Norberto Madrid
Era 31 de Noviembre de 1973, los magistrados del Supremo Tribunal de Justicia resolvían en sentencia favorable el asunto de los Insúa. El abogado Norberto abandonó el recinto a las tres cuarenta y cinco de la tarde, apresurando el paso, marchó a bordo de su automóvil. Las noticias sobre el asunto habían sido gratas y por tanto, le habían entrado deseos de hacerlas llegar de inmediato a los familiares interesados en dicha sentencia.
Para hacer su regreso, se condujo o encaminó por la carretera numero quince. El poblado donde residía, situabase a unos cien kilómetros desde el punto donde había tenido lugar la agotadora diligencia. Por azares del destino y de la suerte misma, el paso hacía aquella carretera había sido clausurado temporalmente por motivos de reparación, por esta causa, se obligó a los transeúntes conducirse por el asfalto de la autopista numero trece, que era un camino abandonado y un tanto solitario. Aunque el paisaje de arbustos y altas cordilleras era más agradable a la vista por esta carretera, la misma era azarosa y poco transitada, por no decir, que aquel día lucía casi en el abandono. Las vías del ferrocarril que bordeaban por las laderas de aquellas empinadas cordilleras también habían sido clausuradas, de modo que la algarabía de los ferrocarrileros aquella tarde estuvo ausente. Sin más remedio, Madrid se adentró en ella y aceleró la marcha.
Ya en el kilometro cuarenta y siete, después de unos treinta minutos de camino, el automóvil detuvo su marcha sin causa aparente. Madrid descendió y continuó a inspeccionar la transmisión, el cableado del motor y los demás atributos que integraban aquella maquinaria automotriz. El rededor parecía desierto, sin embargo, los arbustos que bordeaban el camino comenzaron a ondearse sutil y sigilosamente, al cabo de algunos instantes, se delineó la silueta de un robusto hombre que portaba un azadón recostado en su hombro derecho y unos bultos de leña sobre su espalda, su vestimenta era un pantalón azul de mezclilla roído, una camisa color ocre con cuadros cafés, botas de leñador y un sombrero de palma mediano. Las facciones de su rostro eran toscas y su mirada que se mostraba inerte y penetrante presenciaba un gesto de muerte previsora. En su conjunto proyectaba una imagen sumamente escabrosa. Observó por algunos instantes a Norberto sin pronunciar una sola palabra, agachó su mirada y volvió a perderse entre los arbustos y la espesa niebla que comenzaba a descender aquella noche ya anunciada por la pupila de una luna llena anaranjada.
El encuentro accidentado con aquel forastero alertó los sentidos abogado y esté apresuró las reparaciones en el automóvil. Al cabo de una media hora, consiguió finalmente hacer las reparaciones necesarias al automóvil y se marchó presuroso. Nervioso y hostigado por un mal presagio, continuó su andar por aquel camino en el abandono, esa noche albergaba en su profundo negro, un ambiente lúgubre; melancolía y nostalgia, frió y soledad, desolación y traición, Muerte y dolor.
Adentrado en el camino, ya en el kilómetro número cincuenta y ocho, al acabar una pronunciada curva, los faros del automóvil iluminaron a una persona que transitaba por un costado de la carretera, persona esta que hacía señales de auxilio con estimado fervor, Norberto detuvo su andar metros adelante y esperó el avenimiento de aquel sujeto que se mostraba desesperado, ya por el espejo retrovisor, la silueta del hombre comenzaba a aumentar su tamaño y a mostrar con claridad la identidad del forastero, misteriosamente era el mismo que había visitado el lugar donde Madrid había hecho las reparaciones, este se acercó hasta el automóvil y con señas indicó que necesitaba ir hacia delante, todo parecía indicar que el sujeto era mudo y sordo, puesto que en ningún momento expresó palabras, su comunicación fue con gestos y señas corporales. Aunque desconfiado, Madrid se apiado de aquel hombre y lo llevó hasta donde este le indicó. El viaje fue mudo, a los quince minutos el forastero descendió del automóvil y tomo un desolado camino de empedrado, perdiéndose una vez más entre la oscuridad y la espesa niebla.
Después de todo, aquel misterioso hombre no había resultado peligroso, pensaba Madrid, quien por un momento se sintió aliviado de no haber sufrido ningún tipo de percance extraordinario con aquel hombre de aspecto misterioso y de mirada penetrante. Así con suma confianza continuó su camino de regreso.
-Debes de bajar la velocidad Madrid, acaso no temes tu muerte.-
Se escuchó esta voz macabra y dejó helado a Madrid, quien despavorido y con una voz quebradiza preguntó:
-¿Quien eres?, muéstrate.
-¿Quién soy? Nada más y nada menos que tu último pasajero, aquel que recogiste y dejaste a la orilla de la carretera y el mismo que ante tus ojos desapareció. Observa tu retrovisor y comprenderás.
- Pero, esto es imposible, no puede ser verdad como haz hecho para…
Al día siguiente, el cuerpo sin vida del Abogado Madrid, fue encontrado a un costado del camino, la espalda presentaba profundas marcas de mordidas, su cuello mostraba huellas de estrangulamiento, su rostro estaba arañado y deformado por efecto de algún corrosivo y los dedos pulgares de cada extremidad estaban arrancados de raíz.
Autor: Carlos Gómez Luna
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