito, doloroso, en el otoñal estado de su madre, hubo que verse como una bendición, ya que según la madrina del pequeño y de las viejas profesías de la gente de esos lares, los niños que nacían de pie traían mucha bendición al hogar, pero por sobre todo, el niño tenía asegurado su futuro, pues la suerte siempre estaría en su camino. Mucho quiso Dios que la teta de su madre casi no se secara nunca, pues no se desprendió de ella casi hasta los cuatro años, este hecho iba a recordarlo siempre, nunca pudo olvidar la tibieza de los pezones de la teta de su madre, de la ternura con que era acariciado por ese ser casi divino, cuando lactaba aquel néctar de vida, no pudo olvidar nunca las frases impregnadas de una devoción casi angelical cuando su madre se refería a él como su “shullca” y le echaba a su espalda para atarla a ella con su rebozo o con el abrigador “pullo”, lugar en el que podía ver pasar el tiempo sin percatarse que la vida era inexorable como el tiempo, en él podía sentir el cielo, ese inmenso techo azul que era el único mundo que desde la espalda de su madre podía contemplar, jugueteaba con las graciosas figuras que su mente dibujaba con las nubes, no se percataba del tiempo, la espalda de su madre era su mundo....
El golpe fue terrible, su cerebro trataba en vano de hilvanar pensamientos, los recuerdos y nostalgias se acumulaban en su mente, pensaba en sus dos maravillosos hijos, lo que había sido parte de su existencia hasta ese momento. Trató de incorporase, pero no le respondió ningún músculo de su cuerpo, el dolor de cabeza se acentuaba intensamente, un frío glacial se apoderaba de su cuerpo y por primera vez en mucho tiempo se acordó de Dios, al que invocamos todos solo cuando estamos en problemas o cuando parece que la muerte esta cerca, la lucha por la vida era intensa, nunca se le vio tan desvalido como en aquel instante, lívido se figuraba desangrándose, pero seguía luchando por no perder el conocimiento...
Había crecido jugando en los molinos, un tambo inca que así llamaban los pobladores de Las Espinas..., lugar donde abundaban las viscachas, las mismas que le enseñaron los silbidos que alguna vez los utilizo para avisar a los amores adolescentes... que ya había llegado, y que las estaba esperando en los rincones del huerto o la huerta, en el que algún rosal había crecido y que servía de escondite. Recordaba intensamente a su padre, el más sublime VIEJO que le dio el espaldarazo cuando más lo necesitaba, parecía verlo por instantes, allí justo en los restos calcinados, humeantes esparcidos en su alrededor y por un momento pensó que ya estaba en aquel mundo de las tinieblas, en ese mundo desconocido al que todos tememos pero que inevitablemente un día conoceremos, pero cuando parecía que todo sus recuerdos habían quedado atrás, volvió el dolor, el que ahora si le parecía bendito, puesto que no se iría de este mundo sin luchar...
A la edad de cinco años la familia dejó la puna, y se traslado al pueblo para que el “shullca” iniciara sus estudios, La primera escuelita a la que asistió se ubicaba no muy lejos de la casa, así que se podía dar una vuelta para atisbar que cocinaba su madre, o solamente para llevarse un choclo hervido y aplacar el hambre. La profesora de sus primeras lecciones, de tez clara y grandes ojos, fue el primer “amor” que tuvo, le profesaba una profunda devoción, porque inició en él, de la forma más noble, la tenaz cacería del conocimiento... formo en él aquel inimaginable y bello hábito de devorar cualquier libro, revista y cuanto material que contuviera escritos, hábito que le sirvió para trazar su destino...
Una luz aparecía en su cerebro, creyó ver que alguien acudía en su ayuda, pero no era más que el fulgor que produjo el trauma ocasionado por el golpe recibido...poco a poco volvía a recobrar los movimientos de su cuerpo, lo cual le lleno de esperanza, puesto que indicaba que el golpe a pesar de haber sido intenso, no había provocado lesiones graves... Los Andes parecían acrecentarse a medida que él recuperaba sus facultades, pero vaya, el mundo empezaba a moverse de nuevo, estaba vivo...vivo para seguir en la brega que se había propuesto, vivo para sentir el dolor como cualquier ser humano, vivo para volver a amar quizás, pero por sobre todo, para sentir el amor infinito de sus dos amados, inmarcesibles y tiernos hijos, los que a esa hora estaban lejos, muy lejos, sin presagiar, la turbulencia mortal en la que su padre estaba, buscando una salida, un punto de apoyo para seguir subiendo