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La noche abierta por costumbre. La noche atravesada por una llovizna débil que golpea en la ventana y más allá el silencio de las horas que avanzan y se devoran a si mismas.
Y Marlene y yo en la misma cama.
Cuando ella no duerme, suele arrancarme del sueño suavemente hacia su cuerpo. Me recobra con caricias y palabras húmedas que reptan por el lóbulo y se introducen en mis oídos para pronunciar allí su criptograma azul. Me despierto a medias y sonrío, accedo al juego sin hablar, con los cristales del sueño girando todavía como una bandada de pájaros que huyen. Mis manos practican una señal mecánica sobre mis ojos y los de Marlene, un ligero impulso, invocando sortilegios al azar para espantar a los oscuros, esos extraños seres que durante tanto tiempo nos han perseguido y acechado. Sin embargo, lejos ya de temerles, despierto con la conciencia de haber obrado en nosotros el secreto que los alejaría para siempre. Acaricio la idea de que el instante de toda eternidad es el presente y que el silencio que subyace es obra de un tiempo que ha perdido poder sobre nuestras almas, que ya no habrá respuestas al tiempo impuesto por Dios, porque ya no habrá ningún Dios, y porque ya no habrá siquiera cenizas y polvo. Pero es una idea que pareciera brotar desde el interior de mis huesos y no de mi mente, y la sensación no es agradable.
Marlene me reclama. Entonces procuro que mi atención gire hacia ella.
Marlene y yo somos dos cuerpos enlazados en el espacio tibio de la cama y la oscuridad es un párpado que nos cubre, nos reduce a sentidos más sutiles y primordiales, nos hace representar el papel de dos ciegos que se buscan con las manos para reconocerse, como si nuestras manos buscasen algo indescifrable más allá del tacto y el placer.
Y mientras tanto la noche desgajándose y chorreando en coágulos sobre el mundo. Marlene gimiendo en mi boca, los labios entreabiertos, expectantes, lascivos. Yo besándola, hundiéndome en ella, los barcos de mis manos a la deriva por su cuerpo ondulante, su cuerpo que corre en trance y busca contraerse y arquearse en felina determinación bajo mi miembro tenso.
Llegar al orgasmo como a la última estación de un viaje, el camino directo hacia una tierra que nos espera con ansias de revelación. Y luego la oscuridad adquiere otro contexto, pierde solidez, es una marea que nos arrastra aguas adentro. Y lo que se vislumbraba va desapareciendo poco a poco en intermitencias y espejismos.
Marlene suspira y me muerde el hombro con tristeza. El mismo ritual de muerte y resurrección de su deseo, y yo como centro de su culto al hastío y sus esperanzas estériles.
No soy culpable de lo que ella siente. Soy culpable por no medir las consecuencias de un acto irremediable. Eso es todo. Culpable de habernos convertido en dos monstruos que no podrán encontrar jamás ciertas respuestas.
Ha pasado media hora, o una hora y media. ¿Que importa? Ahora se han invertido los papeles. Marlene duerme. Marlene ha llorado y duerme.
Ahora llueve y todavía es de noche. Mi espíritu parece el de un animal alerta, los sentidos abiertos al más mínimo detalle. Es un juego conocido. Si afino el oído puedo escuchar el sonido de cada gota estrellándose contra el tejado de la casa, y más allá, también puedo escuchar ese sonido sobre la hierba crecida del jardín, sobre las hojas de los sauces, sobre el oscuro pavimento de las calles desiertas. Escucho la lluvia que ha traído la noche, estableciendo patrones melódicos de una complejidad salvaje y exquisita, y me dejo llevar como un recién nacido ante los primeros arrullos de una madre. Escucho la canción de cuna de la lluvia y me hago un ovillo en el borde de la vieja cama que cruje y se queja de cansancio. Cierro los ojos y por un momento soy también parte de la lluvia, me precipito desde las nubes revueltas y me fragmento en un millón de minúsculas prismas que caen y se entrecruzan a merced del viento enfurecido. Soy también la lluvia, esparcido por debajo de la tormenta en un enjambre de gotas delgadas como agujas. Por un momento, al igual que la lluvia, doy mi ofrenda y me debilito lentamente. Voy hundiéndome absorbido por la tierra, impregnándolo todo en ozono y sombra, en húmedos resplandores fantasmagóricos que danzan y se volatilizan, y dejo así mi huella en el vientre de la tierra, una huella efímera que el ojo humano registra y olvida como parte del ritual natural de los acontecimientos.
Después, el ensueño me deja atrás de la misma manera en que la tormenta se aleja penetrando en el horizonte lastimado. Y entonces me reconcilio con mi antiguo cuerpo, vuelvo a él como un viajero de largas leguas regresaría a su hogar, sintiéndolo a la vez, íntimo y ajeno. Ahí está mi viejo cuerpo, y yo me uno a él. Somos de nuevo un solo ente, un ser fatigado de tanto observar el ciclo de las noches y los días, un ser que ha vivido más años de los que podría recordar, un ser que ha visto y oído demasiadas cosas.
Me levanto y me acerco a la ventana, respiro el aire limpio y observo algo más que el paisaje conocido, mis ojos ven hacia atrás. Pienso en el pasado. El pasado…
¿Qué clase de criatura podría permanecer de pie mientras sus ojos observan generaciones enteras precipitándose lentamente hacia la oscuridad?
Podría parecer gracioso; el reloj gigantesco del cielo, el sol y la luna como sus agujas, girando enloquecidas a través de las décadas humanas.
Esta misma noche es igual a la de hace ciento treinta años, igual a esa última noche en que Marlene y yo... pero no. Debería olvidarlo de una vez por todas.
La navaja bailotea entre mis dedos y su contacto se siente frío como una piel de serpiente.
Me dirijo de nuevo hacia la cama y contemplo el rostro de la mujer dormida.
“Para siempre” me digo, y noto que mis labios tiemblan.Procurando hacer silencio, escondo el rostro entre mis manos y me pongo a llorar.

Texto agregado el 20-12-2005, y leído por 150 visitantes. (2 votos)


Lectores Opinan
16-01-2006 Es un buen texto con un buen final, aunque yo creo que está bastante recargado y resulta algo barroco. Ganaría descargándolo. A veces creemos que adornar mucho un escrito es sinónimo de hacer algo excelente y no es así. Eso es algo que se aprende leyendo a Borges. Lolasanabria
20-12-2005 esta bien escrito, tiene una linda cadencia y un final que se ajusta al texto... muy bueno! el_hada_perdida
 
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