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Agua, agua que moja los ancianos álamos, que empapa la negra y olvidada tierra creando vida, entregando muerte.
Ese liquido vital y mágico caía derrochado maliciosamente desde el cielo oscuro, eterno e infinito, caía empapando cada rincón del frío Chillán mojando el cemento y mi rostro, lenta e implacable se deslizaba entre las fibras de mi ropa, humedeciendo poco a poco este cuerpo entumido por el gélido y escarchado Sur de Chile.
No podía ni debía detenerme!, pese al amenazante viento que recorría cada recodo de esa madrugadora ciudad, ululando misterioso al jugar entre las gotas y hojas que se lanzaban al abismo de asfalto. A pesar de no haber amanecido aún y de que las callejuelas pobremente iluminadas no constituían gran refugio para la integridad de un solitario caminante, del inminente peligro que significaba aquel temporal -que a pesar de estar recién formándose ya adquiría suficiente fuerza como para desgarrar las ramas mas delgadas de algunos viejos árboles- y de las pocas ganas que tenia de mojarme y sucumbir ante el frío.
Era preciso llegar, encontrar la calidez y seguridad de mi morada: cuatro paredes, testigos incondicionales de nuestras trasnochadas, hambres, fiestas y penurias que -como quizás ustedes recuerden- nunca abandonan la vida de los universitarios.
Estaba cansado de caminar, vagar por las calles oscuras, sudorosas, infectadas de agua y moho, moho verde, producto de años de tinieblas y oscura melancolía. La interminable lluvia parecía cobrar a cada momento una mayor intensidad, era casi lo mismo e innecesario esquivar las pozas y mi cuerpo y ropa habían sido sacrificados como ofrenda a los dioses. Las calles, la tierra, los campos y ríos se fundían en un solo horizonte, solo querían un descanso, una tregua, un poco de compasión, el caos era absoluto y seguía lloviendo.
Sin embargo había a quienes no les importaba el temporal, el viento o el execrable clima reinante, a pesar de todo se aventuraban e recorrer, quien sabe con que rumbo, las aceras de la urbe chillaneja.

¿Que razón tendrían esas personas para abandonar sus hogares al amanecer y con esa tormenta sobre sus cabezas?, ¿que ser humano dejaría su cómoda cama para osar caminar por las inundadas y sombrías calles de un Chillán en cuyo firmamento aún se desarrollaba la eterna pugna del sol por abrirse paso entre el congestionado cielo de un planeta en diluvio; de un sol que a pesar de haber salido puntualmente al alba no puede ver su reflejo en los campos, prados y adoquines de mi fría ciudad? Solo la clase de personas manipuladas involuntariamente por ese inefable Dios al que, no sin cierto grado de temor, llaman dinero.
Por suerte eso a mi no me tocaba. En mi cabeza, cubierta por una larga selva de enmarañados cabellos, no había lugar para problemas derivados del consumismo o el poder adquisitivo. Estaba estudiando una carrera, de la cual naturalmente esperaba mucho. Tenia proyectos, ideales y un
amor. Me .bastaba ya con esas largas, oscuras y pesadillescas sesiones de trabajo y, otras no tanto, de carrete.
Ni el viento ni las nubes estaban dispuestas a dar su brazo a torcer, sin embargo el sol venció una de las batallas iluminando pobremente con el alba las tinieblas que cubrían la ciudad y a todos los amorfos seres que en ellas buscábamos refugio.
A esa hora muchos ya habían dejado sus madrigueras y lo que mis ojos presenciaban era, por decir lo menos, irrisorio. ¡Pobre gente!, esta bien lo admito bacía frío. La tempestad latigaba sobre los árboles y casas, pero no era necesario andar acorazado, mas aún había quienes trataban vanamente de protegerse ocultándose bajo las cornisas de Calle Arauco. Digo vanamente porque con tormenta o llovizna se mojarían de igual forma. De igual manera a mi no me interesaba el escueto alero protector de unos centímetros de cemento, debía continuar mi peregrinaje a través del cauce de ese río que había transformado el asfalto en una catarata interminable de hojas podridas y lombrices abogadas.
No me encuentro en condiciones de dar una descripción de los rasgos o facciones que gobernaban mi rostro en aquellos instantes. Comprenderán que esa noche para mi aún no concluía, a cada instante en mi mente relampagueaban los recuerdos de una agitadora jornada, el eco de la música
continuaba hiriendo mis oídos, estas pobres piernas comenzaban a sufrir las secuelas de haber bailado toda la noche, y en mis labios aún quedaba tú sabor, el de la mujer con quien había disfrutado la noche entera.
¡Oh Dios, por qué tuviste que enviarla!, ¿acaso no estabas contento con mi soledad? Maldigo aquel día en que te conocí, iluso pensé en la felicidad, fantasías freudianas surcaron mi mente y atravesaron como dagas la miserable carne de mi corazón, ingenuo pensé en la felicidad, mas ahora no importa, ya es tarde, solo anhelo el día de tu olvido o de mi triste muerte.
Me resulta un tanto difícil continuar este relato, pues sucede que lo ocurrido aquella noche de baile, juerga, pasión y lujuria, por diversos motivos que pronto tratare de develarles, no están totalmente claros en mi memoria.
Estaba ido, esos grados de más comenzaban a alterar de sobremanera la ya confusa percepción que mi mente recibía del mundo exterior, solo caminaba, con rumbo a no sé donde, no podía más que contemplar la cruel lluvia. Aunque sólo el deseo de reposar en mi confortable lecho dirigía mis lerdos movimientos, a pesar de estar completamente empapado y casi congelado, un pequeño destello de bohemia aún horadaba mi subconsciente. En mi mente quedaba todavía el profano deseo de prolongar aquella exhaustiva jornada, el ferviente anhelo de que la noche se hiciera eterna y la música infinita, colapsaba enfermizamente mi cerebro, o lo que quedaba de él.
Los movimientos de este cuerpo sucumbieron poco a poco ante la pegajosa y enferma idea de continuar el carrete. ¿Regresar a casa?, ¡¿para que?!, a pesar de lo incomodo que pueda parecer aquella larga y húmeda caminata tenía algo de especial, místico e indescifrable. Es decir, desplazarse por una ciudad acompañando el alba, con la exquisita música de la lluvia percutiendo sobre las hojas amarillas y desteñidas de los abetos, el revitalizador frío invadiendo cada rincón de mi cuerpo y profanando mis fosas nasales. Era sencillo y complicado a la vez, sólo diré, y creo que con ello me bastará, que ese cúmulo de sensaciones me hacía sentir vivo e impedía que pusiera mi existencia en duda.

