Sus ojos eran del color de la miel, de aquellas que fabrican con febril ahínco las inefables obreras que laboran en los panales andinos, irradiaba la inquietud propia de las mujeres que habían nacido allá al otro lado del
Marañón y tenía la voz suave semejante al trino del gorrión andino. Así era la mujer que nació para recrear mi vida, para darle sabor y aventura, para darle sentido a una ofuscada humanidad que no podía con sus inefables sueños...
La tarde se ponía lentamente, la sombra de los cerros se agigantaban cual sórdidos fantasmas dispuesto a espantar a las débiles almas sin rumbo, el viento de los andes empezaba a soplar de una forma cada vez más fría, obligando a guarecerse a las aves que en al medio día revoloteaban en el cielo. El crepúsculo era mas intenso y ya el último rayo que se resistía a desaparecer del
Ultupuquio era arrancado por la noche. Mi corazón se resistía que el día se acabará, estaba henchido de amor y de un dolor que atormentaba, cruel paradoja...amor y dolor...cogidos de la mano bajamos la cuesta, soñando que el tiempo en algún recodo del camino, nos uniría otra vez para hacernos viejos juntos, soñando que la juventud nos permitiría ser invencibles al paso de los años idos. Llegamos tarde , muy entrada la noche a la primera calle del pueblo...las luces estaban prendidas, algunas viejas curiosas estaban sentadas en la puertas de sus casa para vernos pasar y enterarse de las reacciones de los padres de ella, pues era bien sabido que nunca fui santo de su devoción...pero eso no importaba ya...solo nos importaba lo sublime de nuestro encuentro, de nuestra entrega....nos habíamos amado de la forma mas absoluta, sin respetar parámetros por la edad que teníamos, nos habíamos amado sin el pudor de la adolescencia, sin pensar siquiera que el mañana aún existe, nuestra forma de amarnos fue por toda una vida, pues lo hicimos como si hubiésemos sabido desde aquel instante, que nunca habría otra oportunidad de volver hacerlo...
Así fue, pues al día siguiente de ese encuentro partí a buscar mis sueños, los sueños de mis padres, los sueños que posibilitarían mi vida y entre los vaivenes paranoicos de un lejano año, se quedo mi amor, mi poesía, sentada en el umbral de un cariño roto, de un amante que a pesar de todo, conservó en su recuerdo, el subliminal color de sus ojos claros, parecida a la miel del ande...
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