la pendiente en la que se encontraba. La cuesta era difícil, llena de pedruscos que punzaban los pies descalzos de Gumi. Su experiencia recorriendo de arriba abajo los peñascos de la tierra donde había nacido y crecido, cuando su infancia era un mundo inacabable, el mismo que lo ubicaba entre la tierra y el cielo, empezó a serle útil en esta hora, pues trepaba desesperadamente buscando auque sea una esperanza vana, puesto que la desolación de la puna era total y absolutamente abrupta, no había pensado si junto a él había otros sobrevivientes, pues solamente se había preocupado por sobrevivir, no quería volver la vista atrás ya que se imaginaba los llameantes restos del Jumbo, los calcinados cuerpos de los demás pasajeros...no quería ser parte de escenas dantescas, él estaba vivo y ello le permitía pensar en la segunda oportunidad que le daba el destino y ese hecho lo llenaba de un profundo agradecimiento al creador de todas las cosas, era real su poder y allí estaba él, trepando la cuesta con un dolor infinito pero con unas fuerzas titánicas para lograr salir de ese terrible accidente.
Después de terminar sus estudios en aquella villa que fue la fuente de inspiración de sus sueños, tuvo que viajar a la compleja ciudad que servía como capital del Perú, a la que siempre tiene que ir los adolescentes provincianos a forjar sueños y metas , su destino, buscando una oportunidad en el laberinto de la vida. Nunca quiso ser un afán en el mundo de los suyos, puesto que solamente buscaba construir un lugar en el cual entendieran su mundo.
Las piedras cada vez se hacían más cortantes, brutales ante el empuje del sobreviviente exhausto, el mismo que sentía desvanecer en cada paso ese mundo por el cual luchaba, recordaba a su anciana madre, a la que no había visto en casi diez años, aquella mujer por la que siempre parodió a Vallejo y por la que siempre rememoraba los versos del vate de Santiago de Chuco...por la que siempre pronunciaba como un dulce néctar de la mañana fría un... “Andina y dulce Rita” y es que siempre prevaleció ese lazo indisoluble entre el ser que le dio la vida, la que le prodigo el cariño que un día más adelante...mucho después supo contagiar y prodigar a los suyos.
Por fin llego a un camino, o eso le pareció al sobreviviente, y empezó a seguir la dirección que éste tomaba, la sed empezó a inquietar sus resecos labios y otra vez la experiencia vivida en los años de niñez vendrían en su ayuda, pues era previsible que debía de haber algún puquial esparcido en el páramo de la puna, algún ojo de agua que permitiera saciar el fuego que ya calcinaba sus entrañas..y fue que allí se apareció la laguna, era un espejo de agua que a los ojos de Gumi parecía de infinitos colores y corrió tambaleándose hacia ella, cuando de repente apareció la sombra de enormes dimensiones que primero no atemorizó a la fortalece del hombre que tenía delante, pero a la medida que se acercaba un gélido halo recorrió la columna y esta vez nuevamente vino el miedo, el que se convirtió en espanto cuando la voz seca le dijo a boca de jarro: sabía que vendrías pero estas llegando tarde. Extendió el ser fantasmal su mano, ante el espanto y la mirada atónita de Gumersindo Galindo, el mismo que al hacer contacto, supo que ya no volvería a ver más este mundo, no volvería a ver más a sus adorados hijos, ya no volvería más a amar como había amado y que el golpe que había recibido al impacto del fatídico choque que produce la caída de una máquina que recorre el cielo a 500 kilómetros por hora, era suficiente para no dejar lugar a los milagros. Gumercindo Galindo se fue hacia la laguna o lo que a él le parecía, para no volver más a saber de este mundo, sus restos fueron encontrados dos días después lejos de los demás cuerpos que había producido el infernal acontecimiento y hoy donde el cayó crece una puya raimondi y todos no dejan de pensar que Gumersindo Galindo vive en ella, sintiendo el helado frío de la inmensa puna, contemplando el cielo que en vida siempre amó, es decir se quedó allí donde la bondad de su madre le dio por primera vez la vida... (podrá continuarse más delante..tal vez en la otra vida)

Texto agregado el 22-12-2005, y leído por 216 visitantes. (1 voto)


Lectores Opinan
10-01-2006 Tambien eres excelente prosista, ademas de poeta romántico. Te felicito. 5* sorgalim
28-12-2005 ELTEXTO EN SI ES BUENO, MUY BUENO, AUNQUE PREFIERO TUS APORTES ROMANTICOS. DESDE UN RECONDITO LUGAR DE MEXICO CAREN
 
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