“Ésta es la ley de Medellín,
que regirá en adelante en el
planeta Tierra. Tomen nota.”
Fernando Vallejo, “La Virgen de los Sicarios”
Medellín, Colombia, Latinoamérica. Terrenos de desencanto, violencia y confusión; pobreza, corrupción. Pan de cada día reflejado en la prosa del escritor Fernando Vallejo, nuestro misántropo personaje-autor. El narrador de una realidad decrépita, donde, tanto ricos y pobres, caen en sus circulares pecados capitales. Los intocables codiciosos y los miserables rabiosos, juntos combatiendo en una batalla sin fin por una culpa de la cual todos son dueños y protagonistas. Como consecuencia, una encantadora violencia, tan cotidiana como Doña Muerte, nuestra sempiterna compañera (amiga).
¿Qué hacen allá los de arriba para solucionar todo esto? Pues pelearse y robar, genial solución ¿Y allá abajo? Pues genial solución hallamos también, matar y robar. La solución a esto es: ninguna; se complementan en un círculo vicioso de corrupción y sin perdón, donde la ley y la constitución no es nada más que un papel con tinta, la moral un tiro - de un sicario - al aire y la muerte nuestra fiel gobernadora.
Ahora bien, tenemos una sociedad víctima y victimaria de estos grandes estamentos. Lo que radica en que se encuentre desvalorizada, perdida, sin altura de miras, donde el escape es el Descanso Eterno y los condenados seguirán viviendo.
Partamos, pues, como la sociedad se ha volcado a un cristianismo-pagano, el cual es la única ancla de salvación existente. Imagínese usted, yendo a la Iglesia, y se encuentra con cientos de jóvenes rezándole a las representaciones católicos, ¿hermoso no? Pero sabe cual es el trasfondo de esta plegaria: primero, los jóvenes son sicarios (el sicario es un asesino a sueldo) pidiéndole a la virgen no errar el próximo tiro asesino, ¿le parece hermoso ahora? Con esto se encantará: las Iglesias los domingos están atiborradas, especialmente atrás, donde un descansador olor se respira y jóvenes felices escuchando, es el olor de la cocaína alumbrando. Aun así, éste es el único elemento que unía al narrador a su Medellín pretérito, la religiosidad. Pues aunque los ruegos varían, los devotos se ciñen de las más antiguas tradiciones religiosas para sus encomiendas.
Sigamos con la gente que vive en las comunas y a ellas mismas. Primero, las comunas, esos barrios violentos, emplazados en las periféricas alturas de Medellín, el denominado Medallo de Vallejo. En estos lugares toman parte las viciosas escenas, que sin duda presentes en el resto de América Latina, ya sea en las fabelas brasileñas, las poblaciones chilenas, en el altiplano boliviano o la sierra peruana. Irónica posición, más cerca del cielo para largo descenso a los infiernos. Es aquí, en el Medallo, donde se crean los famosos Sicarios, fieles representantes de una juventud abandonada y rencorosa, debido a la desesperanza y resentimiento. ¿Y qué es lo que hacen estos famosos Sicarios? Matan. ¿Por encargo de quién? De los narcotraficantes, después… por amor. Y pareciera ser en el nombre de Dios, al parecer el Diablo en persona. Y la culpa no es de ellos, ellos no escogieron matar, a ellos los escogieron para matar, por lo tanto, la culpa es de nadie… perdón, nos gustaría ¡El ganador es – redoble de tambores – la sociedad! ¡Hermosa retroalimentación!
Pasemos ahora a la Prensa. Los heraldos de la muerte y regenerados de esta fulminante maldad. Jugando en un tablero de ajedrez con un brazo que mueve las fichas, llamado opinión pública. Sin duda el rey y la reina son los ricos y el estado; los peones, los iletrados, los ignorantes, los manipulados. Desencantándonos aun más con los múltiples y diarios obituarios, colapsados por Sicarios y Ángeles Exterminadores.
Con aquello último seguimos a nuestro siguiente tema. La regidora de Medellín, la Muerte, tan atareada la pobre. Los Sicarios se han dedicado a hacer un excelente trabajo, ayudando a los narcotraficantes y reduciendo el número de sentenciados, tanto así, que el servicio público no ha dado abasto, ¡Si ni si quiera alcanzan las camas para todos los muertos!
