BOLITA
Descanso XXII
Chapoteábamos como puercos en un lago de odio. Mi abuela me enseñó el verdadero terror oculto que yace tras los cuentos infantiles pues pasó de ser la bondadosa anciana a quien visitábamos periódicamente a convertirse en la bruja malvada cuando nos vimos obligados a vivir con ella.
Por su parte ,mi tío ,era un hombre de permanente mal humor condición que alternaba con súbitos arrebatos de furor. Pero no lo tomábamos en serio en razón de su corta estatura y de sus fuerzas menguadas. De los demás no hablaré, no quiero.
Aquel verano me ocupaba, durante las mañanas, en asistir al curso de preparación estival que mi colegio organizaba para los alumnos suspendidos, por la tarde cuando casi todos se habían marchado, vagaba por la extensa casa urdiendo todo tipo de invenciones.
Al anochecer, la casa se llenaba de gente y comenzaban las disputas, los gritos y las miradas airadas pues mi familia estaba dividida en dos facciones y yo pertenecía al bando débil, el de los leprosos, los desterrados, los que vivíamos allí porque no teníamos otro sitio donde ir.
Un caluroso día mi tío llegó con un pájaro, un jilguero menudo, altivo , alerta y de nombre Bolita. Venía como huésped de una extraña y barroca jaula blanca. Y allí quedó en un pasillo inmerso en su insipidez. Recuerdo la hostilidad con que recibí a ambos, jaula y jilguero.....
Aquella tarde, a la sobremesa, y estando la casa tranquila deposité una docena de monedas de cobre en un vaso de precipitados y a continuación vertí una buena cantidad de vinagre. Recuerdo que dejé reposar la mezcla en el alféizar de un tragaluz inaccesible para todos excepto para mis ágiles quince años. Horas después comprobé que el vinagre había adquirido un intenso color verde (ese verano arrastraba suspendida la química ) había que apresurarse antes de que la casa se llenara de chusma.
Así que provisto de un cuentagotas lleno de acetato me dirigí a la jaula de Bolita. Con decisión extraje al infeliz animal de su abigarrado cubil y vertí un par de gotas sobre su lengua. Al volver a su jaula allí quedó aturdido y modesto arreglándose las plumas.
Al día siguiente la jornada en el colegio fue emocionante pues el profesor sentó a mi lado una muchacha desconocida bronceada y de rubio y largo cabello, una hermosura. La chica no me dirigió la palabra. Sé que no me confundió con un insecto pues se habría estremecido, debió tal vez pensar que yo era un objeto inanimado.
Por mi parte tampoco dije nada, ya daría cumplida cuenta de la zorra en mis fantasías nocturnas, además otras cosas rondaban mi cabeza.
Más tarde llegado a casa y sentados a la mesa mi madre anunció que Bolita había muerto. Yo pregunté distraído la razón pero para ocultar mi nerviosismo hablé de mi nueva compañera rubia. Al punto mis hermanas me asaetearon a preguntas, que respondí gustosamente dadas las circunstancias.
En otro caso no hubiera dicho nada, porque yo nunca decía nada, sólo chapoteaba en un charco de odio.
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