Profanaciones
I
¡Han profanado algunas de las sepulturas del cementerio local! se comentaba entre el vulgo con sumo desconcierto y temor. ¿Pero quién podría ser el autor de semejantes actos, que tanto exasperan a la sociedad, y la llenan de terror? Acaso no le aterraría a usted, que esta detrás de las palabras, que su sepultura fuera profanada y su cuerpo utilizado para fines desconocidos por una mente desconocedora de la razón y la certeza.
Reportes recientes de la dirección de policía local, afirman que el número de este tipo de acontecimientos desgraciados, asciende a tres, en un lapso de tiempo no mayor a tres meses y medio. Lo intrigante y a la vez extraño de estas profanaciones acaecidas, es el hecho, de que las personas, -cuyas sepulturas han sido profanadas-, gozaron en vida de cierto reconocimiento y prestigio dentro de la sociedad.
Sin embargo, no causa extrañeza entre los expertos, que esta especie de actos hagan su presencia dentro de cierta, o cual sociedad. Puesto que durante el transitar de nuestra historia, se han llevado a cabo de forma rutinaria profanaciones de diversa índole. No obstante, de que parecieran ser normales estos actos manifiestos, porque todos ellos se han realizado con motivaciones bien definidas, entre las que encontramos el hurto, el saqueo y en ocasiones la apoderación del cadáver para fines meramente de ciencia, en estos tres casos de exhumaciones prematuras a las que he hecho mención con anterioridad, los patrones, -también ya mencionados- no se han llevado a cabo, bajo ninguna circunstancia, por que como podremos analizar con posterioridad, la motivación real del profanador, no fue nunca la del hurto o saqueo de pertenencias del cadáver. Así entonces, quedará en duda, mientras tanto, la motivación real del dueño de los actos y a la vez, se alzará una interrogante ante ustedes para su meditación o análisis durante el transcurso de tiempo en que este texto es debidamente terminado.
II
El caso del Sacerdote Guillermo Rubén Duran Ríos
El primero de estos tres casos mencionados, se verificó el día veintiuno de Octubre del año de mil novecientos ochenta y uno. La sepultura profanada fue la perteneciente al sacerdote de la parroquia de San Mateo, reconocido en sociedad con el nombre de Guillermo Rubén Durán Ríos, persona dedicada de tiempo completo a las órdenes sacerdotales, acreedor de un vasto prestigio de hombre bondadoso y con una carrera ampliamente distinguida por sus impecables labores dentro del sacerdocio. Su trágica muerte acaecida dos días antes de su profanación sepulcral, obedeció a un fuerte, misterioso y violento descenso por las oscuras escaleras de la parroquia de San Mateo, mismo que le ocasionó severas y profundas contusiones en la parte inferior de su cráneo, de esta forma, se originó una muerte prematura y sin dolor prolongado.
Las hermosas y bien detalladas honras fúnebres, apegadas a las costumbres católicas que se le rindieron, se celebraron en la parroquia que algún día él presidió. La multitud, que concurrió a las exequias de tan distinguida figura clerical, se abarrotaba y revolvía entre los pasillos y el patio central de la capilla. También, el arribo de personalidades eclesiásticas hasta el lugar, no se hizo esperar, entre otros, arribaron al funeral: el señor obispo primado de México, el cardenal Doroteo Claudel y el sacerdote Clemenceau de Clouet, embajador del Estado del Vaticano en México.
El lujoso féretro donde reposaban los restos mortales del sacerdote Duran Ríos, mostrabase acaobado, reluciente, hermoso, brillante, bien barnizado y con diversos y costosos herrajes retorcidos en oro y plata, además, de que los forrajes de tela al interior del féretro, eran de la más fina calidad.
El día veintitrés de octubre de ese mismo año, se procedió a su sepultura en el cementerio local. El concurrido cortejo fúnebre se trasladó en silencio desde la iglesia de San Mateo, pasando por calles y avenidas, hasta el cementerio de la localidad, donde según se tenía previsto sus restos reposarían intactos y en santa paz por una eternidad.
Una vez que el féretro y la multitud se adentraron en el cementerio, se consignó el entierro del sacerdote Durán. Cuatro de las personas que acompañaban el cortejo, con el auxilio de un par de sogas flexibles, comenzaron a descender lenta y cuidadosamente el hermoso féretro que contenía los restos mortales del sacerdote hasta el fondo oscuro y frió de aquella fosa abierta.
Una vez enterrado el cuerpo, echada la aún húmeda tierra encima y pronunciadas las últimas oraciones, la multitud, con lagrimas en las mejillas y la congoja necesaria para aparentar varias noches de desvelos, comenzó a disiparse lentamente entre las tumbas y por los pasillos del cementerio hasta dejarlo vacío.
Ninguna de las personas que estuvieron presentes en el sepelio, imaginó, al momento de su retirada, que horas mas tarde y adentrada la madrugada, la sepultura del distinguido clérigo, fuese a ser profanada, -nadie-, excepto el mismo autor de la profanación, quien según se presume, acudió hasta el lugar del entierro para no elevar sospecha alguna entre los habitantes.
Una treinta y cinco de la madrugada, día 24 de octubre, cementerio local.
Los guardias del cementerio dormían profundamente sobre los cojines del viejo diván. Los cuerpos sin vida de un sin numero de personas reposaban intactos en el fondo de sus sepulturas. Las ardillas y ratas del cementerio se escurrían entre las sepulturas. Los maullidos prolongados y monstruosos de los gatos impregnaban la atmósfera. A la luz de la luna llena, alguien no respetaba la sepultura del sacerdote Durán.
Dos treinta y cinco de la madrugada.
Alguien marchabase con el cuerpo sin vida del sacerdote Durán Ríos, tomando un rumbo desconocido.
Seis cuarenta y cinco de la mañana.
