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Roberto Ramírez Bravo

—Si los sueños fueran ciertos, ¿qué soñarías, Mariana?
—No lo sé, muchas cosas. ¿Has visto el reflejo del sol reventándose entre los árboles, una tarde de otoño? ¿O la luna en el vaivén de las olas? Yo no. Lo único que conozco son estas paredes, aunque me gustaría ver el mar, pero verlo por mí misma, no a través de mi madre, que me habla de él durante la noche. Si los sueños fueran ciertos, yo volaría en el viento. Me olvidaría para siempre de las escaleras de caracol, de los platos sucios, de la cubeta, del cuchillo y de la muerte... Pero nada es cierto, ¿verdad?
—No lo sé, Mariana. Yo anoche soñé que cruzaba los montes volando: miraba desde lo alto la roca al pie de la acacia, oía el canto de un pájaro y buscaba entre los edificios a mis hermanos, pero no vi a nadie; ninguno me esperaba. Qué ironía. Y qué angustia. En mi vida no me había sentido tan libre, y sin embargo no era feliz. No encontré nada en mi camino que me diera una ilusión de vivir. Ni un recuerdo, ni una línea azul dibujada por mis manos trémulas, ninguna luz. El mundo estaba vacío: lleno de edificios, pero desnudo de amor, de calor y de esperanza. Me temblaron los huesos y sentí envidia de ti, Mariana, que sueñas sueños buenos, como de niño. Yo en cambio, tuve que despertarme porque me faltaba el aire. Qué triste es todo esto. Qué triste.
—Yo también he tenido pesadillas que me llenan de miedo, de dudas. Hay en ellas fantasmas que me miran, pozos negros que me llaman, y un reloj muy grande marca la hora de mi muerte. Pero mi madre me visita por las noches, cuando el silencio ya lo ha invadido todo. Me habla despacio de cosas sencillas: de la marea, de la tinta china y el cristal de las ventanas. Recuerda las calles que conoció de niña, las acacias frondosas del cementerio y los cables zumbantes, cargados de luz. Nunca menciona personas. Qué‚ raro, ¿no? A veces pienso que nuestros sueños son como una fuga para este encierro. ¿Será cierto que estamos locos?
—Nuestra vida es un jarro roto, Mariana. Aquí moriremos nuestra muerte, en esta soledad, en esta plática eterna con nosotros mismos. Aquí soñaremos hasta el fin, porque éste es el infierno. ¡Sí, Mariana, estamos locos, locos de remate, completamente locos!... ¡Ja, ja, ja, ja!... Mariana... ¿me oyes?... ¿estás aquí, Mariana?... ¿Por qué no me contestas?... ¡¡Mariana!!... ¿¡Otra vez te estoy inventando!?...



* El presente cuento forma parte del libro Sólo es real la niebla, Ed. Sagitario, 1999.

Texto agregado el 22-12-2005, y leído por 311 visitantes. (2 votos)


Lectores Opinan
17-08-2006 Me gusto mucho, donde podria conseguir el libro?, saludos homerfunk
02-02-2006 Recordé trozos muy conmovedores de dos obras de Jorge Díaz, Dramaturgo chileno (aunque así mismo no le gusta llamarse así): "el velero en la botella" y "el locutorio o contrapunto para dos voces cansadas"... ha sido un exquisito viaje por la desesperación humana frente a la siniestra soledad... frente al propio abismo.... intensamente conmovedor... desnuda
17-01-2006 "Los sueños dan salida a los deseos que no pueden manifestarse de otro modo". Freud. El mundo de los sueños es tan real como el futuro... Accedemos a la cuarta diemensión, la eternidad... Creo que a esto le podemos llamar prosa poética... Felicitaciones. Esquisitas elucubraciones... Saludos. josedecadiz
10-01-2006 Breve pero cargado de contenido. aurelio
22-12-2005 Guao!, excelente!, mis ***** celiaalviarez
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