Farafrú era un viejo duende del Bosque de los Sauces, el anciano duendecillo vivía entre las raíces de un árbol gigantesco y todas las mañanas se levantaba con el amanecer, una mañana Farafrú sintió un temblor, eran los humanos.
Los humanos siempre se encargaban de interrumpir a la Madre Naturaleza y dañarla sin pensarlo, esa mañana Farafrú vio gigantescas maquinas que talaban árboles, esas maquinas manejadas por los humanos destruyeron todo a su paso.
El bosque de los Sauces se redujo a tan solo un árbol, el más grande de ellos, en el que vivía Farafrú.
Cuando cayo la noche y los humanos se fueron con sus monstruos de metal, Farafrú saco de entre sus ropas una suerte de semillas mágicas, camino por todo el lugar enterrando las semillas una por una, cuando termino de sembrarlas trepo a la rama más alta del Sauce y comenzó a llorar, el Sauce lleno de dolor por la perdida de sus primos y hermanos, lloró junto a él, sus ramas se dejaron caer y todas sus ramas quedaron como mirando el suelo. Los animales escucharon el llanto de Farafrú y se acercaron al Sauce, cuando vieron que su bosque había desaparecido lloraron también. Esas lagrimas, lagrimas puras que salían del corazón, regaron cada semilla que Farafrú había sembrado, poco a poco empezaron a surgir del suelo unos brotes, los animales al ver esto se emocionaron aun más y comenzaron a llorar de alegría, brotes que en menos de unas horas ya eran árboles.
A la mañana siguiente cuando los hombres regresaron al lugar no caían en su asombro.
Farafrú ya tenía preparado su discurso: _Ustedes humanos, que creen poder destruirlo todo, irrumpir en la vida con su egocentrismo y superioridad, tengan en cuenta esto, hay dos cosas con las que no podrán luchar nunca, contra los sueños de los demás y contra su propia idiotez.
Los humanos se quedaron boquiabiertos pero comprendieron que el duende tenía razón, así que se fueron por donde habían venido y no volvieron jamás.