Los hombres encargados de la seguridad del cementerio, encontraban la sepultura del sacerdote abierta, la tierra húmeda estaba removida y la lapida de mármol donde aun se podía deletrear el epitafio, mostrabase fragmentada en ocho partes.
Ocho treinta de la mañana.
Los hombres encargados de la seguridad del cementerio local, daban aviso urgente a la Dirección de Policía Estatal de que una profanación había tenido lugar en el cementerio.
Ocho cincuenta y tres de la mañana.
El director de la Policía Estatal y cuatro agentes policiales a su cargo, arribaban hasta el lugar de los hechos. Observaron la sepultura profanada, levantaron el reporte respectivo y sin demora incoaron la averiguación al sumario respectivo.
III
La investigación policial sobre este suceso se tornó desde un principio confusa, bastamente confusa. En primer plano, no se contaba siquiera, con un sólo dato cierto de cómo habían ocurrido los hechos la madrugada del día veinticuatro de octubre en las instalaciones del cementerio a excepción de los pocos que aportaron los encargados de la seguridad del mismo, y en segundo plano, no se tenían indicios contundentes que sugiriesen la identidad real del probable responsable de las profanaciones.
La realización de una auscultación más minuciosa y más detallada en las inmediaciones de la tumba profanada, sin embargo, aportó tres datos de relevancia sobre el suceso a indagar.
Primero: Se había hecho el hallazgo de una barra de acero macizo de aproximadamente un metro de longitud en el diámetro de la tumba profanada, instrumento con el cual, de seguro, el profanador se había auxiliado para desquebrajar la lapida y hacer la excavación, intrigó a los agentes de policía y al comandante mismo, el hecho de que en uno de los extremos de la barra de acero encontrasen gravadas las iniciales M. L. F;
Segundo: Las cerraduras del ataúd no presentaban marcas de que hubiesen sido violadas, sino por el contrario, parecía como si el profanador hubiere poseído llave del ataúd o hubiera utilizado alguna especie de ganzúa o gancho especial para tener acceso al cadáver del sacerdote Durán, y;
Tercero: Todas las pertenencias con las que había sido enterrado el difunto (alhajas de oro, crucifijos y otros artefactos de valor, como una cruz de plata de medio kilo) estaban ordenadamente apiladas en la parte interior del hermoso ataúd, como si el autor de la profanación, quisiera decir con esto, que el móvil de la profanación, no fue, -por ningún motivo-, el hurto o el saqueo de las mismas.
En suma; se contaba con una barra de acero macizo de aproximadamente un metro de longitud, misma barra que contaba con tres iniciales marcadas, se tenía también, con el hecho de que las cerraduras del ataúd no habían sido forzadas ni violadas en lo absoluto, y además se contaba, con la rotunda afirmación, de que la motivación del profanador no fue el hurto o el saqueo de las pertenencias, entonces, si el hurto o el saqueo de las pertenencias del difunto, no fueron el móvil de la profanación, ¿Cual podría haber sido verdaderamente la motivación del profanador para haber cometido el acto de referencia?
El primero de los datos adquiridos por el comandante y los agentes de policía, los llevó a concluir algo; “Las tres iniciales marcadas en la barra de acero, no pertenecían a una marca de alguna fábrica de utensilios de construcción”, esto se confirmó, con un examen que se realizó en los registros internacionales de fabricas dedicadas a la manufacturación de este tipo de herramientas, ninguno de los nombres de las fabricas, coincidieron con las iniciales marcadas en la barra.
Sobre este indicio, además se comprobó que las iniciales marcadas en la barra de acero macizo, no estaban trazadas perfectamente, y por el contrario, parecía como si la persona quien las gravó, hubiera utilizado para hacer los imperfectos trazos, una lima de acero o un taladro manual de casa, lo que suponía, que el trazo de las iniciales, se había hecho de una manera rustica o manual, y no con artefactos de tecnología sofisticada, como impresiones industriales u otra clase de maquinaria.
De esta última situación, también se infirió que las iniciales trazadas en la barra, eran pertenecientes a alguien, significaban algo: quizás el nombre de su dueño, quizás el lugar de nacimiento del dueño, quizás el nombre de las calles de donde vivía el dueño, etcétera, podían advertir el significado de cualquier cosa o situación, -incluso- podrían ser sólo un señuelo bien premeditado dejado por el profanador, con la finalidad de que los agentes de policía y el comandante se confundiesen y extraviasen en su camino hacía la verdad.
No obstante, del significado tan variable que se pudiera obtener de la investigación de estas iniciales gravadas en la barra de acero, los agentes de policía y el comandante, con el auxilio de un experto en materia de registros humanos, comenzaron a indagar sobre este supuesto a profundidad.
Emprendieron la investigación sobre las iniciales marcadas con un extenso y arduo examen de los registros telefónicos de la ciudad. Se buscaba con esto la existencia de una coincidencia total o parcial de las iniciales encontradas en la barra de acero, con las iniciales de los nombres de los habitantes de la ciudad, empero, cabía la posibilidad de que el profanador, quien según se presumía pertenecían las iniciales, no estuviera inscrito en los registros de la compañía local de teléfonos, por lo que también, se revisaron los extensos y viejos libros del Registro Civil de 1930 mil novecientos treinta a la fecha, con el propósito de encontrar similitudes entre las iniciales marcadas en la barra de acero encontrada en el cementerio local y las personas que habitaban o habitaron en la ciudad desde la fecha en mención.
¿Por qué desde esa fecha? se preguntaran muchos de ustedes. Sencillo cuestionamiento, y como para cada cuestionamiento existe una respuesta, ya sea esta inmediata o con el transcurrir del tiempo, me permitiré realizar el esclarecimiento de la cuestión que nos ocupa, ya que por suerte, esta es una de las que su respuesta es inmediata y no de prolongación vitalicia.
