-Nunca estuve seguro de lo que era capaz de asimilar durante el encarecimiento de razón. Sabía que podía llegar lejos, siempre y cuando no me cansase antes de empezar, si las lecciones que me inculcaban eran de prestigio, llenas de sentido común y todo lo necesario para ser alguien en el tiempo. Desde la infancia tuve una educación rígida, respecto a libros, olvidándose por completo de lo que realmente era necesario en esa línea de relojes, lo único conservado hasta ahora y, supongo, hasta mi muerte, donde no solo hay que saber, viviendo en una igualdad jerarquizada. En la escuela, bajo esa igualdad, fui sometido a crueles bullicios por parte de mis compañeros, los cuales, a su vez, sufrían los mismos tratos, aunque de menor intensidad, por chavales de edades posteriores. No solo me insultaban, que a mi parecer ya era una brutal falta de respeto, también me marginaban, pegaban, amenazaban; un perfecto prototipo de chico solitario en un colegio que a lo que mas se asemejaba era a la selva donde si no estas aliado y en manada no sueles sobrevivir. Yo siempre daba mi queja a mis maestros, quienes intentaban calmar mi ira para así poderme mantener al margen: siendo un chico marginado, pero eso si, con buena educación; pues sabían que era difícil conseguir un ser capaz de tener tan buena relación con lo que en la escuela seria el estado: el profesorado. Ellos simplemente aconsejaban con denunciar esas graves faltas por mis compañeros, diciéndome que en sus manos buenas manos eran para castigar y cambiar costumbres de chicos tan maleducados, o sea, no tan bien educados como yo. Sin ningún resquemor asentía y seguía al pie de la letra las palabras de mis superiores. Durante mi larga, segundo a segundo, etapa en el colegio, el lugar donde mas vulnerable me sentía era en la media hora de descanso, la cual era la mas larga del día. Mientras yo mantenía la esperanza de las férreas palabras de mis maestros contra mis compañeros, observaba, tras años empiristas, que una salida al recreo significaba un nuevo color en mi piel parecido a la amapola, ya que en el instante que yo sufría, mis maestros, en los que descansaba mi tranquilidad y toda mi defensa hacia todo lo ocurrente dentro del colegio, sus miradas, que eran mi única arma que me quitaba en alguna medida la vulnerabilidad, constantemente estaban enajenadas por sus alumnas de bachillerato cambiando mi vulnerabilidad física con visual y todo el dolor sufrido con una causa clara: las chicas. Con el paso del tiempo comprendí que yo solo fui un robot diseñado para aprender…pero para aprender “bien” pues de otra manera me sumiría en la locura y en la desesperación por no comprender como otras acciones antagónicas a las mías podrían ser aceptadas, no obstante al haber tantas opiniones, y yo haber sido educado como robot, siendo robot, solo mi argumento seria el valido, debiendo ser el “bueno”, descartando por completo a los demás. La medida mas adecuada cual hubiera sido en mis años de aprendizaje: ¿enseñarme el bien?, ¿enseñarme el mal?, ¿enseñarme el bien y el mal y que yo eligiera?, así sabría que opiniones antagónicas llegar a aceptar y cuales no. Pero era un robot y para mi elegir el color de mi camiseta me costaba horas, ¿como pretenderían, después de años de supuesto respaldo por mis superiores, que en el momento de salida del colegio, por mi mismo hubiera descubierto la verdadera línea del tiempo, la mas adecuada? Aún poniéndome en el caso de escoger la vía mas correcta, ¿qué era el bien?¿que era el mal? Siempre supuse que yo era el bien, pero ¿era lo correcto? Yo asimile el bien, y no lo correcto. Aquello suponía un desorden de prioridades, pues con el bien no hay prioridad, aparcadas en un estado escéptico, neutro, nulo. A pesar de todo, nada me extraña, en una España donde la educación es secundaria, y no lo digo yo, lo dicen las calles: Están llenas de adornos, llenas de tecnología, año tras año, mas elaborada; mientras la formación individual queda al margen y se intenta hacer colectiva…para ahorrar relojes. Siento la falta de equilibrio al detenerme y darme cuenta de que los chicos van teniendo mas cosas con el tiempo, y con el tiempo van sabiendo menos de cualquier objeto, además de formarse, en cada uno de ellos, una cúpula en la que viven, bajo los padres por supuesto, hasta que logran abrir los ojos cerrados sin esfuerzo para comprobar que la vida deja de ser vida convirtiéndose en rutina colectiva obligada, de alguna manera.
