Fernanda trabajaba apresurada frente al ordenador. Quería terminar el informe de ventas antes de iniciar las vacaciones por Navidad y Año Nuevo. A su alrededor, sus compañeros de trabajo se afanaban más en los preparativos para el brindis: era 24 de diciembre. Algunos retocaban el gran pino de luces parpadeantes que desparramaba alegría por toda la oficina. Otros ordenaban los regalos del intercambio entre amigos que cada año organizaban. Había quienes se ocupaban de la champaña y otros de los bocadillos. Doña Chelo canturreaba villancicos que otros coreaban. Sólo Fernanda estaba metida en lo cotidiano.
--Vamos Fer, ya deja eso; ayuda a servir las copas. Los jefes están por llegar.
--No creas que los vas a impresionar trabajando hasta el último minuto de este día... No esperes un aumento de salario por eso.
Y con risas celebraron la ocurrencia que tuvo Nancy ante el llamado que hiciera Juan Carlos.
--No quiero impresionar a nadie, sólo necesito ingresar al sistema este informe o tendría que venir en vacaciones. --respondió Fernanda sin apartar la mirada de la pantalla repleta de números encolumnados.
--Termina con calma Fer, no les hagas caso. Yo serviré las copas. --Se apresuró diligente Alfonso.
Cuando Fernanda clickeaba los últimos comandos y daba por terminado el proceso de ingresar el informe al disco maestro del sistema entro Don Carlos, el director general de la empresa, con séquito de jefes y subjefes de departamento para convivir unos minutos con los empleados.
--Pero qué bien se ve todo esto; mmmmm... esto huele bien, se ve sabroso. Y todo en abundancia. --Y mirando a su secretaria particular dijo: --No se olvide de pasarme a firma un memorándum para que le descuenten todo esto al contador. Habrá salido en un ojo de la cara.
Y todos rieron ante la ocurrencia. Risas de obligación más que espontáneas, pues todos sabían que era una forma para dejar claro lo que la empresa había gastado en el brindis.
No faltaron los que se apresuraron a circular las charolas con los bocadillos, comenzando, desde luego, ofreciendo a Don Carlos, quien picaba de una y de otra.
Comenzaron los saludos personales al cuadro directivo acompañados de breves intercambios de palabras, mientras se fueron formando corrillos por aquí y por allá.
Llegó la hora de repartir la champaña. Cuando todos tuvieron una copa en sus manos Don Carlos Tomó la palabra. Cada año era la parte medular del convivio.
--Señoritas, jóvenes. He querido pasar con ustedes aunque sea unos minutos cuando nos disponemos a ir a celebrar la Navidad reunidos con nuestras familias. Como ustedes saben, la situación financiera de la empresa no es la mejor; ha sido un año muy difícil, lleno de situaciones críticas que hemos podido superar gracias al esfuerzo que cada uno de ustedes ha puesto en su trabajo. Ustedes son el verdadero motor de la empresa y hoy quiero decirles gracias por su colaboración, gracias por su empeño. Y brindo porque el año que se aproxima nos traiga mejores cosas, que nos permita crecer en todos los aspectos. Salud señoritas, jóvenes...
Y todos bebieron de su copa.
--Aunque la situación económica no es buena, he querido traer un pequeño presente a cada uno de ustedes --agregó Don Carlos, mientras sus colaboradores más cercanos comenzaban a repartir pequeñas cajas bella y cuidadosamente envueltas para regalo con motivos navideños.
Y cada uno de los receptores hacía un esfuerzo para ocultar su desencanto conforme iban abriendo el paquete.
Don Carlos y su séquito se retiraron para visitar otro departamento de la empresa, aún tenía varios brindis por delante. Cuando volvieron a quedar solos se desataron las bromas y las críticas, incluso la indignación por las plumas baratas, plumas con logotipo de la empresa, que acababan de recibir.
--Gastaron más en las envolturas que en el contenido...
--Habría que regresarlas, no se vaya a descapitalizar la empresa...
--Viejo miserable...
Así se sucedieron las quejas. Sólo Fernanda guardó silencio.
Y cuando todos fueron saliendo, algunas plumas quedaron sobre los escritorios junto a los restos de las envolturas.
Fernanda caminaba hacia su hogar. En la calle todo era apresuramiento. Todos se disponían a reunirse con sus familias para la cena. Andaban de aquí para allá cargados de paquetes. Brotaban las notas de alegre música; motivos navideños destacaban por todas partes.
Antes de llegar a su hogar, en donde ya esperarían sus padres y sus hermanos, Fernanda pasó al banco para enviar dinero a sus abuelos, quienes no habían podido viajar para esta Navidad.
En la fila, antes de llegar a la ventanilla, Fernanda fue abordada por un chico de no mala figura que le precedía.
--Disculpe ¿tendría una pluma que me facilitara? Olvidé anotar algunos datos.
Fernanda estuvo a punto de decir que no, que no disponía de una, cuando recordó el recién recibido regalo de Don Carlos. Sacó la pluma que había guardado en su bolso y la ofreció al solicitante, quien la recibió agradecido.
En cuanto hubo terminado de hacer las anotaciones faltantes, el chico regresó el adminículo con un comentario:
--Es una hermosa pluma, y su escritura muy suave.
Ante ello, Fernanda tuvo la ocurrencia de decir:
--Déjela, la puede conservar.
--¡oh no... de ninguna manera! Se lo agradezco, pero sería un abuso de mi parte.
--Nada, en realidad yo podría conseguir otra. Es que trabajo en esa empresa.
--Bueno, la recibo si usted a cambio me acepta un café...
Fernanda despertó de sus recuerdos, la voz de Mauricio la regresó a la actualidad. Miró a sus tres hijos alrededor de la mesa y a Mauricio, se esposo, quien le decía:
--Hagamos el brindis antes de comenzar la cena.
Y mientras Fernanda y Mauricio levantaban sus copas de champaña, sus tres pequeños lo hacían con bebidas gaseosas, pero los cinco se desearon lo mejor en esa Navidad.
En su intimidad, en silencio, mientras bebía de su copa y miraba a su familia, Fernanda pronunció otro brindis, como lo acostumbraba hacer cada Nochebuena --Por usted Don Carlos, eternamente agradecida por aquel gran regalo que recibí hace diez años; gracias por haberme obsequiado aquella pluma.
Desde Cancún, en el Caribe Mexicano.
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