PUEBLO SIN VIVOS.

Desde afuera de la verja las manzanas se veian muy esquicitas, y nadie las cuidaba.
Brinque y tome una, la comi con calma sin apuro, nadie me veia. Después tomé la
bolsa y empece a llenarla. Tenía más de treinta manzanas, cuando llego el alguacil
del pueblo. Me apunto con una escopeta y me llevo a la plaza. Allí había mucha
gente. Sin nada mejor que hacer en un pueblo tan pequeño los linchamientos eran
la orden del día. Siempre eran extranjeros, como yo. Pues los locales jamás se atreverian a poner sus manos en fuego, temerosos de los famosos linchamientos.
El alguacil me solto en la plaza; y desde niños hasta mujeres y un sacerdote de dudosa cristiandad, me apedrearon. Les pedi misericordia, pero no la tubieron.
Así pues creyendome muerto me arrojaron al campo, donde los lobos acostumbran deborar los resto sin vida de los linchados. Yo sabía que me quedaba poco de vida.
Entonces con un gran esfuerzo, iluminado por la luz funesta de la luna, me arrastre por el esterior del pueblo. Ya todos dormian, después del festín acostumbrado al final de los linchamientos. Mi paso dejaba un rastro de sangre, que posiblemente
seguirian los lobos. Debía darme prisa. Al fin cerca de mi destino. Saque mis ultimas fuerzas de vida, para caminar hasta el pozo y me lance en él. Mi cuerpo
podrido enveneno el agua del pozo. Desde entonces el pueblo esta sin vivos.