A veces, sólo a veces, este rincón del alma me parte en dos, en tres, en mil desbordes distintos... y tengo miedo.
Yo sé que vivo pegada en el límite que me trajo. Un parto doloroso... siempre lo es.
Recuerdo la ventana que me entregó la certeza de mi muerte, del silencio, de la soledad, del vacío. No me dolí... no me atoré en la agonía común que hace huir a todo hombre y mujer -o a todo híbrido, quién sabe- de ese instante, porque, por algún extraño motivo, tuve la sensación completa de tenerme a mí misma... y se me quedó clavada la imagen de esa calle desolada en día de otoño... fue una mañana.
La televisión, la radio, los vecinos, la playa, la discusión cotidiana con mi madre... incluso esa que es muda... todo eso se pierde en la nada. Sé que están de sobra... sé bien que son inútiles y no más que la necesidad de huir de aquel extremo que me lleva al reflejo máximo de mi figura... o deformidad... y no me atormenta, aunque el tormento parece ser la única forma posible de vivir... ¡¡estoy tan callada!!
Recorro con mis ojos el extremo de mi piel... dibujo en el silencio cada hueco de mi asombro por ese espacio breve que me introduce a la vida: sí, soy cuerpo. Y entonces, hundo mis uñas en los pezones... me excita... me irrita... me trae memorias... y luego vuelvo, una y otra vez, a este momento constante del que me evado como cualquier mortal, tal vez por costumbre más que por necesidad... porque ¿qué necesidad puede haber en querer escapar de la absoluta certeza de estar siendo en medio del silencio o de las sombras? Claro. Llegan y se van las voces que me sacan de este agujero perpetuo (perpetuo hasta que devenga el día)... pero siempre existe el espacio en que me veo enrostrada por las señales ciertas del vacío... la nada.
Huyo, es cierto, pero no por decisión ¡son tantos los mecanismos creados para ello! Y sin embargo, los sé insuficientes... los datos lo demuestran: aún existe el suicidio como respuesta a esa escasez... sonrío. Pienso en la debilidad o tortura que extrema a un individuo a ese acto final único por el que será recordado... he dejado tan poco de mí en este espacio como cualquiera de ellos... y a pesar de sentir que lo lamento, en realidad no lo resiento del todo... ¿para qué escribir tanto, cantar y bailar, dar respuestas a las "necesidades" de otros, obedecer y desobedecer patrones... mantenerme en la norma y salirme por presunta rebeldía si el fin será el mismo? ¿Si la constancia de este rincón continúa siempre en vigilia para llevarme a transitar el pasillo de la agonía que me seduzca al fin de mi existencia?
Estoy en diálogo permanente con la institución de la muerte… y ya me ha regalado algunas alternativas… pero como en toda profesión, la cosa se ha vuelto monótona, y ya no me veo seducida…
Sin embargo, este rincón aún me parece seductor, tanto que es común verme viajar con detenimiento sobre la profundidad del colapso… nunca he podido mantenerme por más de unas cuántas horas dentro de la conciencia absoluta de estar allí… habitada por este lugar. Incluso puedo decir con certeza que cada vez que entro decididamente, esas horas que le dedico se ven interrumpidas cada tantos segundos, que tal vez lleguen a prolongarse a minutos, por pensamientos cotidianos o fantasías juguetonas que me espantan la conciencia… la conciencia es una cuestión extraña en esta época, pero la llevo colgada, aunque a veces sea para lucirla sólo como adorno, porque claro, también me conviene cada cierto tanto evadirla o distraerla para gozar de aquellas presunciones poco discretas que me muestran en la existencia de los otros… porque claro que a una le gusta subirse a la pasarela y menearse seductoramente frente a la existencia de los otros… no sé si será por confirmación o por simple ego… tal vez hasta incluso sea porque tengo la necesidad terrible de saber que existo, de aferrarme a la vida.
Y así continúo.
Pero ¿a quién puedo engañar? Al final me desespero como cualquier otro. Sí, es cierto que tengo un perfil cargado al masoquismo, que me gusta penetrar en esta zona y enfrentarme a su silencio, que me seduce y encanta… y finalmente me explica y hasta determina… pero a veces este rinconcito que me habita me sorprende en momentos inesperados y me sobreviene la agonía y el fastidio… y no es posible sacudirlo tan fácilmente. Entonces me llega el sufrimiento… que no reclamo, no. No podría…
Porque después de todo me entrega la desazón de la verdad, pero es verdad al fin.
Finalmente la verdad, en mi caso, es irrenunciable… sea cuál sea la forma en que devenga o me enrostre… yo la prefiero…
Ese rincón es el abismo.
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