La montaña de papeles le impedía observar a la nueva recepcionista que era hermosísima, tenía una depresión que solo se aliviaba cuando hacía el amor con una mujer que le gustara mucho sin importar su nombre. Era divorciado con dos niñas morenitas y estaba sobre peso con más de ciento veinte libras.
Había pensado en varias ocasiones quitarse la vida, su estilo de vida no lo llenaba completamente a pesar que tenía un excelente trabajo en la bolsa de valores de New York, cambiaba todos los años su carro de lujo, su apartamento era envidiable amueblado full de todo.
Esa mañana estaba más depresivo que nunca, el rechoncho ejecutivo mostraba una tristeza profunda que solo una tragedia la cambiaria.
De repente se escuchó un fuerte estruendo que estremeció reciamente todo el edificio que estaba construido en acero, todo el personal del piso 91 se alarmó con gritos espantosos, el pánico llenó el lugar instantáneamente, no se sabía que había ocurrido pero lo que fuera era muy grave.
La gente corría de un lugar a otro desesperada, sin tener por donde escapar, el fuerte calor se apoderaba del lugar, rápidamente los grados aumentaba como en un horno de incinerar cadáveres, en poco tiempo no se soportaban las fuertes llamas que ponía el acero al rojo vivo.
La oficina del ejecutivo rechoncho tenía vista al este, la depresión desapareció con el fuego que estaba consumiendo todo, de repente deseaba vivir, no quería morir horneado o achicharrado como un puerco en navidad, clamaba a un Dios que el nunca había buscado, muchas veces había dicho que con el dinero lo podía todo y no necesitaba de un ser superior, pero todo cambio en un instante, ahora si necesitaba de alguien que lo auxiliara, las llamas crecían espantosamente, las montanas de papeles ya no eran tareas pendientes, no sabía que hacer, los millones de dólares en la caja fuerte fueron consumidos por el fuego, las llamas amenazaban con hacerlo cenizas, estaba frente a la ventana y el fuerte vapor lo acercaba al abismo, sin pensarlo dio el salto de su vida y se encomendó a un Dios que el nunca había atendido.
En pocos segundos el ejecutivo rechoncho cayó explotado en el pavimento, dejando una mancha roja fácil de borrar, mientras caía se llenó de ganas de vivir una vida que nunca había experimentado y trató de sostenerse a un Dios al cual resistió en muchas ocasiones, todo mientras caía en el abismo.
El ejecutivo rechoncho prefrió la paz que ofrece Jesús en el reino de Dios, al fuego que nunca se apaga del infierno, quizás por su experiencia en el horno simulado.
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