Pero esto por qué. Ya sabemos que la muerte rige Medellín y no la ley; que los Sicarios se encargan de matar, los médicos de curar y las morgues de rebalsar. Pero la verdadera razón de esto es que la muerte se ha vuelto ley. Primero se mataba por encargo, eso está bien. Pero ahora que la gente ya se acostumbró, ahora se sigue haciendo por inercia, por instinto y sobre todo por venganza, si no era por encargo era por venganza. En verdad se mata por todo, porque me caes mal, porque me diste un codazo o me dijiste un garabato e incluso por llevar la radio muy fuerte, por absolutamente todo, nada se escapa. La muerte es la ley absoluta, después de ella no hay nada más. Es la violencia en su forma más pura. Les repito, la dictadora.
Querían quedar impunes, ja, los políticos, cómo se nos iban a escapar. ¿Inocentes? Ni pensarlo, pero tampoco más culpables que los demás. Pues todos viven al límite de su propia culpabilidad. Son un virus que utilizan como medio de reproducción el narcotráfico y la corrupción. Ustedes señores políticos no se hagan los lesos. Les tenemos una buena y una mala noticia. La buena, que de ingenuos no están pecando. La mala, que de todo el resto sí; acuérdense que por esto están siendo condenados pues, si siguen viviendo. Roban al pueblo, engordan sus bolsillos y los botan al terminar (de robar claro), ¿por qué no mejor se dedican a solucionar? Claramente éste no es su propósito, sino hubieran empezado a intentar a hacerlo de buena manara, repito, de BUENA manera.
Pero no todo es perdición en la sociedad, claro que no. Después de todo, la obra de Vallejo no es sólo eso, por lo que ignorar la historia de amor entre Fernando y Alexis sería un crimen. Para el narrador de esta novela, que insistidamente muestra su total desencanto con la realidad actual, la relación con el adolescente sicario, Alexis, es el escape. Un reencuentro con los verdaderos sentimientos de ternura y afecto. Que la relación amorosa tenga carácter de homosexual es irrelevante al trasfondo de la historia, pero sí puede constituir un concepto autobiográfico de su autor. Cada pasaje de la obra que nos relata la pasión con que estos dos seres sumergidos en la más incomoda de las posiciones dentro de una sociedad violenta y descarriada, nos sugiere que todavía hay alguna veta de salvación. Imposible dejar de lado la esperanza, ¿nos quedaría algo sin ella verdaderamente?
Hay que sentenciar todo lo anterior de alguna forma ¿no?, qué mejor entonces que dar un giro en ciento ochenta grados. Hablar de la forma del relato y su unión con el fondo, no quedaría mal a esta altura. La vitalidad de la narrativa de Vallejo nos muestra en carne propia con quien verdaderamente nos estamos metiendo. Un célebre latinoamericano que algunos lo catapultan como iniciador de una nueva corriente literaria en el continente. Sus ácidas críticas, su agresivo lenguaje, la emotividad de su relato quedan perfectamente constituidos en su manera de escribir, pues el lector puede sentirse consumido por la historia, o bien, ofuscado por su crítica. Carece de puntos apartes, pero abunda la coma y el punto final, esto sin duda da un aspecto de que estuviera sentando en nuestro living contándonos el viaje a su tierra natal. Su garabateado vocabulario nos refleja la violencia de nuestra propia lengua y sus reflexiones que aparecen en los momentos menos indicados manifiestan la fugacidad de la vida que estamos condenados a llevar. Cuando nos logra convencer de todo esto, viene el remesón, ya anticipado por el inesperado final de la historia de amor. Parte tratándote de parcero (compadre) y luego se despide rápidamente, dejando en evidencia que no estaba conversándote en el living, sino en la calle o en el autobús donde se encontraron.
En fin, tras todo el garabateo, qué nos queda. Hemos denotado el carácter deprimente quizás sin vuelta atrás de una sociedad. De una sociedad ladrona, asesina, amoral, perdida, ida… realmente, qué nos queda…
|