El profanador de la tumba del sacerdote, debe de contar con una fuerza y una agilidad más o menos consideradas, al menos las acciones; de llevar en hombros el cadáver, realizar la excavación de la tumba en un lapso de tiempo exiguo y saltar la barda del cementerio, así nos lo hacen ver, entonces, empleando la metodología del razonamiento lógico, se deduce que el profanador es una persona joven y con una lucidez mental impecable, y si bien, no es una persona tan joven, no alcanza una edad superior a los setenta y cinco años, edad en que ya las fuerzas corresponden más a un instinto natural primitivo, que a una verdadera aplicación de la misma. Según las estimaciones de los peritos especializados, el autor de las profanaciones oscilaba entre los veinticinco y cuarenta años de edad.
La exhaustiva búsqueda entre los registros de la compañía local de teléfonos y los archivos del registro civil, al cabo de siete días, arrojó sus primeros resultados. El especialista en la materia, profesor Alfonso Ribalta, aportó a la averiguación incoada un listado que contenía cinco nombres con sus respectivas edades y profesiones u oficios, coincidentes todos ellos con las iniciales marcadas en la barra de acero macizo encontrada en el cementerio la noche de la profanación.
Entre la lista figuraron:
Miguel López Fernández. Sastre y Confeccionista de abrigos, 35 años.
Manuel Lombardo Figueroa. Coleccionista de Fotografías Históricas, 63 años.
Maria Luisa Fonseca. Instructora musical en la Escuela de Artes, 23 años.
Manlio Lucena Fidelmo. (Finado) Reparador de Relojes, 50 años.
Morelia Lascon Fernández. Ama de casa, 32 años.
Inmediatamente de que el listado llegó a manos del comandante y los agentes de policía, se ordenó sin tardío esperar, la comparecencia detallada y a conciencia, de todos y cada uno de los integrantes del listado proporcionado por el profesor Alfonso Ribalta.
De los interrogatorios aplicados en la comparecencia a cada una de estas personas, se concluyó: “Que ninguna de ellas había concurrido la noche de la profanación al cementerio de la localidad y por consiguiente, ninguna de ellas la pudo haber consumado”.
Del primero en el listado, se confirmó que había salido de viaje a la ciudad de Madrid, capital Española, el día de ocurrida la profanación, tal situación que acreditó debidamente con la exhibición de los boletos de avión en el que realizó el vuelo hasta aquella lejana ciudad y la verificación del registro aduanero mexicano, dos testigos ratificaron su declaración.
Del segundo en la lista, también se verificó que no había sido él, el responsable de la profanación a la sepultura del sacerdote, sus hijos y su esposa mencionaron en su declaración, que la noche de acaecidos los hechos, él había caído en brazos de una extraña enfermedad, cuyos síntomas eran similares a la hepatitis y había ahondado en un estado de agotamiento exhaustivo, esta situación, se acreditó con la declaración de tres testigos, la orden de análisis y el parte medico emitidos por el Dr. Fernando Lomelí Manríquez con fecha del veintitrés y veinticuatro de Octubre.
De la tercera persona enumerada en el listado, se confirmó que había permanecido hasta adentrada la media noche en el salón musical de la Escuela de Artes Local, ensayando a la orquesta que estaba a su mando para un evento al día siguiente, dicha situación que se acreditó como es debido, con las declaraciones testimoniales que emitieron sus alumnos que esa noche ensayaba, el testimonio de once personas fue suficiente para acreditar su dicho.
Del cuarto en la lista, se pudo advertir que si, -efectivamente- la noche de la profanación, estuvo presente en el cementerio local, sin embargo, también se pudo advertir que el no fue el autor de la profanación, yacía inerte en el fondo de la sepultura H- 4.
En cuanto a la quinta y última persona que aparecía en el listado que emitió el profesor Alfonso Ribalta, no se pudo llevar a cabo el interrogatorio de manera directa, hacia muchos años que la persona había abandonado la ciudad, situación que también quedó debidamente acreditada con los testimonios de tres de sus hermanos y una llamada telefónica que se hizo desde la comandancia, hasta la ciudad de New York, Estados Unidos, Ciudad de residencia de Morelia Lascon Fernández desde hacía varios años.
Es el caso, de que con esta primera línea de investigación agotada, el asunto se tornaba más difícil de lo que en realidad se había previsto en un principio, los agentes y el comandante de policía, dedujeron entonces, por el momento, que las iniciales trazadas en la barra de acero encontrada en el radio de la sepultura, sólo formaban parte de una estrategia bien premeditada por parte del autor de la profanación para causar confusión en la investigación y así de esta manera ganar tiempo para dilatar el esclarecimiento.
Empero, el segundo de los datos que arrojó la investigación sobre este asunto, hacían suponer, que el profanador podía haber sido también alguno de los empleados e incluso el dueño mismo de la casa funeraria en que se contrataron los servicios para la velación y traslación del cuerpo del afamado clérigo. Al tiempo de que se elevaba esta suposición en las mentes de los que atendían el asunto, también se elevaba en ellos el supuesto de que la profanación ocurrida en la sepultura del sacerdote, pudiese haber sido consumada por alguna persona dedicada al oficio de herrero, cuya dedicación, le hubiera permitido abrir las cerraduras del féretro sin la mayor complicación y sin dejar violaciones notorias al ojo humano en las mismas, empleando para el caso, un instrumento similar a una ganzúa quizás un gancho o una larga aguja afilada de aluminio.
El mismo profesor Alfonso Ribalta, comenzó ha indagar sobre estas dos hipótesis, y para ello, abrió lo que sería una segunda línea de investigación, misma que versaba entorno a los supuestos antes descritos. En un nuevo listado de nombres, enumeró a todas las personas dedicadas al oficio de herrero de la localidad. A flote, solo salieron tres nombres de personas, quienes fueron interrogadas una por una con severa conciencia en la agencia.
