derian

Mata la mosca

Al principio pensé que era una mosca que posaba desprevenida en la pared. Al advertirla me acerqué a ella tratando de no respirar para no alejarla y así asestarle un golpe que daría fin a su vida. Me detuve. Cuando estuve sólo a centímetros de mi víctima abrí mi mano izquierda y estrellé la palma con fuerza contra la pared. Resultó ser que la mosca que yo pensaba no era sino una pequeña mancha negra. Retiré la mano por instinto, el dolor me hacía dar saltos en mi lugar y lancé un estrepitoso grito que se escuchó –supongo- en toda la manzana.

Luego de un tiempo, la mancha ya había adquirido el tamaño de un agujero de aljibe. Eso me preocupó demasiado así que comencé a fregarla. Sin duda la mancha parecía estar divirtiéndose conmigo, porque mientras más la fregaba más crecía. Entonces en un ataque de furia me lancé con todas mis fuerzas hacía la pared y traspasé la gigantesca mancha que me devoró como si me necesitase para su vitalidad. Me encontré solo en un espacio negro. Estaba varado en algún lugar que no podía reconocer. Gritaba y mi voz resonaba por todas partes como un eco. Lo bueno era que podía ver mi habitación. Y ahí se quedó estática por mucho tiempo. Hasta que llegó la vieja.

La vieja tampoco lo sabía, pero la historia volvía a repetirse. Al principio pensó que era una mosca que posaba desprevenida en la pared. Al advertirla se acercó a ella tratando de no respirar para no alejarla y así asestarle un golpe que daría fin a su vida. Se detuvo. Cuando estuvo sólo a centímetros de su víctima abrió su mano izquierda y estrelló la palma con fuerza contra la pared. Resultó ser que la mosca que ella pensaba no era si no una pequeña mancha negra. Retiró la mano por instinto, el dolor le hacía dar saltos en el lugar y lanzó un estrepitoso grito que se escuchó –supongo- en toda la manzana.



_Guerrera_,04.12.2005

TOM

Me sorprendió no encontrarlo cuando llegué a casa, siempre estaba en el living y si estaba en otro cuarto, al escucharme, se acercaba. Empecé a llamarlo por su nombre pero nadie acudió a mi llamada. Pensé que tal vez había salido por ahí sin decirme nada.

Tom era mi compañero, tenía por costumbre recostarse a mi lado cuando en las noches me sentaba a escribir, siempre en silencio, me miraba cada tanto para saber que todo estaba bien pero nunca decía nada.
Hacía un poco más de un año que estábamos juntos, le encantaba el parque enorme que adornaba la entrada y la parte trasera del edificio. Solía pasar algunos momentos, al levantarse de la siesta o después de la cena, en la ventana.
Antes de irnos a dormir, nos gustaba compartir un buen momento de juegos, le encantaba que le hiciera cosquillas, que revolviera su pelo y a mi me fascinaba que me tocara las mejillas.

Estaba preocupada. Tal vez se había perdido, después de todo salía muy poco y no hacía mucho que vivía en casa.
Se me ocurrió bajar y preguntarle al encargado, en una de esas lo había visto, me dirigía a la puerta pero antes de llegar me detuve violentamente, la mancha en la pared llamó mi atención. Me acerqué para cerciorarme de que fuera la huella de su pisada y si, mi mirada no se había equivocado. No me sorprendió demasiado, desde que cada día se asomaba por esa ventana, la pared estaba bastante manchada, así que sonreí pensando en que lo regañaría bromeando solo para ver como bajaba su cabeza hasta que yo me empezaba a reír.
Me acerqué más para cerrar la ventana, me asomé para respirar el aire primaveral de aquella tarde, miré al cielo que estaba despejado por completo, miré las copas espesas y altas de los árboles y miré el pasto, ocho pisos más abajo, entonces lo vi, estrellado, rojizo, difuso y trágicamente muerto.

Roxana, 03 de diciembre de 2005

akim
LA MANCHA EN LA PARED

Era domingo por la mañana. Recuerdo que me encontraba absorto, mirando a ninguna parte a través de la ventana, mientras afuera caía una fina lluvia persistente. De pronto la vi, a mi misma altura, en uno de los edificios del otro lado de la calle. Se mostraba de perfil, sentada en una mecedora, y sostenía un libro en las manos. La distancia no me permitía distinguir con claridad los rasgos de su rostro, aunque los intuí muy hermosos.

El día siguiente amaneció radiante. Nada más despertar, me aproximé de nuevo a la ventana. Ella permanecía allí, en la misma posición, como si no se hubiese movido. Me quedé largo rato contemplándola, hasta que me decidí a ir a por un pequeño espejo de mano. Después de varias tentativas, conseguí por fin proyectar sobre su regazo un haz de la luz solar que entraba de refilón en mi habitación. Al observar que en ese preciso instante se incorporaba, me oculté tras los postigos.

Durante tres días consecutivos, en que el anticiclón se centró sobre nuestra ciudad, repetí la misma acción, con el pulso cada vez más acelerado. Al cuarto día me hice con un alfabeto Morse y le envié, mediante destellos, el siguiente mensaje: raya, punto; punto raya, raya raya, raya raya raya. No esperaba respuesta alguna por su parte, así que mi sorpresa fue mayúscula cuando, al cabo de una hora más o menos, recibí, proyectado sobre la pared, un mensaje idéntico al mío.

Han transcurrido ya varios años desde entonces. Durante ese tiempo, nos hemos seguido diciendo “te amo” todas las mañanas diáfanas del otoño y el invierno, que son las únicas estaciones en que el sol, por la trayectoria que describe, se introduce en nuestros respectivos domicilios. Y... yo no sé a ella; a mí los últimos veranos se me han hecho eternos.

Para facilitar la recepción de sus mensajes, hace poco pinté un círculo oscuro en el tabique que separa mi habitación del cuarto de aseo. Las visitas me preguntan si se trata de un ardid para disimular alguna mancha de humedad en la pared.