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Hace frío y el ambiente impregnado de aquel olor a tierra húmeda que tanto te gusta, tan propio del campo me hace volver atrás en el recuerdo, momentos aquellos en que usted dice haberme conocido, veinte, treinta quizás más años, no lo tengo muy claro porque repito…ese tiempo hace que usted me conoce mientras a mi pareciera haberla tenido desde mucho antes de nacer.
En silencio y con la mirada perdida, repaso una a una las imágenes que ya no se si son recuerdos o son solo el fruto de mi imaginación, recuerdo lo justo que calzaba tu mano en la mía, el espacio que quedaba vacío en los puestos dobles de los buses al ser tan compresores nuestros abrazos y tan vaga casi extinta la idea de cortarlos, recuerdo los bellos en punta tras el roce de tus manos, tus sonrisas, mis enojos, las peleas y las reconciliaciones, los “vete a la mierda” que empezaban con un ceño fruncido y terminaban con voz entrecortada, recuerdo el pollo en forma de dinosaurio, las nectarinas y los té que sabían a diablos, recuerdo que desde mis veinte no volví a jugar al fútbol y el sudor que habría de transpirar lo compartía contigo entre fin de noche y comienzo de madrugada, recuerdo que bastaba un beso tuyo para saber que me amabas, tantos recuerdos, tan corto el tiempo y la neblina que ya empieza a empañar la ventanilla hace que el día se pinte más triste de lo que ya es.
Así pasan varios minutos y me doy cuenta que no solo nostalgia es lo que siento, ahora un cosquilleo en las piernas me dice que las tengo dormidas, para deshacerme de esta desagradable sensación me levanto y me dirijo al servicio. Cruzo dos vagones donde los únicos despiertos son un par de piscos, ávidos de vida, tarareando agonizantes “guru” “guru” consientes de su trágico futuro. De golpe al entrar en el tercero mis ojos se fijan en la cabellera de una mujer que espaldas a mí juega a las cartas con otras dos acompañantes, pienso en ti y pronuncio tu nombre convencido que por más que lo grite nadie escucharía pues más fuerte es el chirriar de las ruedas y los rieles de aquel viejo tren que mi voz ya ronca y ahogada, costal de los años vividos. Me acerco y posando mi mano sobre su hombro saludo, no se si yo, no se si el Junior que vivió solo hasta ese ultimo día que nos vimos
---Hola!!! cuanto tiempo!!---
Ella se volvió a mí , su cara era mezcla de expresiones entre desconcierto y disgusto por la interrumpida de su juego.
--- ¿Si?, diga!--- respondió.
--- ¿Qué ya no te acuerdas de mi?, soy Junior--- le dije.
--- Disculpe usted!!! Pero creo que se ha equivocado--- dijo finalmente incorporándose a la partida. Nuevamente morí como aquel día que sin saber se convirtió en el más triste de mi vida, el último día que te vi. Ya el calambre era cosa mínima ante el amargo sabor de la desilusión, creí haberte encontrado pero una vez más me encuentro con la dura realidad, tú no estás y te extraño.
No fue en esta, pero quizás para la próxima si sea, aun queda el viaje de regreso, aun conservo el amor que pese a tu ausencia no ha muerto y espera a que vuelvas.
Teniendo en cuenta que no es mucho el trayecto entre Capacho y Rubio, que en Venezuela hace mucho dejaron de funcionar los trenes comerciales y que el amor es perenne como la lluvia, quise imaginarme una de las infinitas y posibles formas que pudiera tomar nuestra historia.

Texto agregado el 09-12-2005, y leído por 122 visitantes. (0 votos)


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