Las declaraciones fueron tomadas personalmente por el profesor, y de ellas se dedujo: “Que ninguna de las personas dedicadas a tan noble oficio había cometido la profanación en la sepultura del sacerdote Durán”.
El primero de los interrogados argumentó con extrema seguridad, que el día de la profanación, descansaba en su hogar después de haber tenido un arduo día de trabajos. Para acreditar esta situación, presentó a dos testigos (un sobrino y un amigo que se alojaba en su casa de forma temporal), quienes bajo protesta de decir la verdad dijeron haber estado con él esa noche, inclusive abundaron en su declaración diciendo que lo habían visto dormir profundamente por virtud de cansancio laboral.
El segundo herrero en ser interrogado, argumentó de manera desconfiada y a la defensiva, que él, no se dedicaba ha abrir cerraduras de ningún tipo, más no negó saber hacerlo, pero que su oficio, se centraba solamente en la elaboración de portones y herrajes de hierro, y que por ningún motivo, él utilizaba el tipo de herramientas descritas por el investigador para realizar sus labores, situación que se acreditó, con la inspección ocular que realizaron los peritos calificados en el domicilio de su negocio, confirmando que, efectivamente, el herrero investigado no utilizaba las herramientas con las que se suponía se habían abierto las cerraduras del ataúd.
La declaración de este tercer herrero sonaba un tanto sospechosa, merced de sus respuestas que a la defensiva contestó, además la inspección ocular no se había realizado en un tiempo reducido después de la profanación, tiempo en el que pudo haberse ocupado para deshacerse de las herramientas, sin embargo, un testimonio lo ubicaba como inocente, toda vez, que la misma noche en que había ocurrido la profanación, él había concurrido a su casa de manera habitual y nadie lo vio salir de su hogar después de las siete de la noche, no obstante, se siguió la pista de este herrero de cerca para descifrar sus conductas.
El tercero y último herrero en ser llamado a comparecencia, argumentó haber estado la noche del veintitrés y parte de la madrugada del veinticuatro, bebiendo en una de las cantinas mas visitadas de la localidad, y que su regreso a casa se había verificado aproximadamente entre la una y una cuarenta y cinco de la madrugada ya del día veinticuatro, estos hechos se acreditaron ampliamente con el testimonio aportado por el cantinero propietario, la esposa del herrero y un vecino que lo vio llegar a la hora mencionada hasta su domicilio.
Así, de esta forma, el segundo supuesto de esta segunda línea de investigación quedó totalmente borrado de la investigación, a excepción del tercer herrero a quien se le seguiría de cerca, hasta en tanto, no apareciera el verdadero autor de la profanación. Las declaraciones de los herreros habían resultado congruentes y cada una de ellas se habían acreditado, por tanto, esta hipótesis quedó sin sustento y fue desechada en definitiva por los que atendían la investigación.
En cuanto al primer supuesto planteado en la segunda línea de investigación, aquél que suponía que los trabajadores o el dueño de la Casa Funeraria habían podido haber sido los autores de la profanación, se concluyo:
“Que tanto el dueño, como los empleados de la casa funeraria, no fueron los autores de la profanación. Esta situación quedó ampliamente confirmada en virtud de dos razonamientos, primero: las llaves de todos los ataúdes se entregan en manos del comprador del féretro (familiares o amigos) sin duplicado alguno; y segundo: ninguna llave de un ataúd, abre otro ataúd.
Ambas situaciones fueron confirmadas por el investigador Alfonso Ribalta, la primera de ellas, cuando se presentó ante los familiares del sacerdote y estos le mostraron las llaves originales del ataúd, y la segunda; cuando se hicieron repetidos intentos para abrir diversos ataúdes con una misma llave y los resultaron fueron negativos, es decir, se confirmaba el dicho de los de la casa funeraria, ningún ataúd abre otro ataúd.
Así entonces, de esta manera se confirmó que ni los de la casa funeraria, ni los dedicados al oficio de herrero, habían cometido la profanación en el sepulcro del Sacerdote, quedando agotada, de una vez por todas y para siempre, la segunda línea de investigación.
El tercer y último dato con que se contaba para la realización de la investigación, no tuvo que ser analizado a conciencia, puesto que ni siquiera sugería una averiguación a profundidad, el hecho de que las pertenencias del sacadote Durán se encontrasen dentro del féretro intactas, solamente confirmaba que el robo o saqueo no había sido la motivación inspiradora del autor de la profanador.
Al cabo de una recopilación y un análisis intensivo de todos los interrogatorios, pruebas, documentos, declaraciones, indicios, supuestos, relaciones de hechos y conjeturas expuestas, los agentes de policía inmiscuidos en la investigación, el comandante y el profesor Alfonso Ribalta, llegaban a una conclusión. Textualmente:
“El autor de la profanación del cadáver del sacerdote Guillermo Durán, no ha dejado muestra de ningún indicio real que sugiera su identificación objetiva, por tanto, tenemos que incoar nuevas líneas de investigación dentro del sumario y reexaminar las obtenidas en un nuevo análisis más profundo y dedicado, así podremos encontrar algún indicio que nos indique como encontrar al autentico autor de la profanación”.
Debía de existir entonces, por la conclusión emitida, algún dato dentro de la misma investigación que sugiriese la identificación autentica y correcta del autor de la profanación. Quizás, un error cometido al momento de llevar a cabo la audaz coartada o alguna situación no advertida por los investigadores, en fin, una sin número de situaciones, que pudieron no ser advertidas en un primer análisis, pero que sin embargo, en un segundo análisis, estas pudiesen ser advertidas con extrema facilidad.