Tras años aguantando torturas conseguí escapar a la jungla de cemento, a mí parecer jungla, con una buena formación intelectual fortificando una ipseidad de honor candidata, desde el punto de vista del estado, para cualquier campesino. Cambiando compañeros por ciudadanos, y maestros por estado, las cosas no cambiaron, aumentaron el sufrimiento rodeado por las carcajadas de bufetes de abogados, a causa de intentar recriminar cada insulto recibido por la calle, cada falta que pasa desapercibida por estar demasiado integrada en la sociedad que ya forman parte de esta, cada acción que aunque a mi no me afectase me indignaba verla en mi ambiente e iba a denunciarla. Por mi escasez de dinero y por cosas tan lívidas los abogados se reían, pero muchas veces cuando salía veía a personas como yo, con dinero, que hacían acusaciones semejantes y aparte de miradas escondidas entre los “profesionales” no ocurría más. Esta impotencia solo me hacia estar deambulando por las calles sin ningún propósito, mirar, y ver, por cada calle, con riqueza, con pobreza, el estatus encarecido de una sociedad, que mas que a comunidad se parecía al reino animal donde la irracionalidad, bastante razonable en su entorno, y la barbarie reinan. Pasaban los días y vivía mi vida por vivir, pasaban las horas y sabia , a mi decepción, que nada cambiaria. Salía a la calle, miraba, veía, dormía: un círculo que duró quince años; quince años alargados en vano, pero aun así alargados, y aun así perdidos. Quince años llenos de insultos, una vida de insultos, quince años sin poder cambiar nada, una vida sin cambios, comprendí que la realidad era esa, a pesar de mi fe fuera de las vallas del colegio, y que si yo quisiera cambiar cualquier cosa, aunque viviera eternamente, seria una eternidad fallida.
Una noche decidí, y soñé, realizar una acción que saciase mi ira: hacerme policía permanente sin pago. A la mañana siguiente salí de mi cama, me duche, y me vestí, y desayune. Me fui de casa pensando en, al fin, un cambio. Empecé a caminar por la acera, con aire majestuoso, y observaba para hallar alguna inflación en mi entorno visual. No sabia por donde empezar: tantas mentiras, tantas miradas, tantos celos, tanta envidia…sin contar con los cerdos de la jungla, los leones que se creían los amos por ese color amarillento en los bolsillos, los monos que observaban y reían todas las faltas del asfalto. Comencé por leves toques en la espalda pasados desapercibidos. Yo, decidido, me dirigí hacia un padre que regañaba y alzaba su mano a su hijo por su tardanza en elegir el color de una camiseta: “No le regañe buen hombre, pregúntele a que es debido el retraso” dije “tú, no te metas” me contesto “¿Por qué no eliges tú el color de su camiseta? Seguro que no le importa al chiquillo” dije “No tengo nada en contra de usted, pero podría sufrir un leve, pero agresivo, toque en su cara” contestó “No le permito que me hable así, actuó por el bien de la comunidad” afirme “Que habla este loco, váyase al campo a criar vacas y haga una comunidad con ellas: ellas si sabrán” Dicho esto, el hombre se alzó a mi y me lanzo un derechazo sufriendo mi ojo izquierdo una colisión por mi heroísmo, o intento de ello. Me sentí confuso, yo era el bueno. Frente a mi se encontraban el agresor y tres familiares mas haciéndome sufrir verbalmente. Yo no quería hacer nada, pero ¡ellos no hacían caso!, lo hacia por el bien, por el bien sí. Me dirigí hacia ellos y con un cuchillo que llevaba como arma policíaca comencé a acuchillar sin temor: tantas faltas, tantas puñaladas, mas faltas mas puñaladas, no podía parar, ¡el bien¡ ¡el bien¡ gritaba. Por qué no podían ser como yo, robots, y así conseguir una sociedad perfecta. Por qué no éramos una comunidad, y no una sociedad sin nada en común. Ya era tarde, yo mataba, y apuñalaba, y veía basura por los suelos, muertes en periódicos y más puñaladas. Sentía la sangre resbalar por mis dedos, goteando al suelo, mientras el color rojo lleno de tragedia para unos, y fracaso para otros, me hacia matar más. ¿Quién era el culpable de aquello? Decía. Yo hice el mal, pero fue un mal por bien, y por estar tantos años reprimido. Mate a cinco hombres, seis mujeres, y dos niños, incluido el indeciso a la hora de elegir color. Yo no quería, pero ¡el bien!¡el bien! gritaba. El bien…el bien…lo hice por mí, sí.
Silencio-silencio.
-El acusado es declarado culpable.
-No digáis es, decid se. Me declaro culpable por mis asesinatos, y me declaro culpable por lo que defiendo, y me declaro culpable por fracasar…pero no me declaro culpable por vuestro fracaso que es el mío, a su vez.
-El culpable deberá permanecer en observación psiquiatica.
-Claro que estoy loco, loco de bien por carecer de él tanto vosotros.
Con una mirada intensa del juez, el culpable fue llevado por los guardias gritando ¡el bien!¡el bien! Pero en aquella sala mas de una vida pensó en todos esos hechos, mas de una vida cambio. Desde entonces el juez no acepto más sobornos. |