INESPERADO.

ESCRITO POR: ADRIANA RODRIGUEZ.

La semana pasada mi amiga Susana me invitó a la nueva casa donde se mudó después de su divorcio, además estaba celebrando el cuarto cumpleaños de su hijo Ricardo (mi ahijado). Así que decidí ir. Mientras caminaba por las calles de aquella pintoresca comunidad buscando la dirección de mí amiga, logré ver a un hombre cuya imagen me dejó totalmente fascinada. El estaba conversando con unos amigos cerca de una Capilla, y yo estaba extasiada mirándolo. Era alto, joven, de piel muy blanca, delgado, con cabellos y ojos muy negros, y unos labios que lograron perturbar mis pensamientos. Casi olvido la dirección por completo.
Al llegar a la casa de Susana evité comentarle acerca de la persona que había visto, pues ella acaba de divorciarse y probablemente lo menos que querría, sería escuchar acerca de esperanzas e ilusiones. Yo sin embargo me moría por saber quién era ese hombre, que hacía, y si vivía en esa calle. Tenía tantas interrogantes como deseos de volver a verlo.
Así que pase toda la semana visitando a mi amiga con cualquier excusa, incluso en los días que ya sabía que ella no estaría en su casa, igualmente volvía a pasar por esa calle con la intención de encontrarlo.
Y es que su recuerdo me acompañaba en las mañanas al despertarme, al preparar el café, al caminar por las calles, me la pasaba imaginando que algún día estaría conmigo compartiendo mi mesa, saboreando mi comida, y quizás durmiendo en mi cama, lo imaginé caminando por la casa, escuchando música en la sala o mirando la televisión, me divertía vistiéndolo y desvistiéndolo a mi gusto y antojo.
De tanto andar y desandar esas calles, ya he memorizado cada esquina, cada hueco, cada mancha, cada casa, los ladrillos en las paredes, las viejas puertas de madera, las ventanas coloniales, el piso empedrado, el olor de las plantas y las pequeñas flores detrás de la Capilla. Todo me resultaba tan familiar, y hasta pude notar que la mayoría de las personas de esta comunidad son gente anciana, así que imagino que si sus padres aún viven han de ser personas mayores, me preguntaba además detrás de cuál de aquellas paredes se encontraría ese hombre que tanto me encantaba y qué estaría haciendo en esos momentos. Seguramente se crió en este ambiente agradable, amistoso y cordial. Quizás él haya adoptado alguno de estos rasgos en su personalidad.
Ayer en la tarde mientras recorría por enésima vez aquellas calles, volví a verlo. Mi paso se detuvo en seco así como mi corazón. Intenté regresar, esconderme, tenia miedo de acercarme, me asaltó la duda, y si ya había notado mi presencia?, y si se preguntó que tanto pasaba yo por esa calle?, y si mi mirada me había delatado?, caminé rápidamente y me senté cerca de la Capilla detrás de un pequeño árbol que me ocultaba, desde allí podría verlo sin ser vista. Desde allí podía acariciarlo con mi imaginación, mirarlo con ternura, enviarle un beso con la brisa, casi sentía que podía oler su perfume y aspirar su aliento. A pesar de mi timidez, al mismo tiempo deseaba que ojalá él pudiera leer mis pensamientos, para que se enterara de una vez que alguien lo amaba, que sin él saberlo se había convertido en mi fijación, en mi inspiración, que su cuerpo estaba en mi mente cada día, que el manantial de mis deseos corría fluidamente hasta su cauce, que mi vida estaba trastocada y esperando solo por él para normalizarse. Allí desde mi improvisado escondite pude observarlo detenidamente, ayer vestía un pantalón negro y una camisa blanca con las mangas ligeramente dobladas y los botones abiertos hasta la mitad del pecho. De pronto algo maravillo sucedió, escuche su voz, tan armónica y melodiosa como la había soñado, la voz que en mi mente me ha susurrado tantas veces canciones en el oído, mientras observaba cómo sus labios se entreabrían suavemente, y aquellos movimientos inconscientes y mecánicos eran el preludio a la sinfonía más hermosa jamás escuchada, la de sus palabras.
En ese momento decidí nombrarte, ya que aún ignoraba tu nombre real, y así estaría más cerca de ti, así serías íntimamente mío, el hombre que siempre he soñado, y al que admiro aún sin conocer. Y tal vez cuando tenga la dicha de hablarte (y si mi corazón resiste ese momento), podré confesarte que solo viviré para hacerte feliz mi adorado José Ignacio.
Tu boca me ha seguido donde quiera, pues desde el primer día que te vi, tus labios se metieron por mis ojos y se incrustaron en mi mente, y estoy segura que nadie puede tener unos labios tan sensuales y sugerentes como los tuyos José Ignacio, nadie puede pronunciar las palabras tan delicadamente como tu lo haces, induciéndome a besarte, a morderte, a callar tu boca a fuerza de besos.
Hoy en la mañana estuve con Susana, que bromeando por mi conducta, dice que ahora la calle se llamará Waleska Soto en mi honor y que de tanto que paso por allí, ya estoy desgastando las piedras del piso. Estuvimos riendo y bromeando largo rato, y en un momento de distracción mi ahijado se soltó de la mano de Susana corriendo hasta el interior de la Capilla, yo también corrí rápidamente para perseguirlo y alcanzarlo; en pocos instantes logré atraparlo y alzarlo del suelo. Completamente avergonzada levanté la cabeza para intentar disculparme, pero allí frente a mí, estaban los labios que tanto me han atormentado, me quedé sin palabras, atónita y de pie frente a ti, pues debajo de aquellos labios estaba tu majestuoso cuerpo José Ignacio, ataviado de blanco despidiéndote de algunos que respetuosamente se dirigían a ti llamándote, Padre Santiago.