En ocasiones, la diversidad de suposiciones, sobre algún tópico en específico, parecen ser más complicadas de lo que en la realidad son. Enceguecen al indagador de las mismas. La confusión, de la cual es presa nuestra razón en estos casos, nos obliga a concluir en absurdos, aún, cuando la verdad camine inadvertida entre nosotros simultáneamente, de a un lado a otro, de arriba hacia abajo y viceversa. Podemos decir: se crea en nuestro razonamiento interior, una especie de ilusión mental. Supongamos; cuando se fija nuestra mirada en un objeto de grandes dimensiones, y este gran objeto, esta conformado por pequeños objetos de una misma especie, podremos advertir la forma y configuración de ese gran objeto, empero, su forma podría no ser familiar a nuestra mente, por tanto, la omitiríamos, entonces nuestra mente, en un esfuerzo natural, pero erróneo a su vez, trataría distinguir aquellos pequeños cuerpos de los cuales está conformada la figura principal, y al descifrarla, nuestra mente se quedaría con esta primera impresión captada o empataría la misma con otra ya registrada y nos haría creer, que la figuración de extraordinarias dimensiones, es perfectamente igual, a las pequeñas figuras que la conforman o que imaginamos, no advirtiendo de este modo, que si, efectivamente, son pertenecientes al mismo genero, pero la primera posee un sin número de variaciones que la hacen distinta a las demás figuras de menor tamaño, en el presente caso, la fijación en los tres supuestos fundamentales de esta investigación podrían no ser los correctos, por pertenecer quizás a otra situación, sin embargo, podrían ser efectivamente los correctos, no obstante las omisiones hechas en tópicos importantes o contrarios llevarían siempre al investigador a dar vueltas en el mismo argumento por una eternidad.
La investigación de este primer caso de profanación ocurrido, aún no era concluida, cuando otro caso de exhumación se presentó.
IV
El caso del Diputado Alejandro Vásquez Gonzalez
A tempranas horas del día cinco de Noviembre, se verificaba la muerte del popular político Alejandro Vásquez Gonzalez. Se había originado según relatos de los titulares de prensa, a consecuencia de una cirugía a corazón abierto. Por defecto del suministro de anestésicos se provocó su caída en estado de coma, horas después sobrevino su muerte. Confirmada la repentina muerte, se prepararon sus restos en la morgue del hospital. Debidamente amortajado el cadáver, se trasladó éste hasta su domicilio para la continuación de las exequias.
Esparcida la noticia del fallecimiento como cenizas al viento, concurrieron sin demora hasta el velorio diversos personajes del ámbito político y correligionarios de su partido, estos, ofrecieron las condolencias a sus sobrevivientes y esposa y montaron guardias en rededor del féretro como muestra de sus respetos. El sepelio se verificaría al día siguiente en el cementerio local en punto de las cinco treinta de la tarde.
Concluidos los homenajes de cuerpo presente que en diversas instituciones y sindicatos se realizaron, se procedió a su entierro. La sepultura en el cementerio estaba preparada, las guitarras de despedida y una veintena de coronas lo aguardaban al pie de su última morada. Concluido el entierro, amigos y familiares oraron y se despidieron para siempre de aquel que en vida fuera político dejando poco a poco el cementerio vacío.
Tres cuarenta y cinco de la madrugada.
Una vez más, el astuto y misterioso profanador, burlaba la seguridad del cementerio y arremetía en contra de la sepultura del Dip. Alejandro Vásquez Gonzalez. La madrugada se recubría de un aroma lúgubremente dulce; las lechuzas de mirada furtiva sollozaban al son de la luna nueva, el vaivén del solitario árbol ocasionado por el viento y el ahogado silbido del viento, atestiguaban la exhumación del cadáver, cual era separado suavemente de las almohadillas del ataúd.
Cuatro treinta y tres de la madrugada.
Alguien desvanecía sobre la fresca oscuridad del cementerio, llevando en hombros el cadáver inerte del Dip. Vásquez.
Cinco Veinticinco de la Mañana
Los guardias del cementerio se daban cuenta de la profanación en la tumba del Dip. Vásquez, observaron con detenimiento y advirtieron que el ataúd y el cadáver habían sido removidos sin mayor disimulo.
Seis treinta y dos de la mañana.
Los guardias encargados del cementerio daban aviso a la dirección de Policía Estatal de los hechos.
Siete de la mañana.
El comandante de policía, cuatro agentes y el profesor Alfonso Ribalta arribaban hasta el cementerio para constatar los hechos. Justamente tal y como lo habían hecho saber los guardias del cementerio, los agentes de policía, el comandante y el profesor confirmaron los acontecimientos. En la desgracia, otro caso más de profanación había tenido lugar en el cementerio, seguido de una somera inspección ocular, levantaron el informe judicial e incoaron la averiguación respectiva al sumario sin demora.
Las primeras investigaciones en torno a este segundo caso de profanación, no demoraron y arrojaron sus primeros resultados al tercer día.
Una auscultación meticulosa realizada en el radio de la sepultura, mostró enormes coincidencias con el primer caso en mención. Los tres supuestos de la primera investigación incoada eran idénticos, mostraban los mismos elementos;
A).- Una barra de acero macizo marcada con las iniciales M. L. F; B). El hecho de que las cerraduras del ataúd no mostraban violación alguna y; C) El hallazgo de las pertenencias del Dip. Vásquez apiladas en la parte inferior del ataúd.
De todo esto, se pudo inferir:
“El autor de la profanación al sepulcro del sacerdote Durán y el profanador del sepulcro del Dip. Alejandro Vázquez, son la misma persona”. Empero, no obstante de que se tenía la certeza de que tratabase de la misma persona, aún no se sabía quien y con que fin había realizado ambas profanaciones.