Maldito aquel instante en que desvié mis pasos de lo que debió haber sido mi único destino.
Ahora creo entender los rostros acusadores y parcos que, con cierto grado de reproche, me miraban cuando deambulaba cerca de ellos en busca de algo o alguien. Digo que los comprendo y quizás ustedes también lo harían, si en una mañana de invierno, esas del Sur de Chile, en que el frío sin ninguna clase de compasión petrifica y anestesia los músculos; la lluvia satura sin piedad el suelo de las ciudades y campos, provocando en ellos continuas nauseas, arcadas que culminan con el vómito y repelencia a ese sublime elemento, vieran a un ente -pues no puedo decir otra cosa- vagando, cubierto con dos o tres trapos, una larga cabellera torpemente tapada con un gorro de lana y un par de lentes tratando de sujetarse, gracias a la suerte más que a las leyes físicas, de la pequeña nariz de este inusual personaje. Imaginen a aquel desgarbado ser escrutando cada uno de vuestros movimientos. Quizás sea para preocuparse.


II


Mi cabeza esta a punto de estallar. Un dolor indescriptible paraliza mis movimientos, no me atrevo siquiera a moverme, si lo hago puedo quedar decapitado o con el hígado en la mano, supurando, chorreando bilis. Un desagradable sabor a copete, rancio, repugnante, mezclado con saliva seca convierte mi boca en un desierto amargo y ácido.
La oscuridad es absoluta, deliciosa, no quiero abrir los ojos, se que la luz espera afuera y a su lado interminables mareos y nauseas. Sólo quiero dormir, descansar, pero es imposible, siento el estómago hinchado, a punto de estallar, en descomposición. Dormir: que maravillosa idea, creo que le puse demasiado y no quiero ni pensar en levantarme.
Abro los ojos, no puedo distinguir mucho, todo está borroso, las venas martillean monótonamente mi cabeza. No sé dónde estoy o cómo llegué aquí; es una pieza cierto, pero no la reconozco. Estoy acostado en una cama, tapado hasta la cintura y con ropa, ¡¿Qué onda?!, no estoy solo ni en la pieza ni en la cama. Miro alrededor con cierta dificultad, lentamente, no quiero provocar los ya sensibles esfínteres de mi cuerpo. En el suelo cerca de cinco personas, arrumadas, duermen raja, giro para ver quién está al lado y sorpresa: alguien me estaba abrazando. Era una mujer -por suerte-, tapada con las frazadas hasta los hombros y con un pequeño vestido que sólo le llegaba hasta la cintura. Algo debe haber pasado entre nosotros sin embargo no lo recuerdo, iba a despertarla pero abrió sus ojos suavemente, me miro con ternura, se acercó lentamente rodeando con el otro brazo mi cuello, puso una de sus piernas sobre mi cadera y diciendo buenos días me besó. No sé cómo pudo soportar mi aliento, pero lo hizo con naturalidad. Tardé unos minutos en reconocerla, era una amiga de la universidad; nos habíamos visto un par de veces pero nunca le presté mucha atención ni siquiera ahora, pues no recuerdo por qué cresta esta a mi lado, pero bueno eso no importa había que apechugar.
