El hombre que lo había perdido todo, hacía suyas las experiencias ajenas y se solazaba con ello. Pasó una pareja por su lado y ella le dijo a él: -Cuando lleguemos a nuestra casa, prepararé un rico café para que lo bebamos mientras discutimos nuestros planes. Y el vagabundo se imaginó el vaho fragante de la bebida que se elevaba tenue y reconfortante en la habitación. Sintió tan intensamente su sabor al paladearlo que se dio por satisfecho y siguió caminando.
Más allá, un padre besaba a su hijito y el hombre, que lo había perdido todo, recuperó parte de su memoria, visualizó a uno de sus propios hijos y se sintió protagonista de ese fraternal beso. Su corazón latió con suaves armonías al palpar la suave epidermis de su retoño y se sintió plenamente feliz.
Un trecho más allá, alcanzó a percibir tras los visillos a una familia que cenaba alegremente. El menesteroso se imaginó sentado, sorbiendo placenteramente la humeante sopa y cuando hubo terminado, intercambió algunas palabras cariñosas con los integrantes de esa armónica familia. Pero, despertó de aquella ensoñación y el frío de la calle lo despabiló, por lo que se alejó, con su estómago caliente y una amplia sonrisa en sus labios.
Así, escamoteando vivencias ajenas y apropiándose de los momentos más íntimos de las personas, el hombre se había transformado en un ladrón, que tras cada acto, se adentraba en el espíritu de un nuevo ser radiante, para rescatar algo de todo lo que en su vida había perdido…
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