La investigación no demoró mas, se compararon los datos obtenidos de la primera investigación y fueron analizados minuciosamente por Alfonso Ribalta, quien al hacer la comparación entre ambos sumarios no encontró la mínima diferencia.
Curiosamente en esos días, en que había ocurrido la segunda profanación, el reporte de un caso similar en un poblado vecino había causado enorme temor y desconfianza entre sus habitantes. El reporte sugería, -que a lo mejor-, el autor de las dos primeras profanaciones en este poblado, podía haber sido el mismo que cometió la profanación en el poblado vecino. Por lo que en tal virtud, el profesor, se trasladó hasta la mencionada población para indagar sobre el asunto a detalle. Al llegar a la población vecina, -sin demora,- el profesor hizo contacto con el Dir. De Policía del poblado y ambos analizaron y compararon los expedientes detenidamente.
Ribalta y el comandante de policía de la localidad, después de un extenso e inflexible análisis de los expedientes, no encontraron similitud alguna entre ellos, ni siquiera existían puntos de coincidencia entre las tres profanaciones ocurridas, pareciera como si el autor de la profanación en el poblado vecino no fuese el mismo que el investigado principalmente.
Las discrepancias entre los casos de referencia versaban de la siguiente manera:
Primera.- En los primeros dos casos de profanaciones, se había empleado una barra de acero macizo con iniciales marcadas (M. L. F.) para derrumbar la entrada de la sepultura, y en el caso de la profanación del poblado vecino, se había empleado como instrumento de demolición, un marro de enormes dimensiones, mismo que no mostraba ninguna marca o señalación, ni de iniciales, ni de cualquier otra escritura.
Segunda.- En los primeros dos casos de profanaciones, las cerraduras del ataúd, no mostraban indicios de violación, y en el caso de profanación en el poblado vecino, el ataúd si mostraba profundas huellas de violaciones a sus cerraduras, -al grado-, de que el féretro se había desquebrajado por mitad.
Tercera.-En los dos primeros casos de profanaciones, se habían encontrado las pertenencias de los difuntos, apiladas respectivamente en la parte inferior del féretro, a diferencia del caso de profanación del poblado vecino, donde no se tuvo hallazgo alguno de las pertenencias del difunto.
Además, entre los dos primeros casos de profanaciones, y el caso de profanación acontecida en el poblado vecino, había una gran diferencia entre los hechos que suponía el tercer supuesto: en el primero de los dos casos de profanaciones, el móvil de la profanación, no era el hurto o saqueo de pertenencias, sino el apoderamiento del cadáver, y en el caso de profanación, del poblado vecino, el móvil de la profanación, si era el del hurto y saqueo de las pertenencias, por tanto, se infería que no tratabase del mismo autor.
Del comparativo realizado entre los tres casos de profanaciones y debido a las enormes discrepancias entre los mismos, se llegó a la conclusión de que en definitiva, el autor de los primeros dos casos de profanaciones y el autor del caso de profanación en el poblado vecino, no eran la misma persona, los móviles de las profanaciones y los patrones de referencia entre unos y otros no eran iguales desde ningún ángulo analítico.
Así, fue como esta línea de investigación quedó agotada, sin embargo, no se podía descartar la posibilidad de que el profanador de los primeros dos casos y el del poblado vecino fueran la misma persona, porque, ¿Quién puede afirmar que los primeros dos casos de profanaciones, no fueron solamente un anzuelo (previa su meditación) para los policías con el fin de establecer patrones bien definidos y cometer otras profanaciones, como si fuera otro profanador?
V
Al momento que se cerraba una línea de investigación, el profesor Ribalta, incoaba otra, cuya hipótesis no había sido planteada por nadie y que parecía ser bastante lógica. Se habían concentrado las energías en los datos y supuestos que se habían obtenido de la primera investigación, sin embargo, nadie se había cuestionado sobre la responsabilidad de los encargados de la seguridad del cementerio. Aunque cierto es, que ellos mismos habían hecho la delación de los dos casos de profanaciones a la policía, también era cierto, que ellos al momento de ocurrir dichos sucesos habían estado dormidos o distraídos, o por lo menos, esa había sido su argumentación durante el seguimiento de la investigación y sus comparecencias.
Sin distanciar tiempos, se prosiguió a la citación e interrogatorio de los dos hombres encargados de la seguridad del cementerio.
Jorge Maciel Domínguez, fue el primero en ser interrogado. En su declaración policial no abundó en detalles y dijo:
“Que durante los dos casos de profanaciones, en la primera de ellas el se había mantenido dormido profundamente mientras ocurrieron los hechos, y en la segunda, efectivamente, si se había mantenido despierto, mas no había podido advertir ningún ruido extraño en las inmediaciones del cementerio, además, señaló que la distancia entre la entrada al cementerio, la cual resguardaban ellos, y la distancia en donde ocurrieron las profanaciones, es considerable, por lo que en tal virtud se le había imposible escuchar los sonidos producidos por las excavaciones en los sepulcros”.
Gutiérrez Hernández, por su parte declaró:
“Que en ambas profanaciones si había mantenido la lucidez, mas no le había sido posible escuchar las excavaciones en los sepulcros, y de igual forma en que argumentó Maciel Domínguez, este dijo, que la distancia entre la entrada bajo su custodia y la de la ubicación en donde se habían cometido las profanaciones, era considerable y por mas ruido que se hiciera en esa zona del cementerio, era imposible escucharlo hasta la entrada, puesto que los sonidos podían confundirse con los automóviles e inclusive con los distintos animales que merodean por la madrugada”.