Me levanté como pude y entre en el living. El caos era absoluto, la mesa adornada con botellas de pisco, grapa, aguardiente y vino era un espectáculo repugnante, reflejo de un sacrificio pecaminoso y nauseabundo que me hacia tiritar y salivar. Pobre estómago, pobre hígado, el show comenzaba otra vez. Contracciones en el bajo vientre, saliva en exceso acumulándose en la boca, arcadas y un solo objetivo me nacía recorrer cada rincón de esa ya menos extraña casa. ¡¡Necesito un baño urgente!!. El vomito, por culpa de las malditas e incesantes arcadas rebosaba lentamente de mi boca como un delgado hilo cobrizo escapando furtivo entre mis labios y manos. Ya no lo podía contener más. ¡¡¿Qué mierda hago?!!, ¡¿dónde está ese maldito baño?!. Sin otra salida decido abrir una de las puertas -esperando me condujera a la calle- y sorpresa, la diosa fortuna estaba de mi lado, encontré el susodicho pero hay un ser sentado en la taza, durmiendo, no importa la tina también es grande.


III


Es en ocasiones como esta en las que casi puedo asegurar: nuestra existencia es solo una estúpida porquería, se debe a un par de sensaciones que entrelazadas pueden nacemos reliz o absolutamente desdichados, pudiendo ser alteradas hasta el éxtasis o desencadenar en esta podredumbre interior, larvaria, resultado de la incontrolable incubación de una mala resaca o de la triste soledad; aquella a la que me has confinado, esa a la que me destinaste al conocer los detalles de esa noche, cosa que aun no logro comprender del todo o aclarar completamente en mis vagos recuerdos, esos que traté de explicar, no dudo de forma confusa y quizás algo irreal, momentos derivados de una noche de sana diversión.
Son estos los motivos, no es una excusa y ustedes lo podrán reafirmar, aquellos que me llevan a pensar, contrario a lo que siempre he estimado como verdadero, que eso que llamamos inmortalidad no es mas que una vulgar utopía y que la vida después de la muerte es una de tantas quimeras que solo tratan de calmar y responder de alguna forma a nuestras egoístas esperanzas de eternidad. Pus díganme si acaso ustedes alguna vez, producto del excesivo jolgorio, resultado de horas y horas de incontrolable alegría, música y algo más, no han caído en un estado de absoluta inconsciencia, en un trance donde vuestra mente aniquila cada recuerdo y cada instante que vosotros vivís es destruido, es entonces un genocidio a tus sensaciones, hecho que sin duda desencadena extraños conflictos.
- ¿Recuerdas?
- No, no es posible.
-LO HICIMOS!!!
*----* ??
Es una situación por la cual no te pueden obligar a responder, estuviste muerto. Sin embargo nadie te cree, se supone eres responsable de tus actos pero de quien es la culpa, del cuchillo o la mano que lo empuña.
- Si, era una compañera de universidad. Es todo lo que recuerdo, pero esos cuervos crearon su propia fantasía y tú la creíste.
-«No seas mentiroso, de ser así por que no me lo dijiste antes?!
Mis palabras chocaron en el vacío de tu rostro indiferente.
-«Es todo, yo no doy segundas oportunidades.
Una noche, una noche de sana diversión, una historia que esos cuervos lograron consumir.
Las tinieblas llegan otra vez y ya no hay alegría ni ganas de caminar por largas e interminables horas, sólo queda esperar, esperar porque en este frío Chillán la oscura y eterna soledad deje algún día mi alma descansar.

Texto agregado el 13-12-2005, y leído por 271 visitantes. (1 voto)


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