Yo mismo lo vi con estos ojos el domingo pasado cuando por casualidad me lo encontré en el mismo avión que me trajo de vuelta de mis cortas vacaciones en Iquique.
La cuestión es que la noche anterior a mi retorno estuve dándole como loco a los rones en el casino de la playa. Por eso apenas me subí al avión esa mañana, y antes que las azafatas empezaran a repartir los caramelos en sus canastos, me calé al lado de la ventanilla y de allí nadie pudo revivirme hasta que desperté cuando ya iba transcurrida más de la mitad del viaje, y conste que solo para voltearme hacia el otro lado del asiento. Fue ahí cuando entre sueños vi al negro Garay, mi ex compañero de universidad, sentado en la misma fila pero para el pasillo. Al principio tuve la reacción instintiva de incorporarme para saludarlo, sin embargo mis sesos en agua, no me permitieron abrir más de dos milímetros los párpados, ni mucho menos moverme. Un hacha atravezaba mi frente.
A veces pienso que lo que vi ese día pudo ser un sueño, pero no lo creo, todo parecía tan real. Entre sueños tenía frente a mí, al José Garay, más guatón y más canoso, quien al parecer iba muy molesto hablando solo y con el ceño super fruncido, osea 'pateando la perra'. Al instante pensé que alguna rabia reciente le había tocado pasar al pobre porque su cara era de muy pocos amigos. Pero lo más raro de todo era esa manía suya de llevar insistentemente su teléfono celular a unos centímetros de su rostro. Era evidente que esa no era la postura habitual para hablar por ese aparato, ni mucho menos estaba permitido ocupar teléfonos durante el vuelo. Esta misma cuestión extraña alentó todavía más mi trasnochada curiosidad.
Haciéndome el dormido centré toda la atención en mi ex compañero. Los oídos se me habían tapado, lo que me obligó a contraer disimuladamente mi mandíbula para destaparlos. De inmediato unas saetas estruendosas provenientes de las turbinas casi me revientan los tímpanos. Entonces comencé a oír nítida su voz.
Descubrí que el ‘Negro Garay’ se había vuelto 'LOCO' porque conversaba con su teléfono como un demente esquizofrénico ¿o sería teléfona?. Claro porque al tenor de la conversación - de la cual fui testigo - era evidente que el aparente control que el aparato ejercía sobre mi amigo, era por llamarlo de algún modo, ‘un poco posesivo, medio histérico’.
Alegatos como: –“¡No mi amor te juro que no fue mi intensión dejarte apagada, ni mucho menos olvidada en el cuarto del hotel, lo que sucede es que olvidé el cargador, por favor créeme!” –. Esto le oí decir clarito al negro mientras yo por mi lado intentaba pasar desapercibido haciendo como que dormía. Del mismo modo le oí pronunciar frases tan absurdas como –“ya pues mi chatita, no se me ponga rogada, venga a vibrarme en el bolsillo; dígame ¿qué tono de repique quiere que le ponga ahora, le pongo su nueva funda de cuero, quiere que recargue sus baterias?”-.
A veces el negro perdía la paciencia y mandaba al teléfono a freír monos a la punta del cerro con frases como la siguiente: - “¡Escucha huevona ya estoy cansado de tus manipulaciones y tus chantajes, tu quieres tener el control total sobre mi vida, quieres que te lleve a todos lados como si yo fuera tu esclavo, y yo ya estoy cansado de ti, mira te juro que si seguí con tus histerias y esa obsesión de celarme con cuanta mina se cruza frente a mí, te voy a sacar el ship o te voy a cambiar por un NOKIA, sigue presionándome no más ya vas a ver, me vas a pedir perdón cuando me esté cambiando de plan, no más ENTEL y que venga un TELEFONICA MOVIL!”.
¿Extraño o no?, yo mismo en ese instante no sabía si ponerme a reir o a llorar por mi amigo. El asunto es que lo anterior fue todo cuanto pude oír aquella vez en aquel vuelo que me trajo de vuelta a Santiago, hasta ahí duró la asombrosa escena esa, ello porque luego se desató la emergencia que casi nos mata a todos los pasajeros.
Sí, admito que quien escuche esto tiene el legítimo derecho a no creerse nada de esta historia que evidentemente parece fantasiosa, o bien a suponer que todo se debió a mi estado crepuscular derivado de las copas de la noche anterior, o quizás a un supuesto rebote; sin embargo soy un convencido – y así lo seguiré sosteniendo hasta el mismo día de mi entierro- que todo el problema ese de la interferencia en el radar del avión, que luego obligó a ese aterrizaje forzoso que casi nos mata del susto, ¡sí ese que apareció incluso en las noticias! ¿se recuerdan?; se debió a una venganza de aquel aparato embrujado.
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