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Me enamoré un día de primavera. Mis paseos matinales, donde el frío invernal va desapareciendo y dejas que los rayos del sol te acaricien el cuerpo, son habituales cada día a primeras horas de la mañana. La sensación es comparable a unas manos que te rozan suavemente haciéndote entrar en un estado latente. El calor se hace dueño de tu persona y amas la primavera después de unos meses de intenso frío. Los árboles se visten de gala, van apareciendo verdes tallos que se estiran poco a poco en dirección a la luz caliente que desprende el sol cada día más temprano.

La Gran Avenida es toda una alameda de árboles que pronto se vestirán de verde, se rozarán los unos con los otros, se acariciarán las ramas y se besarán las hojas. Nosotros, que andamos y corremos por debajo, respiramos ese olor que desprenden y los miramos, recreamos nuestra vista en los firmes troncos erguidos al cielo azul. La felicidad de la primavera nos llenará de sabia también.

Aquella mujer estaba cada día sentada en un banco junto al estanque. Entre sus manos tenía un libro abierto que parecía leer con sumo interés. Llevaba un pantalón corto dejando ver sus hermosas piernas y un suéter de manga larga ajustado a su cuerpo marcando sus pequeños y redondos pechos. En la cabeza una cinta a juego con el suéter de color azul. Cuando yo pasaba junto a ella nada me impedía recrear la vista y absorber su aroma a sudor mezclado con un suave perfume. La mujer no levantaba la vista de su libro, pero yo notaba que los ojos se le movían hacia arriba para mirarme, intentando no ser descubierta. Sé que dejaba las palabras de la página de su libro para mirarme, porque sabía que yo descaradamente volvía la cabeza hacia ella y la miraba sin reparo, la miraba porque había descubierto una belleza de mujer, ese perfume mezclado con el que desprendían las gotitas de sudor sobre su cara y la sensual postura sentada en el banco junto a la orilla del estanque, era para mi algo que cada mañana alegraba mi paseo, era tan bella como la primavera que acababa de empezar.

Tuve que ausentarme durante mucho tiempo. Ya no iría a la Gran Avenida como todas las mañanas; ya no vería a esa mujer tan bella con el libro entre las manos sentada en un banco; ya no olería su perfume suave, ni el sudor mezclado con su mirada indiscreta alejada de su lectura.
Me habían trasladado a otra ciudad fría y húmeda. Allí la primavera parecía ser que llegaba más tarde. Después del invierno sólo notaba la llegada del otoño. Había un lapsus en el tiempo que cerrando los ojos uno se sentía en plena estación otoñal; como si ese tiempo se acortara y se olvidara de dos partes, la primavera y el verano.

Desde mi otoño particular en esta ciudad pasaba los días sentado delante de mi escritorio redactando informes, firmando papeles y pensando en el bonito estanque que dejé atrás en la Gran Avenida, su alameda, sus bancos, sus personas, mi bella mujer leyendo, su perfume...
Pasó por fin el verano. Un verano suave y triste. Caluroso a ratos y fresco casi todos los restantes. Llegó el otoño. Lo deduje por las fecha y pensando más en esos otoños de mi ciudad. En los paseos entre las hojas amontonadas por el suelo que revolotean cuando el aire era fuerte, desnudando a los árboles, dejando que su cuerpo se fuera adormeciendo para volver en la primavera con más fuerza.

Aquellas tardes oscuras, con tormentas arrasadoras, o cuando el sol desparecía por detrás de los edificios, un sol grande y cegador. A veces, si mirabas a la colina ibas viendo como se ocultaba poco a poco, parecía que la tierra se lo tragaba. Tardes de nubes rojizas en el horizonte, destellantes luces que impresionaban...

El hombre que recogía las hojas de la Gran Avenida era el mismo de cada otoño. El estanque estaba también lleno de hojas y sus bancos vacíos. Era el único que paseaba aquella mañana. Un viento suave movía las ramas de los árboles, las balanceaba a su gusto y las pocas hojas amarillentas que aun se sostenían declinaban hacia el suelo.
Busqué a la mujer del libro. Recorrí toda la Avenida varias veces. El hombre que recogía las hojas del suelo me indicó que al empezar el otoño dejó de venir. Cada mañana, durante el verano, estuvo sentada en un banco, corriendo por la Avenida a veces y leyendo después en aquel banco, señalándome uno que ahora estaba vacío.

Dicen que la primavera es una época buena para enamorarse. Yo me enamoré en primavera de una mujer que sólo la veía todas las mañana en mis paseos. Nunca tuve la oportunidad de hablar con ella, nada más la miraba al cruzarme siempre que pasaba por el lugar donde se sentaba a leer. Desprendía un suave olor que me entraba en el cuerpo, su mirada con disimulo, toda ella me atrajo hasta el punto necesitar verla, aunque fuera un instante, pero necesitaba verla cada día.

El otoño llegó en un mal momento para mí. Hubiera preferido seguir en primavera, no tener que irme como lo hice. Pasear cada día por el mismo lugar. Mirar, dejar que penetrara el perfume desprendido del cuerpo de aquella mujer sentada en el banco, saber que te observaba por encima del libro, que te devuelven la mirada que antes has hecho tu. Seguir andando y respirar la primavera, respirar el aire de un amor incierto, seguir contento hasta el día siguiente a la misma hora...

...Ese otoño marcado por las hojas desprendidas de los árboles, por el viento entorpecedor al caminar por la Gran Avenida. A la lluvia de gotas gordas sin previo aviso; al sol tenue que marcha antes por el horizonte dando paso a la oscuridad que se acerca todos los días ya mucho antes.¡Qué bonito es el otoño también!.


®MANUEL MUÑOZ GRACÍA-2002



Texto agregado el 21-01-2003, y leído por 807 visitantes. (2 votos)


Lectores Opinan
22-01-2003 Gracias a todos.Sí,le falta algo que hasta yo mismo esperaba. Otra vez será. lorenzomontserrat
21-01-2003 Le falta sal, sal, mucha sal para mi gusto.... SALudos coridales.. cardenas
21-01-2003 Muy poético. mcavalieri
21-01-2003 Relatas muy bien, pero insisto en decirte que le falta una chispita que lo haga mas memorable. Saludos arecife
21-01-2003 ¡Qué bonitos son tus relatos¡... jajaja besos, Ana Cecilia. AnaCecilia
 
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