Era una mañana de esas, muy norteña en que el frío pela. Me había olvidado de pagar mi factura de la electricidad, de manera tal que fuí a la oficina de la suministradora de mi ciudad; dispuesta a purgar mi pecado de desmemoria en esa cola larguísima...Soy de aburrimiento fácil y no llevaba nada para leer...así que me dediqué a mirar en torno de mí, caras aburridas, fastidiadas...caras como máscaras de la nada, anónimamente caras..

De pronto reparé en ella, estaba junto a la puerta de entrada, extendiendo su mano como a regañadientes, exigiendo -que no pedía- una limosna a esa masa de fantasmas adormilados. Era más joven que yo, eso seguro; aunque pareciese mucho mayor. El pelo castaño enmarañado y un rostro hinchado y rojizo exponían el consuelo alcohólico confirmado en los ojos sanguinolentos. Sin embargo, adiviné que había sido una bella mujer. Ni gorda ni flaca, toda su ropa era una variación del marrón interrumpido por las manchas pretéritas de, imagino, las escasas comidas.

Siempre me he dicho que por la mujer se conoce al marido. Pero en este caso...supongo que hubo un desfile de hombres que fueron depositando esa rabia que ardía en el fondo de su mirada. Sentí una enorme piedad...esas ganas de abrazar y cobijar, de borrar y dar descanso a esa hermana. Sentí amor.

Mis clientes, como les llamo, son generalmente hombres de ojos rojos y quemados por el alcohol, jóvenes vueltos harapos...no sé por qué esta mujer me sacudió más. Tal vez porque es de mi sexo, quizás porque el hombre tiene un Jesús que los redima, quizás porque la mujer en la calle es mucho, pero mucho más desolada y desamparada, porque se sacian el hambre en ella y luego la usan como papel de sonarse la nariz. Quizás porque sólo le salva el ser repelente, la mugre es una capa protectora; quizás quien le dio la trompada que le desvió la nariz le hizo un favor...
Tantos quizás, tanta impotencia...

Convivimos en un mundo de realidades prismáticas, de parcialidades de la realidad, vemos a los otros pero no los miramos. Yo, la primera. Sin embargo la ví, y antes de dejarle el beso fugaz de una limosna en su mano, nos miramos a los ojos, nos reconocimos en nuestra humanidad. Seguí mi camino más empobrecida el alma por no saber el cómo se consuela a un ángel triste. Pero la ví.