FILOMENA 
boca generosa 
ojos rasgados  
piel blanca 
pequeño cuerpo 
¡Basta! 
es inútil seguir 
será un pedazo 
de papel arrugado,  
Sucio, prescindible 
un recuerdo 
 
 
 
      Y así escribía el muchacho veintenero.   El abuelo lo observaba con la cola del ojo. El verano apretaba, tres de la tarde. Le propuso que se fuera a la piscina del vecino, se escuchaba el chapoteo de unos cuantos que estaban disfrutando el agua tibia. Nada que hacer, seguía en el escritorio, escribía y a los pocos minutos tiraba el papel al  cesto. El viejo buscó su bastón, el que usaba los sábados, con puño de plata., se despidió y tomó rumbo hacia la avenida comercial. Estaba preocupado por la soledad del jovencito. Sus padres estaban muy poco, el trabajo de ellos era abrumador. Sabían el momento que pasaba Fernando, pero estaban sin ganas de nada, comer y dormir.  
 
 
      Cuando llegó a lo de Doña Filomena, la vieja prostituta, le dio el saludo acostumbrado y sin decir palabra ella se iba para una de las piezas para cumplir con el trámite de siempre. ¡No! la atajó con dulzura: 
 
––vengo para otra cosa Filomena 
 
–– ¿qué te pasa viejo? 
 
 
      Le contó lo del muchacho y su preocupación. Tenía la idea de que Filomena lo llamara, conocía a su nieto pero en el menester de proveedora de huevos frescos que siempre vendía a la familia. Le dijo que organizara una reunión en la casita de las sobrinas de ella e igual profesión. Hecho el acuerdo quedaron que a la nochecita le hiciera el llamado al nieto.  
 
      En la gran ciudad todo se tapa, se pueden hacer tantas cosas, pensaba Artemio, es una ventaja. Hacia veinte años que conocía a Filomena (cinco años después de quedar viudo) y en su familia todos sabían que esta buena mujer,  se ganaba la vida vendiendo huevos frescos. Mientras volvía lentamente, con ese bastón que le daba un aire de abuelo respetuoso, su larga cabellera, bigotes abundantes, cuerpo firme e impecable vestimenta, le brotó una sonrisa complaciente. Llegó a su casa, fue hasta el escritorio. Fernando estaba dormido en el sillón de dos plazas.   
 
      Sonó el teléfono: 
 
                            –– ¿está Fer? 
 
                           ––sí, pero durmiendo Claudia 
 
    ––Le puede decir que me llame. 
 
        Fernando le reprochó al abuelo que no lo haya despertado y se fue para llamarla a su celular. El abuelo en  el jardín  se puso a regar los laureles rojos. Era de lo único que se ocupaba en ese parque. Apareció su nieto  y le empezó a contarle su frustración con Claudia, la primera vez que  lanzaba su fastidio acumulado desde tiempo atrás.  Artemio extendió sus manos y le dijo: 
 
 
                               ––Fernando, comprendo tu  bronca, Claudia es hermosa, pero es               
                                   de la ciudad. Vos te criaste en el campo, buena educación, alumno    
                                   excelente, tus padres profesores, te han guiado en tu aprendizaje,  
                                   pero en los temas como el que te aflige no saben como ayudarte. 
 
                               ––Lo sé abuelo, trato de no mostrarles mi estado  
 
                               ––Te voy a dar un consejo, sería bueno que conozcas a otras chicas 
                                   pero no de esta gran ciudad. Cerca, está Villa Elisa, todos los  
                                   domingos hay unas rockeadas buenísimas.  
 
                               ––No estoy con ánimo, gracias lo mismo, me voy a dormir. 
 
 
       Fernando estaba medio dormido y tuvo que atender el llamado de Filomena. La vieja vendedora de huevos invitándolo a una pequeña reunión en Ituzaingó, donde estaban viviendo dos sobrinas de ella. Dado que eran  recién llegadas de un pequeño pueblo del norte del país, ella quería presentarles  a jóvenes de su edad para facilitarle su aclimatación en Buenos Aires. Fernando no entendía nada, pero no pudo negarse, siempre tuvo un gran respeto por esta humilde mujer que se ganaba la vida con ese sencillo comercio casero. Quedaron de acuerdo, el próximo sábado a la noche iría a la fiesta de sus sobrinas. A la mañana siguiente le comentó a su abuelo sobre esta invitación; él se hizo el desentendido y aprovechó para reiterarle lo de los roqueros en Villa Elisa. 
 
     El sábado  a las 10 PM. partió con el auto prestado por sus padres para que fuera a la fiesta. Artemio explicó a los padres, lo de Filomena y sus sobrinas; estaban felices de esta salida de Fernando  ensimismado  en su amor por Claudia. El abuelo  les aseguró que eran chicas muy formales. 
 
 
     Sobre el mediodía del otro día   acusó el muchacho estar medio despierto, fue a la cocina a tomar un vaso de agua. se cruzó con Artemio y con una sonrisa complaciente le dijo: 
 
 
––Abuelo, lo pasé muy bien, esas chicas eran muy divertidas y con una                                    de ellas nos fuimos  al patio donde había un amplio  sillón… jajajaja 
 
 
––¿No me digas que la piba gustó de vos? 
 
––y sabe s cómo eh! La verdad que me gustó mucho. 
 
 
                      –– ¿Las vas a ver de nuevo? 
 
––Sí, hoy la invite al cine 
 
 
     El abuelo se fue corriendo a lo de Filomena, muy preocupado, apenas llegó le increpó que él le había pedido a las chicas para que directamente hicieran a lo que estaban habituadas por su oficio. La vieja, lo invitó a sentarse, y le dio  un whisky el  
de siempre y le dijo:  Artemio a tu nieto lo invité a la casa de mí hermano, el que es Comisario y tiene dos divinidades de hijas,  las cuida como si fueran oro macizo, tienen alrededor de los dieciocho años y ya están en la Universidad. Artemio le pidió otro vaso de  whisky  Viejo vos  crees que por mi condición  de prostituta y aún vivir de ese oficio iba a arruinar más a tu nieto; te  aprecio mucho, has sido un a buena persona conmigo. Además conozco a tu familia  desde hace años y a Fernandito desde que nació. Cuando me hiciste aquél pedido pensé en las hijas del Comisario  y no aquellas parias, pobrecitas, con padres borrachos que nunca se ocuparon de  ellas, igual que como me pasó en mí en la vida. 
 
 
    Artemio lloró largo rato con Filomena, se sintió tan agradecido a esta sabia mujer, le dio un beso en la mejilla como si fuera su  hija, recordó que nunca había besado a Filomena  con ese sentimiento, lo había hecho como amante nada más. 
 
 
 
En el casamiento que se celebró tres años después, el Comisario ahora  ascendido vestía su traje de gala, su esposa una espigada señora muy bella con un traje de seda negro, la novia,  Mariana, con un austero  vestido blanco sin cola y un pequeño ramo de claveles rojos (obsequio de Artemio), los padres como viejos profesores al tono de su profesión, Fernando con un atuendo azul oscuro , el abuelo de gris oscuro y su bastón con puño de plata y a su lado Filomena, la madrina, la más destacada por su  grosor aunque bastante disimulado por el vestuario que el abuelo le encargó al mejor modisto de la ciudad de Buenos Aires. 
 
 
       
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