El pasado vive en un momento perdido y en un lugar olvidado. El errático paso de la gota sobre el pétalo. El ritmo crepuscular del rocío sobre la rosa. Las húmedas espinas, los poros abiertos al frío y a la mañana. La rosa contra la ventana. La claridad creciente penetra suavemente a través del vidrio y parece sólida. Entra paciente, descubriendo lo que más quiere ser visto, primero, y hasta el último detalle, después. Ante el ventanal hay una cama de casi idéntica superficie, entre ellos hay una mujer que despierta. Ha tenido un sueño pesado e intenso, pero ya no puede recordar lo que soñó. Si es verdad que es azul y hecha de luz, entonces la luna la despidió cubriéndole la cara y, en ese instante, el alma a la vez.
Afuera, el rocío alejando a los fantasmas de la noche. La noche siempre trae lo que el rocío luego lleva. La mujer lo sabe, la gota en la ventana también. Otra gota, como de rocío, errante como de la flor, baja sutilmente de sus ojos y sigue tibia cuando se la seca con la mano. El frío forma una especie de corteza sobre lo que queda mojado y la mujer sigue llorando. No recuerda ya cuánto hace que viene despertando para empaparse el alma y durmiendo para reponer su cuerpo. Hay círculos en la vida en donde nadie cree posible girar pero que existen, y hay quienes entran en ellos.
'Hoy.'dice la mujer. Desnuda como durmió, desnuda como vida, camina hacia la puerta. Era liviana, casi transparente de tan azulada. De pelo blanco, piel perdida y ojos que sabían llorar sin detenerse. Después de tantos años su llanto había adoptado detalles casi divinos, casi irreales. Divinos, porque su vida como eterno llanto la acercaba tanto más a una vida de dioses. Podía llorar con locura, con pasión, con ternura de niña. Llorar por lo roto, por lo sano, por lo nuevo, por lo bello, por los otros. La mitad mas larga de su vida la había pasado sumergida en su propio llanto. Y era ya de alma muy vieja, no recordaba siquiera por qué había empezado a llorar, sin embargo su cuerpo se mantenía joven gracias a la constante purificación del alma. Lo único que daba cuenta de su edad eran sus ojos, más bien su mirada, arriba y lejos del siglo. Como en el caer del llanto, ella parecía moverse por la casa flotando y tropezando en su fluir a cada paso; dando la imagen a distancia de ser alguien totalmente distinta. Pasaba todo el día en compañía de su llanto silencioso, no recordaba siquiera cuándo había sido la última vez que había visto una persona, o que había comido. Cada uno tiene su propia manera de acomodarse a su soledad. Esta mujer había encontrado en el llanto su misión, su estado natural, anterior; decidida gritó 'Hoy.' y se entregó decidida a la mañana de afuera.
Un rocío frío y tibio bañó entonces al mundo. En todos los desiertos, en todos los océanos, sobre todas las cosas mundanas, el mismo rocío. El momento fue breve pero estuvieron como siempre las almas sensibles que percibieron, lejana, la trascendencia de ese instante. Vieron cómo esa especie de manta lo cubría todo, casi como sonriendo, casi como aliviando, casi como haciendo sonreír. Y acaso nunca supieron que la manta cubrió al mundo entero. En algún periódico, destinado desde ya al olvido, salió la noticia. Pero por alguna razón acaso el mundo ya no repara en el rocío. Al mismo tiempo la inconsolable sonrió su mejor sonrisa, el sol le absorbía ahora la cara y ella al fin suspiraba. El suspiro que algún día había empezado a buscar llegó finalmente y consigo trajo quizá la calma, su cuerpo duró sólo un instante más.
|