TESTIMONIO XII
Todos, en efecto, de jóvenes hemos cometido travesuras. Creo sin embargo que la edad y la indulgencia me hacen recurrir al eufemismo pues en nuestro caso diríanse crímenes o por lo menos actos depravados o extravagancias aviesas.
Sí, traté a R durante algún tiempo. Era un joven callado hasta la mala educación, delgado, intenso como un sumidero. Pero su timidez y mansedumbre brindaba un tipo de compañía que nos resultaba grata. Nunca nos propuso iniciativa alguna pero secundó sin pestañear todas las nuestras. Cuando se excedía con el licor, y eso era frecuente, solía levantarse y rompiendo su silencio, estentóreamente, exclamaba: ! Bajaré al infierno y volveré !. Después se derrumbaba o se dormía o volvía a su mutismo.
Y pasaron los años, nuestros intereses o nuestros destinos nos separaron para siempre. Quizá no quisiéramos reunirnos de nuevo por no recordar hechos de naturaleza agria para la memoria. También a mí me llegó la travesía por el desierto; largos años de soledad e indecisión...
Sí, sí volví a ver a R. Una vez. Recuerdo hace ya muchos años, en navidad. Yo vagaba sin rumbo por las calles atestadas de gentes sencillas. De pronto en una plaza céntrica, entre la multitud, a lo lejos pude distinguirlo. Como botella en el mar el gentío a intervalos lo hurtaba de mi vista. Al fin y prescindiendo de mis modales me abrí paso ,a codazos ,hacia él levantando una ola de protestas entre la chusma.
Al alcanzarle lo tomé por el hombro y al volverse vi que sus ojos eran brasas.
Recordé su brindis legendario: ! Bajaré al infierno y volveré! .
Su mirada daba fe, yo doy fe.
|