De modo tal, sus declaraciones fueron analizadas minuciosamente por Alfonso Ribalta, los agentes y el comandante de policía, en forma colegiada llegaron a concluir:
“Que tanto Maciel Domínguez, como Gutiérrez Hernández, no habían cometido las profanaciones en los sepulcros, quedando esto debidamente comprobado, por las pruebas periciales de sonido realizadas en el interior del cementerio y un cuestionario de verdadero y falso, que se les aplicó por separado, con el objeto inminente de hacerlos caer en contradicción. No obstante, ninguno de los dos presuntos responsables los cometió al momento de emitir sus declaraciones, quedando corroborada de esta forma su inocencia”.
Al cabo de que esta línea de investigación quedaba sin sustento y por lo tanto relegada, todo comenzaba a enfatizarse más complejo; no se sabía aún, quién había sido el autor de las dos profanaciones ocurridas en el cementerio y con que fin se habían realizado.
La exasperación de los agentes, el comandante de policía y del profesor Ribalta, eran visibles. Se habían presentado dos casos idénticos de profanaciones en menos de quince días con los mismos rasgos de ejecución y no se podía encontrar aún al responsable de los actos.
Ante la imposibilidad de abrir nuevas líneas de investigación, dedicaron entonces los esfuerzos a analizar una vez más, de manera intensiva, los datos, los supuestos, los indicios, los interrogatorios y las pruebas, que habían arrojado las dos investigaciones anteriores, todo esto, con el objetivo de encontrar algún dato importante que hubiese sido omitido en el transcurso de la investigación y de este modo poder encontrar, algún conductor inmediato de los hechos con el responsable.
Mientras se realizaba la reexaminación de los expedientes, un nuevo caso de profanación se presentaba en el cementerio.
VI
El Caso del Escritor Vasconcelos
Doce de noviembre, consternaba a la población la muerte de uno de los escritores más afamados por sus diferentes títulos publicados. Consagrado como figura literaria en el ámbito nacional, de verdad, hay quienes afirman que sus escrituras han dado la vuelta al mundo. Su muerte, se verificó cuando aún la pupila del sol no dilataba. Se afirma, porque así lo hicieron saber los encabezados periodísticos aquella mañana, que un hermano y un sobrino que acostumbraban visitar al escritor a la hora del almuerzo, constataron el lúgubre teatro de la muerte.
Vasconcelos pendía atado con una soga que bordeaba su cuello con un nudo al estilo militar, de un envejecido roble mediano de altura, los ojos mostraban el brillo característico de la muerte y estaban un tanto saltados, sus labios estaban lívidos y de su nariz escurría un líquido parecido a la sangre, aunque este se teñía de una coloración verdosa. De lo ocurrido aún se ignoran los motivos, no se encontró ningún manuscrito póstumo que diera una explicación del lamentable suicidio. Luego de confirmada la muerte del escritor por doctores que se presentaron en el domicilio, se continuó con la preparación del cuerpo en la morgue de una de las casas funerarias de la ciudad. Embalsamado el cadáver, se continuó con las ceremonias fúnebres en conocida capilla de velación del centro, hasta esta, concurrieron embargados de lutos amigos y familiares.
El sepelio, tendría lugar al día siguiente, justo a las diez y media de la mañana en el cementerio local, el sepulcro que serviría de morada para el escritor, había sido preparado con anticipación por los empleados. Un nicho hermoso de mármol esperaba para él en el cementerio. Llegado el momento de la inhumación, amigos y familiares llegaron hasta la tumba para dar la despedida final al cuerpo. Seguido del entierro, amigos y familiares abandonaron el cementerio dejándolo vacío.
Una de la madrugada día Trece de Noviembre.
El mármol que recubría la hermosa tumba del escritor vasconcelos, era retirado por un profanador.
Una cuarenta y cinco de la madrugada.
El profanador tenía acceso al cadáver del escritor.
Dos veinticinco de la madrugada
El profanador se marchaba con el frió cadáver del escritor con rumbo desconocido. Nadie fue testigo de la osadía, tan solo la noche y la luna guardará el secreto por una eternidad.
Seis treinta y cinco de la mañana
Los guardias se percataban que la tumba de vasconcelos, había sido profanada, el hermoso mármol blanco de la cripta estaba removido y el ataúd abierto sin cadáver alguno.
Siete en punto de la mañana.
Los encargados de la seguridad del panteón daban parte a la dirección de policía local de que otra profanación había ocurrido.
Siete veinticinco de la mañana.
El comandante, seis agentes de policía y el Profesor Alfonso Ribalta arribaban hasta el cementerio para verificar la profanación. Al pie de la tumba, los agentes de policía levantaron las anotaciones respectivas y prosiguieron de inmediato con la inspección ocular en el lugar.
La inspección en el área, vertió los mismos datos que se habían presentado en los dos casos de profanaciones anteriores, estos eran:
A) El hallazgo de una barra de acero con las iniciales gravadas M. L. F.;
B) El hecho de que las cerraduras del ataúd no presentaran ninguna marca que sugiriera su violación y;
C) El hallazgo también, de las pertenencias del escritor Vasconcelos apiladas en la parte inferior del ataúd.
Los datos obtenidos de esta tercera profanación, eran idénticos a la de las dos profanaciones anteriores, de lo que se infería que se trataba del mismo profanador.
Inmediatamente se prosiguió con la investigación del suceso, sin embargo, los datos eran idénticos, no existía variación o diferencia entre los dos primeros casos y el tercer caso, se habían empleado los mismos métodos para cometer el ilícito. Esto hizo concluir a los agentes lo siguiente:
“El autor de las profanaciones en los sepulcros del sacerdote Durán y del Dip. Vásquez, era el mismo del tercer caso acaecido”.
No obstante de esta deducción tan lógica y tan dotada de argumentos fehacientes, no existía la presencia de nuevos datos que ampliaran el panorama de investigación. Todo indicaba que el responsable no sería fácil de identificar. Al igual que en los dos primeros casos se habían revisado todos los indicios, pruebas, supuestos, relaciones de hecho y datos de los sumarios. La desesperación de los investigadores era evidente. Había que resolver el asunto de inmediato. La sociedad solicitaba el esclarecimiento.
