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Inicio / Cuenteros Locales / katzle / La suerte del “Siete” Peñaloza

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El “bramido del toro”, por medio de su larga boca escondida en una roca salina, le exclamó en siete segundos que hoy, siete de julio, era su día de suerte, mientras Fulvio Peñaloza leía la hípica en el diario “Proa al Futuro”. Sin pensarlo mucho, se alejó del mar, cruzó la Cueva de Benavides y pidió el único Lada al único locutor-padrino-actor de Lebu. Siete mil pesos le puso al estanque de bencina y enfiló a la ciudad, haciendo un cambalache de auto a tren en Concepción para llegar, como en una profecía autocumplida, en poco menos de siete horas al Hipódromo de Santiago. Peñaloza, sintiendo todavía húmedo su rostro por la brisa costera, se ubicó en una fila que terminaba en la ventanilla siete, no sin antes contar sus ahorros de siete años. Billetes y monedas le trajeron a la mente el costo ser oriundo del “poto de Chile”, por eso de los castigos a funcionarios públicos. Cada siete pasos pensaba en el difícil reporteo en un pueblo donde no hay noticias, salvo las tragedias. Miró las frías baldosas del salón de apuestas y recordó madrugadas que le calaron los huesos por un reportaje sobre la pesca de la reineta. Un temblor corporal se adueñó de él, como si viera un fantasma, al evocar los siete días -maldita coincidencia, musitó- que estuvo desaparecido un pirquinero cerca del faro. Pero ahora, siete de julio, las cosas iban a cambiar.
-¿Qué caballo y carrera, míster? –oyó decir a un señor de gorra y coderas, en un tono que le pareció familiar, al de su padre, provocándole una sonrisa. Fulvio Peñaloza miró al cielo, en busca de una nube gris, un asomo de viento suraco, observó alrededor para reconocer colores que pintaran como los botes del río Leufu, algo que le gatillara una señal. Enumeró siete tubos fluorescentes en el local y se aferró a eso, más al mensaje del “bramido del toro”, apostando todo, sin siquiera guardarse unos pesos para el regreso. Todo su capital al caballo siete de la carrera siete. Por cábala se sentó en la butaca siete y cogió una bebida Seven Up abandonada en el asiento del lado. Volvió a sonreír. Fueron setenta y siete segundos de muda ilusión, en que se veía feliz ampliando su tienda de juegos play station; escribiendo su novela del sur en una caserío en la montaña; reconocido en las calles de Lebu como el “Siete” Peñaloza. Apaciguó la sed con un sorbo al soñar con su nuevo bar-restorán donde los siete días de la semana se dividirían entre jazz, literatura, pintura, artesanía y cuanto se le ocurriese. Muda ilusión que entrando a tierra derecha se transformó en siete chasquidos de dedos y otras siete maldiciones al chiflón del diablo, al ver que su apuesta finasangre, esa de tantas posibilidades, cruzaba la meta en séptimo lugar.

Texto agregado el 03-11-2003, y leído por 532 visitantes. (1 voto)


Lectores Opinan
03-11-2003 Ilusiones del viejo y de la vieja, van quedando deshechas en la arena, por las patas de un "tungo" roncador, que le voy a hacer, si soy jugador..." dice el tango. Bien plantreado el personaje, las cábalas burreras, el todo o nada, los sueños. Bien hecho. Placer leerle. gracias por compartirlo hache
03-11-2003 Ilusiones del viejo y de la vieja, van quedando deshechas en la arena, por las patas de un "tungo" roncador, que le voy a hacer, si soy jugador..." dice el tango. Bien plantreado el personaje, las cábalas burreras, el todo o nada, los sueños. Bien hecho. Placer leerle. gracias por compartirlo hache
 
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