Nunca como hoy había tenido tanto miedo...le decía Medardo a la agraciada Erlinda susurrádole al oído cuando trataba de encaramarse dentro de las abrigadas frazadas de oveja en una noche sin luna, y valgan verdades que no era esa, una noche cualquiera, la oscuridad era absoluta, el viento soplaba con una fuerza tal que las chacras con el trigo a punto de ser cosechado se llenaban de granos secos para bendición de las aves; los aullidos de algún perro se oía como lamentos en la lejanía, esa no iba a ser una noche cualquiera, pues parecía que todas las almas hubiesen salido a juguetear en los campos...pero las ansias guardadas del mozalbete amante no podía ser detenidas por unos cuantos soplidos de vientos ni aullidos de perros, ni si las almas había salido de parranda. Medardo había subido casi cuatro kilómetros que son los que separan al pueblo desde el paraje de Callampampa, para encontrase con la madura mujer que le prodigaba su amor. Erlinda era más buenamoza que el sol, su contorneado cuerpo escondido por las polleras era el placer absoluto de Medardo Gallano y ella sabía que sus turgentes pechos estaban hechos a la medida de la boca del juvenil amante.
Medardo ya estaba encaramado en la cama, sabiendo que el néctar delicioso del amor prohibido, iba a brotar al solo roce de sus labios; ella lo esperaba lista cual potranca madura que solo espera el golpe del primer látigo para saltar y echar a correr desbocada. El bello púbico debajo del delicioso y redondeado vientre se encabritaba al sentir las manos del estudiantil imberbe, el que se dejaba seducir por la experiencia en estas artes que volcaba Erlinda, quien lo guiaba con mano diestra para que el pecado sea más febril y placentero, haciendo que sus manos y labios no dejen un centímetro de piel sin ser explorada y besada. Medardo era feliz con este amor escondido, pues solo los dos sabían de las delicias lesbicas a las cuales estaba sometidos, solo los dos sabrían de este original pecado, no había lugar para ser comentado, no había forma de revelar el secreto. Medardo una vez sometido se dejó ser poseído, extasiado de ese elixir de vida que inyectaba aquella mujer casada la que lo sedujo una tarde cuando él tenía recíen14 años y ella bordeaba los 30, de ese hecho ya había pasado dos años y... hacía dos años que los encuentros furtivos eran tan constantes, pero siempre fueron así a hurtadillas, en la noche, cuando se alejaba el marido de Erlinda para cualquier quehacer lejos de casa por uno, dos o tres días. Después de haberse sometido ambos a los encabritados cambios de dos cuerpos desnudos, Medardo quedo exhausto y se quedo profundamente dormido. La noche seguía tormentosa, el viento había dado paso a la lluvia, parecía que el cielo había abierto las compuertas de todos sus ríos y claro, con la tranquilidad de haber escuchado a su amada que el marido estaría ausente hasta el otro día, bajo la guardia, lo que no le permitió escuchar a la lechuza que posada en el sauco le hubiese dado aviso del venidero peligro. Medardo no solo no supo de donde había venido el tiro, no supo nunca que a los 16 años es muy temprano para dejar el mundo, pero supo siempre que en los últimos dos años había vivido un febril amor que nadie a su edad tuvo..
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