Hay días en que uno quiere mandar todo a la mierda. Al menos a mí me sucede eso. A propósito, ¿se han fijado que es típi co en las crónicas empezar así, "Hay veces en que..."?. Pero es una huevada. Porque en realidad, son cosas que sólo a uno le pasan.
Hay veces en que a uno le pasan muy malas. Malas malas. Por la puta madre que te reparió. Por la perra sarnosa que te cagó. Hoy es uno de esos días. Y no es que haya muerto un ser querido o me haya vuelto impotente. O que me robaron el sueldo. No. No es eso. Es peor. Es todo. Y cuando es todo, es peor que nada. O más bien dicho, que todo: todo es lo peor de lo todo. O algo así. Por la concha de tu madre.
Me desperté aún ebrio en la mañana y prendí un cigarro y tomé el último concho de cerveza. Miré dopado a mi lado y había una gorda con frenillos roncando como elefanta marina pariendo. Tenía bonitos ojos eso sí. En fin. La cosa es que prendí el cigarro al revés, y era el último que me quedaba.
Se llamaba Marcia la gordita. Le digo gorda porque era de verdad obesa. Pero tampoco tanto. Lo que sí no me gustó, fue que tenía unas cosas extrañas en los pezones, como cráteres de color crema. Sus senos eran redondos y contundentes. No recuerdo haberlos acariciado con especial énfasis durante el coito; quizás fue por los extraños personajes que tenían en su centro.
Es decir, por favor: como en las grandes metrópolis, el centro es el lugar más representativo, más pulcro y más atractivo de la ciudad entera. Y esta ciudad, a pesar de aparentar ser una metrópolis, no era más que un descuidado y rural "paseo peatonal". Ni siquiera daban ganas de pasear por ahí, pues por la cresta que era feo. Hasta peligroso, si nos ponemos a buscar una razón científica al respecto. Pero no quiero entrar en asuntos morbosos, para nada.
La Marcia era muy simpática. Pero eso no bastaba para de verdad sentirme atraído hacia ella. Estábamos pasándola bien en la fiestoca, por lo que lo ideal para culminarla era mandarse un buen polvo, de esos poderosos en los cuales eliminas toda la mierda.
Seguro estoy que la Marcia gozó. La oí gritar y gemir con fuerza. Pero me asalta ahora la siguiente duda: ¿aquellos gritos eran de dolor o placer? Aguarden, me parece que esos colosales ronquidos no eran tales, sino que más bien convulsiones... ¿qué onda esta mina? ¿Qué le pasa a la gorda?
Ahora más que nunca me dan ganas de insultar a todos, de ofender a las malditas y podridas instituciones sagradas de este mundo. Siento ganas de golpear con el martillo que tengo en mi velador el cuerpo asqueroso de la gorda malparida que tengo a mi lado. Más encima parece que la perra de mierda me pingó.- |