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Para resolver sus diferencias decidieron retarse a un duelo. Eso sí, como eran hombres poco duchos en el manejo de las armas decidieron prescindir de ellas, que a buen seguro acabarían hiriendo -si no matando- a los padrinos asistentes.

Lo del duelo estaba decidido, bien, pero faltaba el cómo. La primera idea que se les ocurrió fue a bofetadas. Pero como uno de ellos medía 20 centímetros más de estatura, la desecharon por injusta, ya que el más alto tenía las de ganar, a pesar de las protestas fruto del orgullo del más bajito. Los padrinos, presentes en la discusión, concluyeron que debían encontrar un arte -sí, eso dijeron, un "arte"- en el que los dos fueran duchos. El duelo, pues, debía consistir en que demostraran quién era más diestro en ese "arte" común. El ganador recibiría los parabienes del honor del vencedor, mientras que el perdedor debería masticar la humillación de ser vencido en un terreno propio.

Comenzó una retahíla de aficiones de los contendientes con el fin de encontrar el instrumento del duelo. Se mencionaron actividades de todo tipo, a cual más disparatada, a cual más anodina. Todas y cada una de ellas fueron rechazadas por uno de los duelistas, cuando no por ambos, o por los padrinos, que más de una vez tuvieron que morderse los labios para contener la risa mientras cruzaban miradas cómplices. Porque, a todo esto, los duelistas no perdían la seriedad y compostura de quienes habían decidido enemistarse con tozudez digna de encomio.

Las horas iban transcurriendo y los duelistas no alcanzaban ningún acuerdo. Uno de los padrinos se atrevió a opinar que quizá fuera mejor dejarlo para otra ocasión, a lo que fue respondido por insultos amargos de ambos. El otro padrino, hay que señalar, despertó sobresaltado por los gritos y se encontró soltando palabras de calma, calma, caballeros, calma, mientras sus párpados forzaban por abrirse.

La discusión hizo que los enemistados se levantaran de sus asientos y, tras un instante de silencio, uno de ellos espetara al otro: "siempre jodiéndolo todo, ni un sencillo duelo se puede debatir con usted". A lo que el otro, enrojecido, le contestó: "sí, claro, a joder seguro que no me gana nadie, y menos un mastodonte mastuerzo como vos".

Se hizo un segundo de silencio y un destello apareció en la mirada de ambos, un brillo de esos que significan "ya lo tenemos". Despertaron nuevamente al padrino que estaba otra vez "echando una cabezadita" para perfilar los pormenores del duelo. Estaba decidido.

Ganaría quien aguantara más tiempo jodiendo -"fornicando", dijeron ellos- a una mujer sin eyacular. Para tal efecto, optaron por contratar sendas prostitutas, ante la difícil posibilidad de encontrar voluntarias que se prestaran al duelo. Tras unos minutos, lograron atar todos los detalles, esta vez con los dos padrinos bien despiertos e incrédulos ante la posibilidad de ver a sus dos amigos envueltos en tan estrambótico duelo. Eso sí, la hora debía ser a las seis de la mañana, por mucho frío que hiciera. Pase que no se usaran armas, pero debía realizarse al amanecer, como Dios manda, ¡qué menos!


Días después se encontraron los seis, duelistas, padrinos y putas, en un claro de un bosque, armados con mantas para evitar el rocío de la hierba y para mayor comodidad de ambas señoritas. Medio borrachos todos por haber pasado la noche en vela, se dispusieron a batirse. La primera parte consistía en que las prostitutas debía realizar una felación durante un minuto exacto a cada uno de ellos con el objetivo de conseguir la erección del pene. Si ambos seguían fláccidos, se aumentaba un minutos más. Conseguida la erección, comenzaba el duelo cronómetro en mano. Los contendientes debía usar preservativo más para demostrar que no se habían corrido que para proteger a las putas de su esperma.

Los duelistas se sentaron en sus respectivas mantas distantes entre sí los diez consabidos pasos. Ellas debían levantar la mano cuando notaran la erección, lo cual sucedió tras un par de prórrogas sobre el inicial minuto propuesto. Una vez colocados ambos sobre sus chicas en posición de misionero, los padrinos dispararon al aire una salva de fogueo dando comienzo, por fin, al duelo.