VII
En este tercer caso, se solicitó la ayuda de uno de los investigadores en Ciencia Criminal más renombrados de la república; especialista Gabriel Molina, titular del Departamento de Averiguaciones Especiales de la Agencia del Centro y Sur. Expresamente se hizo llegar de todos los sumarios y analizó de una manera cuidadosa y metodologica todos los indicios, pruebas, supuestos, relaciones de hecho y datos de los dos casos anteriores.
En un primer intento por desentrañar las investigaciones formuló varios supuestos, los cuales asemejaban en gran medida a los pronunciados con anterioridad por el comandante de policía y el profesor Alfonso Ribalta, no obstante, las diferenciaciones entre los mismos ahondaban en un abismo, toda vez, que los inferidos por Gabriel Molina gozaban de más acreditación por ser reflexiones mas profundas y concertadas que las reflexiones antes hechas, por ejemplo: en los dos primeros casos, se omitieron un sin número de relaciones de hecho, es decir, las comparaciones de los sumarios no ahondaban en detalles.
Los que atendían los dos primeros casos hicieron omisiones de relevancia, formularon supuestos sumamente lógicos, empero, no lo necesariamente profundos como para advertir que detrás de todos estos había un codificación inminente en cuanto al verdadero responsable o responsables de las profanaciones, quizás en el primer caso, por ser único, pudiese justificarse la omisión de tales relaciones de hecho, sin embargo, en el segundo y tercero, la omisión de estas relaciones son absurdas, la fijación de sus esfuerzos tendía a ser vana en total medida, porque incurrieron en una mala aplicación del conocimiento, decirlo así es correcto. Primero: hubo una mala interpretación de las iniciales halladas en la barra de acero, Segundo: nunca se observaron los participes secundarios que rodeaban los acontecimientos principales y; Tercero: todo el tiempo figuró el nombre del autor de la profanación en las paginas de los sumarios, no como actor principal en los hechos sino como un personaje secundario que dado a su habilidad y los errores cometidos por los investigadores pudo pasar inadvertido.
El dictamen final de Gabriel Molina puso punto final a la averiguación y se dio por concluido de una vez por todas y para siempre, el misterio de las profanaciones, transcribo las conclusiones del dictamen:
Primera.- En los tres casos de profanaciones se había encontrado en el lugar de los hechos, una barra de acero macizo, misma que mostraba gravadas las iniciales M. L. F. Ahora bien, recordemos la investigación realizada por el Profesor Alfonso Ribalta y el listado de personas coincidentes con las iniciales gravadas en la barra de acero, aunque en un primer razonamiento se infirió que en el listado de personas no se encontraba el responsable, en una segunda deducción, podemos afirmar, que el orden de las iniciales en que se buscó no era el idóneo, que les parece si en lugar de M. L. F, el orden correcto pudiera ser L. F. M. o F. L. M., entonces se tendría que no solo las personas cuyos nombres comienzan con las iniciales M. L. F. podrían ser los responsables, sino también, los nombres cuyas iniciales comenzaran con L. F. M o F. L. M.
La búsqueda arrojó un listado de veintitrés personas, diez personas cuyos nombres iniciaban con las iniciales, L. F. M. y trece cuyos nombres empezaban con las iniciales F. L. M.
Segunda.- Relevante es la coincidencia entre las iniciales gravadas en la barra de acero y el nombre de la persona que emitió el parte medico de la segunda de las personas de la primera lista de sospechosos. El caso del hombre que había caído en brazos de una extraña enfermedad, cuyos síntomas eran similares a la hepatitis.
Tercera.- Se encontró en el segundo dato de la primera profanación, es decir; el del supuesto de que los dedicados al oficio de herrero pudiesen haber sido los responsables, que cuando se llamó a declarar al tercero del los herreros, este argumentó que había estado bebiendo hasta altas horas de la noche del día veintitrés y parte de la madrugada del veinticuatro en una cantina, situación que acreditó con el testimonio del dueño de la cantina, su esposa y un vecino que lo había visto entrar a su casa. ¿Pero quien era ese vecino y que hacia a esas horas saliendo de su hogar? se reveló que el vecino del herrero, mismo que atestiguó la entrada del tercer herrero a su casa, era la misma persona, que había emitido el parte medico del señor que en la lista de personas sospechosas tenia el segundo lugar, además se constató, que la hora en que había ocurrido la profanación del sacerdote Durán y la salida de la casa del que emitió el parte medico, eran coincidentes. El tiempo que toma llegar, desde la casa de este último, hasta el cementerio, es de aproximadamente de treinta o treinta y cinco minutos en vehículo, tiempo de diferencia que existe, desde la salida del testigo que presenció la llegada del herrero a su casa, y el momento en que se presentó el primer caso de profanación.
Cuarta.- Como podremos observar, el que emitió el parte medico de la segunda persona que integraba la primera lista de sospechosos y la persona que atestiguó el momento de la llegada del tercer herrero en ser llamado, es el Dr. Fernando Lomelí Manríquez, de lo cual, se infiere que el responsable de los tres casos de profanaciones acaecidas es el mismo doctor, virtud de que las iniciales gravadas en las barras de acero, si se leen a la inversa coinciden ampliamente con las iniciales del doctor Fernando Lomelí Manríquez (F. L. M.) o bien, Manríquez Lomelí Fernando ( M. L. F), autor material de las profanaciones.
El investigador había revelado la identidad del autor de las profanaciones, sin embargo, hubo una interrogante que no pudo desentrañar a pesar de sus esfuerzos: ¡¿Cual fue la motivación del profanador?!
Continuara...
Autor: Carlos Gómez Luna
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