Crónicas de los Años Malditos
El Caracazo 1:
Todavía era yo una niña cuando Caracas se hundió en ese desastre natural. Digo desastre natural porque nada es más natural en este mundo que el hambre. La gente hambrienta desató uno de los más grandes vendavales morales que se hayan visto en la historia de este país. La inflación, la corrupción, el clientelismo, la sinvergüenzura, eran tales en el gobierno Venezolano, que desfalcaron los bolsillos de la gente común sin que nadie supiera cómo ni cuando. Todos salieron a la calle en una protesta general contra el hambre que se sufría. Los más hambrientos fueron los que comenzaron: tomaron palos, piedras, cadenas, pólvora; abrieron los negocios que hallaban a su paso y robaron todo lo que había en ellos.
Es algo relativamente “normal” ver un negocio al cual robaron una noche y amanece abierto, con un dueño desesperanzado y arrecho en la entrada.... pero no lo es ver a toda una ciudad robando lo que encuentra. Poco a poco todos fueron uniéndose a los atropellos. La gente apedreaba los negocios, los policías apedreaban a la gente y el gobierno apedreaba a todo el mundo decretando un toque de queda del que todos hicieron caso omiso menos los muertos porque ya no podían salir de la fosa común. No existe un caraqueño que no tenga entre sus peroles un recuerdito del Caracazo, así sea regalado. En mi casa aún aparece de vez en cuando un pequeño cofre de madera producto de este desgraciado día, y el cual fue tomado por no recuerdo qué familiar en su participación del saqueo general.
Pero como dije en un principio, yo era una niña de apenas 7 años cuando se dio el saqueo, y no puedo dar fe del mismo si no es a través de mis ojos de infancia. Lo que más recuerdo del saqueo es que yo estaba en el apartamento donde vivía (en el bloque 3 de las Lomas de Urdaneta, sitio bastante populoso y humilde) junto a mi abuela. No entendía muy bien lo que pasaba, la gente corriendo en bandadas hacia el boulevard de Catia, todos desesperados y hasta contentos, según recuerdo. Le pregunté a mi abuela qué estaba pasando y ella me dijo “es la guerra, mijita, la gente se volvió loca y está desatada por las calles de la ciudad. Es el hambre lo que nos tiene así, eso es culpa de este gobierno sinvergüenza....” hubo muchas cosas que mi abuela me dijo en ese momento, desahogando un poco su ira y su impotencia. Mis padres estaban fuera de casa. Mamá estudiaba en el pedagógico de Caracas, por lo que había salido temprano, y papá estaba trabajando; luego nos enteramos que se había ido al 23 de Enero a casa de mi abuela Celia, y estaba por allá junto a otros parroquianos tratando de organizar a la gente a ver si el momento se aprovechaba para golpear al gobierno más tácticamente (cosa que no se pudo hacer hasta varios meses después). Pero lo cierto es que yo estaba sola con mi abuela y acompañada de mis amiguitas de siempre, a quienes habían mandado a la casa para que no se quedaran solas mientras los vecinos bajaban a hacer lo suyo en el saqueo.
Nunca olvidaré la imagen de gente subiendo mesas, lavadoras, cocinas, neveras, aires acondicionados, juegos de recibo, cajas tras cajas de comida. Hubo alguien que subió una vaca despellejada (nunca sabré dónde la guardarían). Mis vecinas y yo ansiosas, esperando a que llegaran nuestros padres para ver qué les regalaban en la ciudad.... La primera que llegó fue la tía de Luisana, con un gran mercado y otras cosas más que traían sus numerosos familiares. Al rato llegó la mamá de Yurbin, con una lavadora más pesada que ella misma montada al lomo, junto a su tía, quien traía una nevera. Entraron a su casa con los enseres y luego visitaron a mi abuela pidiéndole alguna cadena de oro que les ayudara a desconchar los artefactos para que, si por casualidad venían a decomisarlos, parecieran viejos y no se los llevaran. De más está decirles que mi abuela los miró con cara de mucha rabia, les mentó la madre en todos los idiomas que conocía y los corrió de la casa, por lo que me quedé sin amiguitas, con mi abuela desesperada y esperando a ver que traían mis padres de tan larga odisea.
Largo rato me lo pasé así, viendo desde la puerta de mi casa el subir y bajar de gente desesperada, mezclando hambre, codicia, impunidad, esperanza, robando de todo “porque hasta el gobierno roba”; yo sin entender mucho el por qué de tanto alboroto, y un poco asustada porque no veía llegar a mis padres y mi abuela había llorado largo y tendido. A fin llegó mi mamá, con un paquetico de carne molida que había comprado temprano en la mañana antes de que todo comenzara. Yo, que la había esperado todo el día imaginando que tendría la misma suerte que las amigas de mis vecinas, no tuve más remedio que decirle:
.-No!, Mamá!... ¡¡¡¿Usted fue para la guerra y lo único que trajo fue medio kilo de carne?!!!
Gracias a Dios, nadie hizo caso a mi comentario. Abrazamos a mi mamá, mi abuela se quedó un poco más tranquila, y continuamos esperando a ver qué sucesos nos esperaban en esa amarga marea que cubrió la capital por más de 48 horas.
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