Al principio los duelistas comenzaron su penetración lentamente, reservando fuerzas. Mientras se movían encima de sus chicas, cada uno ellos pensaba en los consejos de los padrinos (“piensa en la hipoteca”, le había dicho el padrino a uno de ellos; “piensa en mi mujer”, le dijo el otro), consejos destinados a frenar la pasión que evitara la derrota. En el silencio del frío amanecer, se oían los resoplidos de uno y otro. Las prostitutas, siguiendo las instrucciones dadas, se limitaban a dejarse penetrar, sin darles palabras de aliento, sin soltar jadeos y sin caricia alguna, con los brazos pegados al cuerpo, como entradas en coma.

De pronto, uno de ellos no pudo evitar soltar un jadeo. El rival, mirándolo, le gritó algo así a Vas a perder, no eres capaz de aguantar un coño caliente, seguro que no sabías qué era una mujer desde que te parieron. A lo que el otro le respondió mordiéndose los labios y empujando con más brío su pelvis, a la par que soltaba Yo al menos la dejaré contenta, no como otros, que se mueven menos que un cadáver, lo cual provocó que ambos aumentaran el ritmo de sus embestidas.

Las prostitutas, aunque entrenadas en el arte de disimular gozo cuando no lo había y, por lo tanto, acostumbradas a no sentir nada en lo que para ellas era trabajo, no dejaban de ser humanas, Y quién sabe si llevadas por la pasión de sus clientes, si por la situación en la que estaban viviendo, comenzaron a demostrar síntomas de placer. Una de ellas, para no contrariar las órdenes dadas, ahogó un gemido mordiéndose el puño. El otro duelista, al verla de reojo, le susurró a su chica “gime, vamos, gime”. La chica soltó un gemido tímido, casi un leve suspiro, aunque acuciado por su paternaire, fue aumentando el volumen de su voz hasta que sus suspiros se hicieron bien audibles. El rival, sin dejar de penetrar a su acompañante, los miró con los ojos como platos mientras mascullaba “¡será cabrón..!”, animando a su vez a la prostituta a que hiciera lo mismo, aún con más fuerza.

Los padrinos comenzaron a esquivarse las miradas, ruborizados por los sonidos de las dos parejas. Porque a los gritos de las chicas se unieron rápidamente los de los duelistas, que rápidamente perdieron la compostura enzarzándose en expresiones obscenas dirigidas más que a sus chicas, al rival, como queriendo demostrar que aguantaban como nadie pese a estar pasándoselo como nunca en la vida.

Uno de los padrinos, colorado como un tomate, separándose el cuello de la camisa, resopló acaloradísimo un “esto es insoportable”, a lo que el otro asintió tragando saliva con esfuerzo y con la frente perlada en sudor.

De repente, uno de los duelistas se detuvo bruscamente, resoplando grandes cantidades de vaho sobre el rostro de la prostituta. Su padrino abrió los ojos y dejó escapar un “oh, no, ya está, ya ha perd...”, callándose inmediatamente, como queriendo evitar que el otro padrino se diera cuenta, cosa que no sucedió, puesto que alzó la mano rápidamente a la par que gritaba “¡Stop!”. El rival, sudoroso aun el frío reinante, giró su rostro y al ver a su rival parado, exclamó jubiloso: “¡Se ha corrido!, ¡Vencí!”, lo que provocó que el presunto vencido sacara su pene todavía enhiesto de la vagina de la prosituta y, puesto en pie, lo mostrara a todos sacándose el condón, sacudiéndolo al aire para demostrar, entre resuellos de agotamiento, que no, que se hallaba vacío, que simplemente estaba recuperando fuerzas un instante. “¡Eso da lo mismo ahora!, ¡Se ha detenido y ha perdido!”, siguió el otro. “¿Ah, sí? ¡Muéstrenos su verga! ¿Cómo saber si vos no os habéis corrido y seguís disimulando?”, se defendió apuntándole con el condón lacio. De un salto, el más bajito salió de su compañera y mostró a todos su pene medio erecto con el condón a punto de salirse: “Comprueben vuecencias que se halla vacío de todo esperma posible”, dijo desafiante. Los padrinos, aturdidos por el encargo, no tuvieron más remedio que acercarse colocándose los anteojos para observar de cerca que la palabra dada era cierta.

