Exiliados,
la ciudad del sol descansa,
escupiendo sobre las ruinas fantasmales de la derrota entre los dedos,
acunando las pesadillas racionales de los pesebres de la noche,
copulando hermanas mayores por barracas,
todos los fuegos se hacen uno
toda la tribu compañera
arrastra los pasos
junto a mi.
Bandada de cuervos que ya no pueden alejar el vértigo
ni mantener el equilibrio,
ver pasar
pinturas feroces
sobre la retina indiferente, es ley,
la decadencia no se enseña, se respira,
se amamanta por las esquinas,
se empala
por las plazas
bajo rituales de sangre fría.
Pilotos rosqueados en contravuelos paralelos entre nubarrones marginales,
adelantadores de agujas, bastardos del derrumbamiento,
verdugos de palomas,
chillido histérico
entre el mugido afinado
del corito Kennedy del sistema.
Sin altares ni dioses donde lavar la conciencia, los pocos
encegueciendo, galope al palo,
músculo agarrotado, espuma
chorreando,
acantilando al final,
mientras la luna amarillenta espía,
coagula y babea,
bendice
y condena.
Con su chatura profunda en el maquillaje desaliñado, ojeras tatuadas negro carbón,
bajo esta Cruz del Sur que todo lo mantiene en puntitas de pié,
malabarismo de sobreviviencia, territorio
humeante
sobre las construcciones del ayer,
furia que asfixia, un toque es la calma,
vaciando los bolsillos / ensangrando la mirada.
Como fuegos artificiales explotando la semilla ardiendo en los labios,
palidez de animal enjaulado, autistas del bien,
el cráneo afeita su lepra y su amor,
revuelve las entrañas,
como viento
metálico
alimenta el pulmón,
silencio astillado golpeando a traición,
perfume de letrina marcando el camino a casa.
Y por detrás de las costuras de los labios alambrados,
de las máscara rugiente, del acero en la voz,
mi niño se acurruca en la oscuridad,
bate sus alas
de hebras desteñidas,
comida para los perros su frágil gesto de quebranto,
jauría amurallando su imagen a un simple recuerdo de piedra inerte
bajo las melodías del indio que silba aún a la desolación de sus huesos flacos.
En este juego que se desangra gota a gota, que corre violento hacia las alcantarillas,
y no da revancha, la lengua seca, el iris blanco,
se riega
por las arterias,
se derrama como lava de volcanes inmóviles,
(costillaje golpeando seco contra el piso), en cuerpos tirados por los rincones,
en este cielo de pibes fugaces
y
barrigas
llenas de vino
del
peor.
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