Ya eran las 3:30 de la tarde recostado sobre el colchón, halli, dando mi estomago la sinfonía del hambre, gritos desesperados tripas reclamando, lo que sea solo que quite el apetito.
Afuera el sol parecía calcinar al valiente que lo desafiara, afuera se escuchaba el tintineo de una campanilla, sonido agudo recorriendo los pasajes, ese sonido para algunos acudiendo a una mísera moneda de $100 pesos era una salvación, intercambiando el dinero por un fresco y dulce helado, que se diluía entre los dedos morenos que sujetaban el crujiente barquillo.
Para otros (incluyéndome), era un martirio, que se agolpaba entre mis pensamientos, recordando que el papel de valor escaseaba y el apetito avasallaba a toda carga derrumbándome sin fuerza sobre el colchón todo roto, observando el techo mientras que mis oídos tragan lo que sucede afuera.
Tiempo de osio amontonado en aquel entonces eterno presente, rodeado por 4 paneles de cholguan en un segundo piso, que desde la pequeña venta la mirada podía palpar el horizonte como a 35 minutos en la típica movilización que poseíamos... los pies.
Ya por las 7 de la tarde, el sol comenzaba a manchar el cielo con vivos colores rojizos, a zarpazos despidiendo aquellas tierras, en las cuales se montó en una trabesìa ovaladamente lenta.
Risotadas exageradas hicieron bajar mis ojos hasta dejarlos caer sobre el dueño de la pensión, que bebía junto a otros 2 sujetos, todos escasos de cabellos en sus cabezas. Pequeños sorbos de pizco, que bajaban quemando sus cargantas.
El comportamiento de estos, quizás sobre actuado, me asustaban ya que temía que su descontrol temporal se tornara agresivo.
*El dueño de la pensión era un hombre achatado de cabello largo que cubría sus hombros, una cicatriz, otorgada en esas tantas juergas, por los pueblos de la primera región, dividía su mejilla en dos. Orgulloso de su pasado como boxeador de peso mosca, dejaba a la vista con la puerta de su pieza mas que media abierta la copa obtenida en un campeonato en el 85, donde en aquellos gimnasios de mala muerte nockeò a un huaso de chillan, las invitaciones a salir lo inundaron después de salir proclamado como victorioso en el diario el “Chañarcillo”, se creía todo un hombròn, iba de bar en bar junto a su grupo de camaradas, luciendo su trofeo que mas que la copa era su fama.
Mientras que él festejaba día y noche e incluso días sin aparecer en la pensión, dejando a su esposa criando apenas a la pequeña bebe de tan solo 4 meses, para que un poeta frustrado, que en esos tiempos arrendaba halli, galaneara a escondidas con ella, aprovechando la ausencia del reconocido “chico mole”, para rebolcarse en el lecho de aquel aclamado boxeador.
Halli bebiendo junto a sus dos únicos amigos ya que los demás se fugaron después de perder toda fama de chico mole, volvía como siempre a alardear de su ex buen box, y luego de unos minutos, gritaba en llantos, que me provocan miedo y risa, reclamaba la pérdida de su mujer, al mandarse a cambiar con un bohemio de mala muerte, dejando a su pequeña hija “Margarita” en sus manos de peleador olvidado.
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