LA TRENZA
Que bella Amelie, como una melodía enroscada en el viento, de lejos era lamento, de cerca es risa fresca. Como un manto de tul, la princesa, arrastraba así la historia de su vida, de lejos cabellos en forma de dunas, de cerca sus ondas son seda liquida, suave, brillante, límpida, cayendo sobre sus hombros, esa melena larguísima, que jamás fue recortada, y que en ella guarda colgando como guirnaldas o escritas como en un libro de poemas o acaso lloradas como en un diario secreto, las razones de su desventura descorazonada.
Pero le ha crecido tanto el cabello, que el que fue en su tiempo flequillo, presenciando como lánguido testigo la pena de su amorío, hoy va barriendo el suelo, va cubriéndose de polvo, va arrastrando cosas, hojas, semillas, horas, va alejándose ondulando, como parte oxidable de un recuerdo que se borra.
Amelie es más bella aun si cabe, porque ahora sonríe afable y las algas danzantes de su pelo que se mecían con las lagrimas del mar de su despecho, quedaron allí muy lejos, donde empieza la melena, al principio del camino, en la entrada del infierno.
Y muchas leguas andadas, la separan de su dolor, cabello y tiempo tiene la misma longitud, a Amelie le da sensación de eterno.
Y se ha ofrecido un escultor, un artista, un creador, un mago a su vez, un bohemio de su reino, se ha ofrecido ha enlazar una trenza con su interminable pelo suelto, y aún no llevando cien días de su titánica labor, que ya el escultor de oráculos a la bella perdió de vista en la lejanía, y entrecruzando las tres hebras que alternas sobre si mismas parecen estar tejiendo una cuerda de rescate entre el pasado, el presente y el futuro, Amelie vuelve a cantar otra canción, feliz consigo misma de despreocupación.
Y más larga sea la trenza, mas larga es aun la melena, que se arrastra como nube sobre el cristal de un lago, y el esculpidor suspendido en su cabellera, oye bien su melodía, la melodía principesca, esa que suena a risa, risa que juega a lanzarse por tirabuzones al viento, la nueva risa de Amelie contenta consigo misma de arrastrar los “sin recuerdos” hacia “la ninguna parte”que se los traga y los inmaterializa.
Y la trenza va creciendo, va atando lo innegable, cruzando valles de tiempo, hacia el final que empezó con un despecho derretido de amor despreciado por un corazón desentendido, y de allí en sentido contrario, hasta alcanzar el principio, el presente, el ahora, el ya, a través de larguísimos rizos derramados alrededor de un rostro, rostro que ahora iluminado de sueños, son los nuevos sueños de Amelie, soñando todo lo soñable y lo que por imposible, improbable, e insostenible, no fue nunca soñado.
La princesa con los cabellos más largos de este mundo, que desde todas partes vienen pretendientes, a conocerla y con ofrendas de peines de oro, peinetas de rubíes, y diademas de diamantes, ofreciéndose a acicalarle el cabello para el resto de sus vidas, conceden a preferencia de la princesa el don de elegir.
Amelie siempre fue bella, quien no la amó, es que no se la mereció.
A quien ella ahora ame, oirá una risa traviesa prometiéndose en el viento y solo con esa promesa tendrá un reino de crines, flecos, flequillos, rizos, tirabuzones, cabelleras y cabellos, y una reina con una infinita melena extraordinaria de verlo, y con una trenza tan extensa que una vez entrelazada ( si su forjador la termina) unirá todos los pueblos de alrededor de la tierra en un lazo de amistad y concordia inaudita. Amelie siempre fue bella, Amelie siempre fue amor. Amelie sufrió. Amelie olvido. Amelie sé volvió a enamorar, como no, y amó, y como no, fue a su vez amada, por quien la mereció, como no.
Silvia Escario 10-12-05
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