Ronroneos en la mente. Ruidos de fondo que aumentan por instantes. Ecos sordos que se retuercen en busca de algo efímero que echarse a la boca. Plagas de luces intermitentes. Andrajos rotos y rasgados sin remedio. La noche y la luna.
Esta vez miraré al cielo, buscaré una sola estrella que se encuentre disponible y pasearé bajo la escarcha de la noche, hasta el amanecer. Me dejaré susurrar al oído, me haré cómplice de sus silencios y compañera fiel de sus locuras.
Arrojar al viento fresco los ropajes de las dunas, los fósiles disecados por el tiempo… no será nada comparable a las corrientes de esta piel, de este puño encallado de tanto apretar y morder sin remedio.
Voy a pisar todos los relojes, los haré suave zumo en sinsabores. Dejaré lejos mis razones para plagarme al detalle de esta magia, de este cruce de caminos laberínticos.
Seré piedra, cometa que viaja fugaz, arena derretida. Cogeré impulso de los ramajes de mi pecho, de mi respirar profundo y acelerado, de mi pulso sereno. Obsequiaré con golpes a este muro, si hace falta. Lanzaré flores marchitas a racimos.
Clavaré el brillo de mis ojos en el hueco de tu espalda, y caeré sin vértigo al vacío, de una vez por todas; sin ninguna intención de pedir permiso, avalancha.