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El sonido característico de una llave girando llenó el ambiente. Se escuchó un ruido sordo. La corriente eléctrica fluyó por el gran complejo.
Tanto el ventilador pequeño como el grande comenzaron a funcionar. Si el primero no hubiera girado, el segundo tampoco lo hubiese hecho y quizás habría sido imposible el trabajo.
En los pisos superior, medio e inferior unos haces de luz escarlata, anaranjada y verde, respectivamente, indicaron que en esos sectores no había problemas. Nadie había llegado, aunque el lugar estaba listo para trabajar.
El inmenso portal del piso D se abrió y un extraño vehículo de forma circular se deslizó suavemente hacia adentro. Día a día entraban distintas clases de vehículos a través de las aberturas de los pisos A y B; algunos grandes generalmente de color negro con letreros que indicaban su contenido, y otros chicos, similares, pero que increíblemente transportaban mayor cantidad que los grandes. Este era distinto a los demás. El personal descendió del vehículo, como lo hacía siempre, en grupos de a ocho, ya que su transporte estaba diseñado para que viajaran de esa manera. Además, si ellos se hubiesen trasladado en grupos de a siete o nueve, jamás habrían podido llegar. Lo más llamativo era la exagerada cantidad y variedad de personal que cabía en él, en comparación con los demás vehículos.
Los recién llegados se reunieron en la sala principal y esperaron las órdenes. Pasados unos minutos un extenso grupo que parecía ser extranjero, marchó hacia el sector C. Allí era donde los “ingresantes” podían desarrollar a pleno sus facultades, dado que en dicho sector se guardaban los secretos del complejo.
Los extranjeros eran dinámicos, eficientes, e inteligentes. Cualquier encargo lo cumplían a la perfección, salvo un grupo que parecía no ajustarse al resto y que una hora más tarde, junto con otro, cambió totalmente su comportamiento. Sus miembros se tornaron huraños, sombríos, amenazadores, considerándose superiores a sus pares y poniendo en peligro la operación. En pocos minutos sus integrantes se apoderaron de la mayor parte del sector C y dijeron que no se moverían de él. El estridente chirrido de la alarma general se extendió rápidamente. Todo el complejo estaba alerta. No se podía permitir que solamente sesenta y cuatro individuos tomaran el control. Pero lo que los rebeldes no habían tenido en cuenta era al Departamento de Seguridad. En el afán de conquistar el sector C, se habían olvidado de los Guardias de Protección. El armamento con que estos contaban era de última generación y la única solución posible al problema era el exterminio. Los disparos fueron certeros. No quedo ni un rastro, ni un vestigio de la existencia de los rebeldes. Después del caos el sector de mantenimiento recorrió el complejo, asegurándose de que funcionase correctamente. El vehículo de forma circular se retiró, el inmenso portón se cerró y nuevamente se escuchó el ruido sordo.

Como todos los días, Pablo, sacó de un cajón la llave plateada para destrabar la cerradura de su Computadora Personal y presionó la tecla de encendido. Unos sonidos y unas luces le indicaron que el sistema se había ejecutado bien y en la lectora de CD-ROM colocó un disco compacto. Los únicos programas que le interesaron fueron unos provenientes de Estados Unidos y los copió al disco rígido. Para su desgracia este software tenía un virus, pero afortunadamente un muy efectivo anti-virus solucionó su problema.

Texto agregado el 07-11-2003, y leído por 176 visitantes. (0 votos)


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