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Era otoño, era de noche, era un día cualquiera.... Aitana paseaba por la calle, quizás tuviera algo que hacer, tal vez quisiera estar sola, quizás estuviera esperando... fuera lo que fuera lo que la llevó hasta allí lo olvido en cuanto la vio.
Apareció doblando la esquina, caminaba con paso alegre sin fijarse mucho en lo que había alrededor, por eso casi chocó con Aitana.
- “perdón”
- “perdón” titubeó Aitana mientras repetía una y otra vez en su cabeza aquella canción
La mirada constante... La palabra precisa... La sonrisa constante...

Hizo de tripas corazón para articular alguna frase que la retuviera
- ¿No te gusta el otoño?
Ella no dijo nada, no entendió la pregunta, solo sonrió, quizás algo temerosa, y se fue. Aitana se quedó de pie, mirándola marchar, pensando que ella era el otoño, que aquella mujer era del marrón de una hoja seca, que aquella mujer tenía el aura de la niebla de noviembre, que aquella mujer hablaba con el viento nocturno y cálido del otoño.
Nadie sabe cuando tiempo pasó allí, enamorada de nadie, pero empezaba a hacer frío, así que su cuerpo la obligó a volver a casa. Por el camino canturreaba.
La mirada constante... La palabra perfecta... La sonrisa perfecta...

Llegó a su casa tan entregada a aquel amor que suspendió su sesión de televisión nocturna, se olvidó de su cena, se olvidó de todo. Entró en su habitación, puso música y se quito la ropa, desnudándose lentamente distraída con la mirada perdida en el recuerdo. Se tumbó en la cama, se acarició pensando que era ella quien la acariciaba. En la cadena sonaba
La mirada constante... La palabra precisa... La sonrisa perfecta....

Llegó el orgasmo y se fue la sombra de su amante, volvía a estar sola, la canción había terminado hacía tiempo.
Aitana dedicó cada día a buscarla en cada calle, en cada parque, en cada suspiro, pero ella nunca estaba. Aitana dedicaba cada noche a sentir su fantasma junto a ella, besándola, acariciándola, pero ella nunca estaba. Aitana dedicó cada segundo a la misma canción
La mirada constante... La palabra precisa... La sonrisa constante....

Era ya invierno y Aitana seguía dedicándose a aquella mujer hecha de otoño, pero no la había vuelto a ver en todo ese tiempo. Como siempre al entrar en su habitación puso la melodía de su amor, se quitó la ropa de forma casi mecánica y volvió a imaginarla, y volvió a acariciarse y volvió a esperar que llegara ese placer que era el único que podía sentir.
Pero aquella noche pasó algo. Aquella mano de Aitana que había sustituido durante tanto tiempo a la mujer de Otoño fue cambiando de forma, fue creciendo, fue convirtiéndose en una suave piel marrón, fue obteniendo curvas moldeadas, fue luciendo dos grandes ojos, era ella, era su mujer. La voz de Silvio que daba forma a la canción también cambio, ahora era más aguda, más suave, ya no sonaba en la cadena, ahora las notas salían de la garganta de aquella figura...
La mirada constante... La palabra precisa... La sonrisa constante...

Aitana no recuperó aquella mano nunca, Silvio Rodríguez perdió su voz para siempre. Pero a cambio de todo esto hubo una mujer vestida de otoño que resultó más bella que todo un universo, y hubo un amor más real que ninguno entre una tal Aitana y una mujer que nació de si misma

Texto agregado el 03-11-2003, y leído por 528 visitantes. (1 voto)


Lectores Opinan
09-05-2005 Buena prosa por momentos. Me hace pensar que falta trabajo y lo que aqui llaman "carpinteria".Hay mano y hay tema. aukisa
 
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