“Lo bueno de los años es que curan heridas/
Lo malo de los besos es que crean adicción” (Joaquín Sabina)
Una brizna salada me recuerda besos de una noche con rostro de día,
delíneo por roqueríos de Lebu sus caderas donde se acuesta el sol.
Me interno en una caverna milenaria, y una mirada me roba el alma,
la humedezco en las grietas, me susurra en el eco,
no hay vuelta, algo se impregnó entre un teatro y una botella de vino.
Acerco mi silueta a las olas de leche, me abrazan, me secuestran.
Sin oxígeno disfruto del romance de una reineta y un loco.
La sirena, de sonrisa cómplice, me acaricia,
igual que el viento hace salvajemente con su cabello.
Quiero llevarla conmigo, pero un remolino submarino me aturde.
Me estremece en su colchón acuático, me escupe con ternura,
amanezco en una gris y desolada arena.
El ojo izquierdo, en forma de guiño, observa mi mano brillante,
y sonrío. Por lo menos conseguí su pinche marino,
cuyos minerales se derritieron al calor de una madrugada.
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