Las olas mecían aquel atardecer otoñal, el paseo por la playa le complacía, aun más, en esos días. El olor a mar le encantaba, desde hacia 6 meses venia todas las tardes que podía, el aun no sabia que hoy encontraría la ultima porción de sus deseos. La nueva vida le seducía, la había perseguido sin tregua. Olvidaba lo abrumado que se había sentido en épocas anteriores, los posos se habían asentado y la lentitud del pueblo lo solazaba.
El vaivén del agua escondía en su espuma un arcano dichoso.
Unos dias antes ella estaba delante de la hoja, blanca inmensa y inacabable. Lo había oído a los ancianos del lugar, pero no confiaba demasiado en ello, ahora, después de otros intentos vacuos, se enfrentaba por fin a esa posibilidad. Era Aries, el signo del carnero. Entusiasta, aventurera y soñadora. Empezó a escribir. Su estado no era de frustración, se notaba en la letra temblorosa que el odio no se apoderaba de ella, pero la laxitud de sus espacios indicaban serenidad en la escritura, dulzura en la liturgia del acto, sus mensajes denotaban esperanza en el porvenir, deseos de abrazos con elegancia en los besos e indómitas caricias de amor anhelado.
Alojo su futuro en el vientre de la botella y lo apreso con un viejo corcho que impidiera la reconciliación entre las fibras vegetales y el mar etéreo.
Thank you, Paku!
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