“Pero fíjense en la flaccidez de su miembro: con eso no se puede penetrar ni una nube de algodón. En cambio, fíjense en el mío: presto a la batalla cuando quiera. ¿No es acaso eso lo que discutíamos?, ¿quién de los dos aguantaba más embistiendo a una mujer?” El más pequeño, rojo de la ira, chilló: “¡Eso es una ignominia! ¡Yo he vencido puesto que he sido quien más tiempo ha estado dentro de la mujer! ¡Ese era el duelo!”, tras lo que comenzó una vociferante discusión entre duelistas con los pantalones bajados y penes al aire, y los padrinos, enrojecidos quien sabe si por el frío, quien sabe si por la vergüenza.

A todo esto, las prostitutas habían abandonado ya su postura de piernas abiertas para sentarse envueltas en sus respectivas mantas, tiritando de frío. Una de ellas, la más mayor, interrumpió la discusión soltando un impaciente y amargo: “¿Por qué no se dan vuestras mercedes por el culo? Me estoy helando y me quiero ir ya de aquí, atajo de locos”.

Los cuatro hombres se giraron abriendo los ojos como platos. Se hizo el silencio durante unos segundos. Uno de los padrinos, volviéndose a meter los dedos en el cuello de su camisa -esta vez para dejar pasar un trago de saliva- no pudo evitar dejar escapar un bufido de risa, al que siguió una sonora carcajada. El otro padrino, contagiado, comenzó a reír con ganas. Los duelistas, apretando los labios, colorados como tomates, hombros encogidos, contenían su indignación. El más alto, no pudiendo más, rugió: “¡¡Esto es una cuestión de honor, hagan el favor!!”, lo que provocó que las risas aumentaran, añadiéndose las de las prostitutas. Los padrinos comenzaron a doblarse de dolor mientras sus lágrimas chorreaban por su rostro y diciendo con la voz entrecortada: “un... una cuestión... de hon... de honor”, a la que seguía una briosa retahíla de carcajadas.

Los duelistas, abochornados, se subieron los pantalones y se alejaron del claro del bosque con paso furioso, dejando tras de sí a los padrinos revolcándose por el suelo a y las prostitutas pataleando en sus mantas, más divertidas que en toda su vida. A los pocos minutos, padrinos y meretrices fueron recuperando el resuello y, secándose el rostro, se incorporaron mientras con las manos se sacudían las ropas húmedas y tiznadas de la hierba fresca.

Tras pagar lo acordado a las mujeres, una de ellas preguntó picarona: “¿Por qué se retaron a duelo tan... enhiestos caballeros?”. Uno de los padrinos, soltándole las monedas, sonriendo divertido, contestó: “Los caballeros pertenecen a cofradías diferentes, cada una de ellas dedicadas a una Virgen distinta. Discutían porque defendían cuál de las dos Vírgenes era más pura y milagrosa”. La más joven de ellas, con sorna, soltó: “Pues bien harían en dejarse de adorar vírgenes y dedicarse más a San Capullo Bendito, ¿no creen?”, tras lo cual abandonaron el bosque envueltos en las mantas, empapados de rocío y de risas mientras los primeros rayos del sol engalanaban la mañana.



Texto agregado el 15-12-2005, y leído por 1071 visitantes. (8 votos)


Lectores Opinan
07-07-2008 me gusto , describiste muy bien la estupidez de los hombres, besote almaguerrera
23-01-2007 Llego por primera vez a tus escritos enganchada por el título. En esta época de difusión del sexo tántrico, con tan pocos hombres conocedores de este arte sagrado, no te creo que haya sido difícil encontrar voluntarias que se prestasen al duelo. Me he reído sin poder abandonar la lectura del principio al fin. Me tentaste a seguir leyéndote. compromiso
25-04-2006 Y vas y no avisas, eres un estudioso, separas, disgregas y luego sacas el insigne chascarrillo... con menos se escribieron grandes cosas; ha estao fenomenal. Saludos perdío. Nomecreona
18-01-2006 Muy original Moebiux. Me he reído bastante. La redacción y ritmo, como siempre, impecables. Mis 5 estrellas. No dejes de escribir. Eugenio10
12-01-2006 Magnifico, Lo he leído y me ha atrapado de principio a fin. Mis estrellas y un beso. arielariadna
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