Sólo se escuchaba el canto de los grillos en un crujir de melodías. Bajo la luna insomne, el olor del pasto se potenciaba en una bruma plácida de verdes. La noche se asomaba dentro de ese bastidor de sueños flotando sobre el patio; en su silueta oscilando hacia el mundo o ante el reflejo de los charcos esparcidos. Allí pudo recordar las horas con su amada; los miedos; el adiós a esa mirada palpitante que nunca más vería. Tras los árboles, el bosquejo de la casa se desdibujaba como una acuarela blanca, con su fachada de grietas cubierta por el tiempo, ante unos muros destemplados. El cielo comenzaba a clarear cuando caminó hacia la vieja casona. Con su mirada perdida de tristeza y el paso lento, se adentró bajo aquella ruina de ladrillos, para no volver más a esa realidad.

En la mañana, un pimpollo de rosa yacía entre sus manos; el mismo que su amada le había puesto antes de cerrar el féretro...

Ana Cecilia. ©