NUNCA VOLVIÓ A ESCRIBIR
Mario tiró la primera hipótesis en torno de la mesa de café armada (yo lo sabía) con el loable intento de mitigar mis penas:
- Tal vez la mina encontró un tipo, seamos realistas: un tipo de carne y hueso, quiero decir. Por eso no te da más bola. Seguro que es así, loco.
Pedro ensayó una posibilidad algo más inquietante:
- ¿Qué te asegura que fuera mujer, después de todo? Con ese nombre… ¡Josefa!, para mí que fue un travesaño con una pistola así (separando las manos en el típico gesto) El tipo se habrá arrepentido, vaya uno a saber. Tal vez el chabón adivinó que sos buena gente y no quiso que siguieras comiéndote el garrón.
Así se sucedieron las intervenciones de los contertulios, cada uno ensayando una explicación diferente para adivinar la causa del cibernético abandono que me tenía hecho una piltrafa.
Camila, la única mujer del grupo, fue la última en hablar. Raro, dirán ustedes, siendo mujer... Pero fue la última, no le demos vueltas al asunto.
- ¿Y si Josefa fuiste vos mismo? ¿Acaso sería tan difícil crearse otra identidad y entablar un diálogo solipsista?
- Me estás diciendo esquizofrénico…
- Estoy diciendo que podrías serlo, que es bastante diferente.
- Bueno, cortémosla con esto: no lo soy, yo no fui Josefa, nunca, ¡carajo, las cosas que hay que explicar!
A continuación tuve la infeliz idea de agregar un razonamiento por el absurdo:
- Si lo fuera… ¿qué sentido tendría abandonarme a mí mismo?
Manuel, que se toma todo en broma, me preguntó cuál de mis dos identidades era la que discurría en ese momento.
Camila se limitó a mirarme, pero de una manera tan elocuente como para transmitir sin palabras lo que pensaba: si yo fuera esquizofrénico tal vez no sería consciente de ello…
Salí del café añorando a los viejos amigos del barrio, que, con seguridad, habrían intentado consolarme con una partida de naipes, un asado, un picado y una escapada al cabaret, aunque no necesariamente en ese orden.
Estos intelectuales, en cambio… no son mala gente pero terminan embarrándolo todo con sus mentes retorcidas.
Cuando llegué a casa y ejecuté el arraigado acto reflejo de conectarme a la red, el corazón me bailó un malambo en el pecho: allí estaba el mensaje, en la bandeja de entrada:
De: josefa@hotmail.com
Asunto: ninguno
Esperé que se acallara el ritmo de mis latidos antes de abrirlo.
No era de ella. Algún alma caritativa se había apiadado de mí y se comunicaba a través de su correo.
La verdad resultó diferente a todo lo imaginado en la charla del café.
Mientras intentaba asimilarla pensé que ésta es una de las cosas jodidas de una relación virtual: podés sentir, amar, experimentar todo tipo de emociones...
Pero no le ves la cara.
Ni siquiera para adivinar que se está muriendo.
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