Amo la voz de la radio a la mañana, la paz del frío que amanece.
Amo que todo funcione.
Amo que la luz se prenda, que los pájaros canten.
Amo caminar por el centro a la tarde.
Amo reconocerme sana y viva.
Amo poder besar a mis hijas cada mañana.
Amo poder estudiar y concentrarme.
Amo poder olvidar los rencores y el dolor pasado.
Amo el recuerdo del dolor que ya olvidé y el dolor que aún duele en mi interior.
Amo recordar beneficios y favores.
Amo recordar los sabores y los caminos de mi infancia.
Amo tener en el olfato el olor de la flor del paraíso, del jazmín, las fresias y el nardo.
Amo el recuerdo de la flor de manzanilla, de los girasoles, de las margaritas.
Amo un día escondido en mi memoria en que un alma me eligió para compartir la amistad.
Amo los pasillos fríos de mi escuela, las risas, las miradas, el amor.
Amo el puchero que cocinaba mi madre, la pizza que cocina hoy.
Amo haber conocido un verano a un hombre que me amó.
Amo haber renacido mil veces desde mis frías cenizas.
Amo la madera clara, el mármol de la mesada, las cortinas, los cuadros de mi padre, los cuadros de mi madre, el reloj.
Amo la imagen apasionada de mi padre, leyendo, dibujando, defendiendo sus ideas, sintiéndose vivo.
Amo la figura ideal de mi hombre de niebla, que nunca me abandonó.
Amo los gestos cariñosos, el sol de mi niñez, el frío, la escarcha.
Amo entender, comprender, reconocer, elaborar, sonreír.
Amo las nubes, el sol oculto detrás de ellas, la lluvia de la tarde.
Amo las manos de mis hijas, sus ojos, su color, su intensidad, su pasión.
Amo los recorridos de mi cuerpo, el agua que cae, el jabón, la espuma, la toalla seca, el piso cálido, el vapor.
Amo tener un techo que me guarde.
Amo tener amigos.
Amo poder cosechar sin demasiado esfuerzo una gran cantidad de manos que están atentas a cualquier necesidad.
Amo ser la persona que soy: irrespetuosa, irreverente, pero también atenta, sonriente, dispuesta a ayudar, a colaborar, a participar.
Amo ser del aire, amo ser del sol, de las estrellas, del Universo, de tu amor.
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